Por Sergio Reyes
Sus ojillos vivaraces –ventanas abiertas del alma- se inundan por momentos, posesionados de esas flamígeras llamaradas que dominan las mentes inspiradas de algunos privilegiados a quienes la vida les deparó el sagrado deber –y el placer- de expresar el sentir de los demás, conjugando en esa tarea la calidad, la candidez y la contundencia de la labor social en defensa de la comunidad. Las limitaciones para expresar lo que siente y el resabio interior por no poder articular por sus propios medios las emociones que de seguro siente al saberse depositario de la profunda admiración y respeto de quienes hemos acudido como el alumno ante el maestro, en busca de abrevar en la infinita sapiencia acumulada en tan rico manantial, le inducen, a ratos, a proyectar una imagen que pudiese confundir al entrevistador. Sin embargo, viejas añoranzas con viñetas de ancianidad, similares o parecidas, nos transportan a recuerdos en la etapa final de la existencia de mi abuelo, y con ese toque mágico de ternura podemos, entonces, armarnos de valor para asumir, con la solemnidad que requiere el caso, una amena conversación con el decimero Juan Antonio Espinal –Josián- y su adorable e inseparable esposa Teresa de Jesús Pérez Domínguez, en un apacible y acogedor rincón campestre con toques de paraíso ubicado en la comunidad de El Guanal, en la provincia Santiago Rodríguez.
De sobra conocíamos su obra: Cómo no saberlo si desde hace mas de 6 décadas ha ido dejando la impronta de su arte repentista, satírico y jocoso, valiente, combativo y veraz, en todos los espacios en donde ha logrado filtrar las atinadas y contundentes décimas, que nacieron con él, como parte del andamiaje cultural de una región y una época y que desde ya podemos augurar que serán, por siempre, parte integral del patrimonio del pueblo dominicano?