Por Sergio Reyes II.
Quisiera comentarles, en esta tarde lluviosa y fría, salpicada de ausencias y aspiraciones postergadas, las nostalgias y evocaciones que vienen a mi mente al poner, justo en frente de mí, la cálida y humeante taza de aromático café, que sin demora me dispongo a paladear.
Podría hablarles, sin adornos ni rebuscamientos, y poniendo el corazón en las manos, de amigos como Dante y Jesús -dominicano el uno, colombiano el otro-, compañeros de intensas jornadas de labor en la Factoría, de Horas Extras y amanecidas, en los afanes y amarguras del inmigrante que lucha por subsistir en la Babel de Hierro, economizando hasta lo indecible a fin de poder completar la impostergable remesa esperada como por cuentagotas por la familia que ha quedado allá, en el terruño, al amparo de Dios. De ellos conocí las nuevas y variadas maneras en que puede manifestarse la solidaridad humana, matizada, casi siempre, al influjo de la desinteresada e ineludible oferta de una taza diaria de café.