DAJABON

En esta sección encontraras una serie de artículos que te ilustraran sobre la belleza cultural y ecológica de la provincia Dajabón. Además interesantes notas sobre los lugares más destacados de este sin igual terruño, que aunque apartado guarda un místico embrujo que atrapa a todo aquel que lo visita. Conoce Dajabón a través de estas lineas e imagenes y atrevete a explorarlo. Aquí te dejamos el artículo "MI DAJABON; Semblanzas de Ayer y Hoy", a modo de introducción, pero antes el indice de los demás ensayos que de seguro serán de sumo interés para ti.


1-‘… EN DONDE DIOS SE SECÓ EL SUDOR’
2- EL ARROYO CAPOTILLO ES SIMBOLO DE SOBERANIA Y HERMANDAD.
3-EL COLEGIO AGRICOLA LOYOLA ABONA ESPERANZAS Y COSECHA FUTURO.
4-COPEY: LA ‘ROSA DE LOS VIENTOS’ DE LA LÍNEANOROESTE.
5-LOS PETROGLIFOS DE CHACUEY:HERENCIA INDÍGENA QUE SE EXTINGUE.
6-PUEBLO NUEVO, TIERRA DE PROMISION.
7-LA VIGIA "DESTELLOS DEL SOL NACIENTE" EN LA FRONTERA.
8-ALTAR VOTIVO...DE LA PATRIA?




MI DAJABON; Semblanzas de Ayer y Hoy.



Sergio Reyes II.



El estaba ‘de puesto’, formando parte de la dotación policial en el simbólico cuartel ubicado en el centro de la población.
Un familiar cercano me condujo a aquel lugar, desde Pueblo Nuevo –Capotillo-, a instancias de mi Abuela, quien no dejaba escapar oportunidad de propiciar encuentros con mi Padre. Le ví, fugazmente, con la brevedad y seriedad que el lugar y las circunstancias permitían. Circunspecto, El. En riguroso uniforme ceñido a estrictas normas que no admitían arrugas, manchas ni entalladuras que evidenciaren descuidos en el acicalamiento personal. El calzado, debidamente acordonado, refulgía de brillante y el quepis, ligeramente inclinado a la izquierda, le imprimía un toque personal que, al decir de sus múltiples quereres, aumentábale el encanto.



El estricto protocolo militar hubo de ser resquebrajado levemente, aquella mañana y ante el estupor de los demás miembros de la uniformada, Sergio Antonio Reyes Jiménez, mi Padre, me alzo en brazos, me cubrió de afectos y recorrió conmigo las diferentes instalaciones de la vetusta edificación militar.



Recuerdo los dormitorios y el camastro con los enseres y pertenencias particulares de los conscriptos, rasos y clases alojados allí, debidamente organizados y colocados en el espacio o cubículo de cada cual; las diferentes habitaciones y oficinas de la Jerarquía, con impecables muebles y escritorios, con paredes altas y desprovistas de todo adorno, a no ser las consabidas y obligatorias imágenes del ‘Jefe’ y los símbolos y proclamas de la Tiranía.



Esas incidencias se me quedaron grabadas de manera indisoluble en lo más profundo del subconsciente. El Cuartel Policial, las gentes y lugares visitados aquel día, junto a mi Padre, constituyen un maravilloso recuerdo y, por sobre todo, forman parte de las primeras referencias que atesoro de las vivencias de infancia en Dajabón.



- II -



Llanura que espina el alma.



Una extensión inmensa, agreste y despoblada mediaba entre la nueva casa de mis tíos y el poblado de Dajabón. Los constantes traslados a que eran sometidos los miembros de los cuerpos castrenses habían convertido en viajeros itinerantes a aquel entrañable núcleo familiar y tras ellos –y conmigo a rastras- partía la Abuela, a continuación de cada una de estas forzosas mudanzas.



Sabana Santiago nos daba la bienvenida esta vez, con sus terrosos caminos saturados de guazábaras, cambrones, cayucos, mayas y un sinnúmero de especies vegetales del orden de las xerófilas; y en esos eternos viajes de visita familiar, a veces en camioneta, otras a lomo de burro y la mayor parte a pie, bajo el inclemente sol liniero, nuestros días se eternizaban y los pensamientos volaban lejos. Tan lejos como la silente e infinita llanura.



Fueron pocos meses. Es cierto. Suficientes para dejar grabado en mi, como con hierro candente, las penurias y dificultades que debían padecer mis primas para acudir al plantel escolar mas cercano, distante a varios kilómetros del hogar, bajo esas circunstancias.



Al evocar esos años, habiendo transcurrido el tiempo, me inquieta saber si en el presente, los niños y niñas de Sabana Santiago, Cayuco, La Aviación y otras desoladas latitudes de la zona contarán con el sagrado ‘Pan de la enseñanza’ en condiciones mas humanas y adecuadas que las que se vivieron entonces.



Porque, aunque algunos lo olviden a veces, esas gentes también son dominicanos, hijos de la misma Patria y tienen todo el derecho a aspirar a un futuro mejor.


- III -



Cumpliéndole una ‘Promesa’ al Cristo.



Dos implorantes querubines con las manos engarzadas en fervorosa plegaria nos reciben al ingresar al solemne espacio de veneración conocido como El Cristo del Perdón. Un altisonante murmullo, que engloba voces, ritmos y discordantes ruidos provenientes de la vecindad acompañan nuestros pasos, en el presente, al ascender, lentamente y en extremo respeto la empinada cuesta que ha de llevarnos, en acto de devoción, hasta quedar postrados frente a las tres estructuras con las que la población patentiza su fe cristiana.



Según como Usted se ubique, se encuentra a la entrada del pueblo –Para que el visitante exprese su agradecimiento por la llegada- o a la salida –para que haga votos por un venturoso recorrido-; Lo mismo da. Lo cierto es que éste simbólico Centro de Peregrinación de la religión católica erigido por los sacerdotes Jesuitas a la altura del Barrio La Fe, en Dajabón, ha formado parte de la vida diaria y la historia de esta pujante comunidad por espacio de mas de 6 décadas.



Lugar de peregrinajes, escala final de ‘Rosarios’ y procesiones, espacio adecuado para la meditación y el ofrecimiento –o cumplimiento- de ‘promesas’ y otros actos de fe, el Cristo del Perdón constituye en el presente un ícono y lugar de referencia y recuerdos de las viejas generaciones de dajaboneros, que merece ser respetado y resguardado por quienes transitan por sus maltratados y descuidados linderos así como por quienes residen en sus alrededores.



Allí cumplió ‘promesa’ de renovada salud mi hermana Mary Angelita y al igual que ella, otros tantos dajaboneros y allegados inclináronse reverentemente ante la amorosa efigie del leño cruzado para implorar o agradecer el cumplimiento de una suplica.



El Cristo del Perdón y todo lo que simboliza este venerable recinto debe ser preservado como parte de lo mas puro y genuino de esta población, sus creencias y tradiciones y pienso que, independientemente de los obstáculos que se interpongan en el camino y de los imperativos de los tiempos modernos, debe seguir siendo parte, como destino final del recorrido de la procesión de Semana Santa y otras celebraciones católicas tradicionales, como ha estado establecido desde su instauración.



Los dajaboneros de antaño, los de la ‘vieja escuela’, así lo reclaman. Es SU derecho; Nuestro derecho!!



-IV-



Los ‘duendes’ y la ‘mariposa’ de una labor cultural.



Tengo ‘el ombligo enterrado’ en Dajabón. Por herencia paterna. Por vocación. Y por decisión. Y tengo el privilegio de contar con varios ‘guardianes’ que me mantienen aferrado a ese legado y que día a día profundizan mis afectos con la tierra que fue refugio y hogar de mis ancestros y con la que me siento plenamente identificado: los miembros de la familia que permanecen allí, los restos venerables de los que se fueron antes y abonan los espacios de los humildes camposantos en Capotillo, Loma de Cabrera o Dajabón, y la inquebrantable fe en seguir desentrañando, cada día, el inagotable caudal de valoraciones positivas de la inmensa y enigmática frontera dominicana.

Cuento, además, con amigos entrañables. “Duendes’ y Mariposas’ de una profunda calidad humana, con una inacabable capacidad de entrega, al servicio de la difusión cultural y las mejores causas en pro de la superación de los males que agobian a nuestro pueblo:



-Conocí a Rubén Darío Villalona –Chío- hace muchos años, en la UASD. La coincidencia de intereses y objetivos nos unió y desde entonces, el trabajo cultural, social y comunitario, en pro de las conquistas y reivindicaciones del pueblo dominicano nos ha mantenido trillando iguales senderos. Por años ha sido el estandarte de la proyección y defensa de la cultura en Dajabón, la Línea Noroeste y gran parte de la frontera domínico-haitiana y acorde con ello, ostenta la máxima posición al frente de la Casa de la Cultura, funciones que comparte en la actualidad con las de Director Regional de la Línea Noroeste de la Secretaría de Estado de Cultura.



-A pesar de compartir similares orígenes y haber trillado parecidos historiales migratorios, conocí tardíamente a Claudio Tavárez Belliard en la ciudad de Nueva York mientras ambos nos esforzábamos en el montaje de una feria de norfronterizos dominicanos en dicha urbe, en 1998. ‘Rosca izquierda’ para algunos, a causa de su intransigencia sin dobleces a favor de las causas progresistas y enaltecedoras del ser humano, Claudio regresó al lar nativo, después de librar mil y una batallas desde las mismas ‘entrañas del monstruo’, a favor del pueblo dominicano y del mundo y se ‘aplatanó’ en Dajabón. Allí le tenemos, como uno de los principales estandartes de las jornadas de solidaridad domínico-cubana, en apoyo a la autodeterminación de la Antilla Mayor; funge como enlace para la capacitación de estudiantes dominicanos en la carrera de Medicina y otras disciplinas, en Cuba y en coordinación de jornadas educativas y de salubridad en beneficio del hermano pueblo haitiano. Asimismo, el ánimo le alcanza para enrolarse en un montón de actividades comunitarias, sociales y culturales, entre las que destaca su participación en el montaje y dirección del carnaval de la población. Sus cabellos se han tornado blancos, de tanto afanar, pero le sostiene su espíritu indomable y su eterna sonrisa refleja la satisfacción del deber cumplido.



-‘Normita’ le llaman sus mas cercanos allegados y familiares. Sus alumnos de ayer y de hoy del Colegio Evangélico Simón Bolívar y otras unidades educativas y culturales en las que ha prestado sus valiosos servicios la definen como ‘una profe con la que no se puede inventar’: Estricta y exigente en la labor pedagógica, radical en sus posiciones morales y, fundamentalmente, inamovible en sus planteamientos religiosos. A pesar de ello, la excelsa poeta, educadora y artista del pincel, Norma Holguín Beras, está dotada de una ecuánime formación humana que la convierte en una persona dulce y apacible. Colaboradora infatigable y creativa en las labores del quehacer cultural y la persona ideal para constituirse en ente de equilibrio cuando las pasiones se desbordan en el ambiente, caldeado a veces, del debate de las ideas de índole socioeconómica o cultural (en ocasiones con ribetes de religiosidad popular) del Dajabón del presente.



Y junto a la acogedora hospitalidad de su madre y familiares cercanos, su hogar ha devenido en constituirse en una especie de remanso en donde, a veces, se dirimen los conflictos y se liman las asperezas, Y allí, en su afable compañía, todos nos sentimos como en casa.



Claudio, Normita y Chio son, a mi humilde entender, una muestra de los mas genuinos representantes del trabajo cultural y comunitario en Dajabón. De ello han dado muestras inequívocas y su indoblegable historial así lo confirma.



Al igual que ellos y desde diferentes instancias, otros valiosos dajaboneros han dejado grabada su estampa en el quehacer cultural y comunitario a nivel provincial y regional. Algunos desarrollando una intensa y valiosa labor en el área de la difusión y sostenimiento del carnaval regional y otras expresiones folklóricas y artísticas. Otros, exhibiendo impresionantes niveles de calidad en diferentes ramas del intelecto, la labor didáctica, los diferentes modos de expresión literaria, la redacción periodística o el novedoso mecanismo de conexión y difusión de conocimientos a través de las redes de Internet, área en la que contamos con varios medios digitales que realizan una valiosísima labor educativa y de información.



Las añoranzas familiares, junto a la permanente correlación con el diario acontecer mantiene vivos e indisolubles los lazos afectivos y la ligazón con la patria Chica, independientemente de cual sea el lugar en donde nos encontremos; y, en esos casos, nuestros familiares, amigos y enlaces culturales y/o políticos funcionan a manera de ancla, que nos mantiene aferrados a nuestros orígenes y sentimientos.



Gracias a estos recuerdos, a los ‘duendes’ y ‘mariposas’ y a otros entrañables amigos que quedaron allá, llevo prendido en el alma el recuerdo de Dajabón, en dondequiera que me encuentre.






11/20/’09; 12:52 p. m. NYC.

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‘… EN DONDE DIOS SE SECÓ EL SUDOR’
Por Sergio Reyes.-
Un expresivo y vivaz hormiguero humano caracteriza a Dajabón en los días de ‘feria’, impregnando el ambiente de una abigarrada mezcla de colores, esencias y sonidos en los que danzan un sinfín de aspiraciones y emociones que cabalgan a cuestas, entremezcladas con las expectativas que de antemano han sido puestas en el logro de una ‘buena venta’.

El carnaval de ilusiones y sueños que de manera indisoluble viaja en lo más profundo del individuo, contemporiza en el escenario de la Feria con aspectos más cotidianos, de orden práctico, de la vida diaria, de la simple y desgarradora subsistencia.

Y así, mientras algunos se sumergen en el tráfago confuso de las carpas, tarantines y tenderetes en donde se oferta desde ropa ‘de marca’ –nueva y usada-, exquisitas fragancias exóticas y bebidas –entre otras menudencias-, otra parte de los allí presentes, con criterios más pragmáticos y definidos, dedica sus esfuerzos en la búsqueda de comestibles y bienes de consumo, intercambios de mercancías, prestación de servicios de transporte y acarreos y mil y una formas más de ganarse la vida, honradamente.

Acá el vendedor de víveres y hortalizas; en las cercanías están apostados los camioneros con inmensos sacos de arroz, habichuelas, cajas de espaguetis, montañas de ‘cartones’ de huevos e infinidad de artículos de consumo. Allá la ‘marchanta’ que oferta utensilios de aluminio, lozas, sábanas, tejidos y otros artículos para el hogar. Mas adelante, con calzados y ropa usada, están las ‘pepeseras’ pregonando sus mercancías a pleno pulmón. Una anciana de pelo plateado proclama las bondades de unos apetitosos guanimos de su propia confección, que protege del polvazo ambiental en una amplia ponchera de higüera, tapados con pulcro paño de algodón. Las fritangas inundan el entorno de esencias y sabores que tientan el apetito y conspiran con la observancia de dietas y prohibiciones. Desdeñando las leyes de la gravedad, pasa haciendo cabriolas una ágil y dinámica mujer, con una pirámide de artículos colocados encima de su cabeza, la que cubre apenas con un babonuco a manera de acomodo, mientras, con ambas manos, asegura una superposición de ‘cartones’ de huevos.

Un sudoroso hombretón carga en sus hombros un enorme ‘block’ de hielo, cuyas frías gotas ruedan por doquier, refrescando todo su cuerpo, al tiempo que un mozalbete nos provoca el apetito con una tentadora oferta de espirituosos licores foráneos, a precio tan reducido (?) que no admite regateos.

Gentes vienen y van, caminando en zigzag por los estrechos senderos que se adivinan entre los puestos de venta. Regateos de precios. Porfías economizando el ‘peso’: las triquiñuelas de la subsistencia. Y un intenso calor que nos escuece hasta el alma.

Un constante ir y venir de vendedores, compradores, transportistas y usureros se entrecruzan con el representante del Municipio, en procura del cobro de sus arbitrios o de algún curioso que, cámara en mano, anda a la búsqueda de una memorable estampa para validar sus andanzas por estos predios.

Y junto a cada gota de sudor y al incesante despliegue de esfuerzos y afanes, llegan, indisolublemente ligados, el centavo y el peso derivados de ese titánico esfuerzo, para terminar transformado en la suma de las heroicidades del conglomerado humano que cimenta sus expectativas reales de progreso en las faenas de compra y venta de los Lunes y Viernes en la población de Dajabon.

Como ocurre comúnmente en las crecientes e inundaciones, los días de feria lo arropan todo y es difícil percibir la otra cara de la población, la de los residentes, que tienen sus vidas y ocupaciones adheridas al derrotero seguido por su ciudad. La marejada humana vuelve tras sus pasos y Dajabón recupera, poco a poco, su parsimonia tradicional. Cada cual saca sus cuentas y pasa balance a las ganancias o pérdidas de la jornada.

-II-

Desde hace mucho tiempo, el crecimiento económico de la provincia ha estado cimentado en el cuantioso movimiento de circulante derivado de las operaciones comerciales de los días de ferias. A falta de mejorías en el orden de la producción agrícola o ganadera, que en el pasado constituyeron renglones significativos para el sostenimiento de la población, una parte de los moradores ha puesto la mira en el desarrollo del comercio informal derivado del montaje periódico de las ferias agropecuarias y de bienes de consumo, que se celebran en días alternos en los principales municipios de la provincia y, por lo que puede observarse, los resultados han sido mayormente satisfactorios.

Esto puede deducirse en el incremento del número de hoteles, restaurantes, supermercados, ferreterías, farmacias, tiendas y negocios de diversión en general; Y es que al flujo tradicional de ciudadanos provenientes de la vecina República de Haití, -quienes acuden mayormente en gestiones de compra de comestibles e intercambio de productos que dicho país recibe en donaciones y ayudas internacionales-, se ha venido produciendo una nueva generación de compradores-vendedores provenientes de todas partes del país, que han avizorado, inteligentemente, las ventajas en precios y calidad que se derivan de las mercancías que allí se ofertan. De igual manera, han comenzado a proliferar aquellos interesados en las atracciones turísticas y la diversión que puede ofrecer la provincia y sus alrededores, con lo que se extiende su estadía mas allá del período de influencia de los días formales de montaje de la citada actividad comercial.

Indiscutiblemente, hoy por hoy, Dajabón se perfila como una provincia llamada a desempeñar roles importantes en el devenir económico de la región y el país en general y en ese tenor debe enfocar de más en más sus esfuerzos en fortalecer su capacidad de respuesta ante el incremento en la demanda de bienes y servicios que ya amenaza con desbordar sus capacidades.

Conjuntamente con ello, hay que ponerse a tono con los nuevos tiempos y aplicar, a lo interno, los cambios conductuales y filosóficos que se corresponden con la mentalidad que debe prevalecer en una ciudad cosmopolita, con condiciones históricas y geográficas que la han convertido en zona de intenso trasiego comercial y, por ende, en un importante paso aduanero fronterizo.

Siendo así, la ciudad debe convertirse en un lugar de puertas abiertas, rebosante de hospitalidad, cuyos habitantes reciban al visitante con un espíritu franco y solidario. Ello conlleva, como dice un spot publicitario, ‘ofrecer nuestra mejor sonrisa al turista’; y en el aspecto Municipal y Gubernamental, disponer todas las medidas necesarias para que la ciudad supere de una vez por todas su condición de distante poblado provinciano y comience a experimentar los cambios que se merece, en el orden arquitectónico, vial, de respeto y aplicación de las reglamentaciones legales y municipales y en donde impere la ley y el respeto a las libertades públicas.

Dajabón está en el umbral de su desarrollo social y económico y en un momento de repunte en el orden turístico y debemos ‘arreglar la casa’ si queremos atender debidamente al turista y ofrecer nuestra mejor imagen. Con ello, la ciudad estará haciendo honor a su condición de Puerta y Antesala de la Patria y el lugar ‘en donde Dios se secó el sudor’; y quizás, con el esfuerzo y la disposición de sus mejores hijos, algún día llegue a ser en verdad el ‘Nueva York chiquito’ que muchos anhelan.

La cristalización de esas aspiraciones debe ser tarea y compromiso de todos nosotros.


11/13/’09; 5:00 a.m. NYC.

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 EL ARROYO CAPOTILLO ES SIMBOLO DE SOBERANIA Y HERMANDAD. .

Por Sergio Reyes.-


Al abrigo de una irregular vegetación montañosa que a pesar del inclemente asedio del machete todavía se mantiene rozagante y llena de vida, surge, gota a gota, como un cristalino manantial, una corriente de agua que, sin importar el volumen de su caudal, a lo largo de la historia de la República Dominicana ha desempeñado significativos roles protagónicos y que, en materia territorial, para Dajabón, ha tenido importancia fundamental.


Una sólida y compacta elevación de piedra, tierra y abigarrada mezcolanza vegetal, le sirve de cuna y asiento, y desde escarpados confines de casi 600 metros de altura, sus aguas comienzan a descolgarse como un tímido hilillo que poco a poco y con el aporte de las copiosas escorrentías que brotan de la loma, a poco andar adquiere carácter de arroyo o riachuelo.


El Alto de la Paloma, en plena Cordillera Central, se constituye en el nacimiento y punto de partida de esta corriente fluvial con dos denominaciones cuya nacionalidad ha sido reclamada por diferentes naciones y la reivindicación de su progenitura ha dado pie a penosos altercados entre vecinos, en el curso de varios siglos.


Como Arroyo Capotillo o Bernard se le conoce, en una caprichosa denominación dual que lleva impresa en sí misma toda una ensarta de triquiñuelas y rebatiñas territoriales que constituyen capítulos enteros de la historia de dos naciones hermanas, unidas por el cordón umbilical de una raza que, en mayor o menor medida, es la misma y que, por azares del destino, comparten el mismo territorio insular.


Chorros de fresco y cristalino líquido serpentean entre pedruscos y se deslizan al abrigo de profusa arboleda, en la que sobresalen jinas, pomarrosas y algunos esporádicos frutales, arropada por infinidad de bejucos y enredaderas, mientras en las orillas del cauce, descomunales helechos se disputan el terreno junto a múltiples yerbajos y arbustos de toda especie.


La bravura y energía exhibidas por las aguas, corriendo como corcel desbocado a tono con la accidentada topografía circundante, convierten al arroyo en un respetable torrente cuya impetuosidad solo puede ser refrenada, medianamente, por las descomunales rocas que se interponen a su paso en el cauce, formando caprichosos y acogedores charcos y estruendosas y espumantes cascadas y saltos.

El vertiginoso descenso que caracteriza los primeros trechos del curso fluvial, experimenta un cambio gradual, luego de surcar el extremo occidental del poblado de Capotillo y desde allí hasta Los Meguile y alrededores del caserío de Pueblo Nuevo el arroyo desarrolla un recorrido en el que se presenta encajonado en el fondo de una garganta, entre cerros de empinadas laderas, a cada lado.


El furioso desplazamiento de las corrientes acuíferas retumba en el fondo de la barranca, con un vigoroso rugido que se multiplica en la distancia. En tiempos de lluvia, cuando la Madre Naturaleza se exhibe en toda su grandeza bendiciendo el firme de la cordillera y las serranías que la componen, el arroyo baja en creciente, con un golpe de agua que inunda una gran extensión, a todo lo ancho del cauce. En esas ocasiones, no hay ningún mortal que se atreva a jugarse el albur de intentar cruzar este río embravecido.

Siguiendo un zigzagueante recorrido en dirección norte, la corriente fluvial se interna en una vasta extensión de terreno de relativa llanura y con cerritos dispersos, que se conoce como Sabana de Barón; en ese trayecto, corre paralelo con los caseríos de La Peñita, Tamarindo y Don Miguel y la añeja carretera que empalma todos estos asentamientos humanos, desde Capotillo hasta el Cruce de Don Miguel, en la carretera que une a Dajabón con Loma de Cabrera y otros puntos al sur de la provincia.


Más sosegado en su curso y más despejado de vegetación su cauce, el río se inclina un poco hacia el noroeste y, por detrás de la dotación militar de Don Miguel, deposita sus aguas en tributo a otro río de mayor caudal, bravura y respeto, cediéndole, de paso, la continuidad en la enjundiosa misión que había venido desempeñando, desde su nacimiento.


A partir de este punto y hasta su desembocadura en la Bahía de Manzanillo, el Río Dajabón o Masacre continuará definiendo los límites territoriales de la República Dominicana, en confluencia con la República de Haití, como lo había venido haciendo el Río Capotillo o Bernard, desde su nacimiento en el Alto de la Paloma, al suroeste del poblado de Capotillo.


A pesar de no contar con un amplio recorrido, el Río Capotillo tiene en su haber una multifacetica historia de incidencias ocurridas en su estuario o en sus alrededores, a lo largo de los años. En su curso, se desliza por terrenos de paisaje cambiante, que van desde la profusa serranía, con matices de bosque húmedo hasta quedar transformado, en su confluencia con el Masacre, en terrenos de bosque de transición, en donde domina, mayoritariamente, la sabana o llanura. Múltiples riachuelos le ceden sus aguas, a lo largo de su andar, tanto en su lado Este como en el Occidental. Sus frescas y cristalinas aguas y la tranquilidad que caracteriza a su entorno, le convierten en el espacio propicio para el desarrollo y multiplicación de especies acuáticas entre las que sobresalen varias clases de peces de agua dulce, jaibas y camarones, que constituyen la delicia de los lugareños y en la frondosidad de la mayor parte de su rivera, encuentran hábitat propicio las aves y toda clase de especies silvestres como los lagartos, ofidios, arácnidos y batracios.


-II-


Puntal de la Soberanía.-


En momentos en que en el seno de la Isla Hispaniola se debatía la Cuestión Territorial, a fin de determinar hasta dónde se lograba preservar los dominios de la Colonia Española de Santo Domingo, frente a las crecientes incursiones de aventureros europeos de diferentes nacionalidades –principalmente Franceses e Ingleses-, el curso seguido por este arroyo en su desplazamiento sur-norte ya comenzaba a ser avizorado como un posible puntal, definitorio de los lindes en litigio.


El paso de los años, la dejadez y abandono de las autoridades de la ‘parte española’ y la inexistencia de límites precisos, motivó el establecimiento, en toda la zona de lo que en el presente se conoce como Capotillo y comunidades aledañas, de hacendados franceses dedicados a diversos cultivos agrícolas y a la crianza de ganado. La consolidación de estas explotaciones agrícolas y la llegada y establecimiento de nuevos ‘propietarios’ dio pie a que, con el discurrir del tiempo, una extensa porción de territorio que ocupaba toda la porción sur de la actual provincia Dajabón y que llegaba hasta las inmediaciones de Sabaneta (Santiago Rodríguez), fuese considerada, en esencia, pertenencia francesa.


Profundas y extensas rebatiñas que concluyeron con los Tratados de Ryswick (1697) y Aranjuez (1777) definieron aspectos nodales de la litis fronteriza, como son el establecimiento de los cursos de los ríos Dajabón o Masacre (junto a su afluente Capotillo o Bernard), en el Norte, hasta su desembocadura en la Bahía de Manzanillo, en el Océano Atlántico, así como el Río Pedernales, siguiendo su curso hasta desembocar en el Mar Caribe, por el sur.


El curso de ambos ríos establecía las bases de lo que habría de ser, con el correr del tiempo, la delimitación fronteriza principal y los orígenes del surgimiento de dos naciones diferentes compartiendo una misma isla en el caribe.


Uno de los aspectos nodales a tomar en cuenta en las litis fronterizas lo constituyó el hecho de la nacionalidad reivindicada por los moradores de los terrenos en discusión. Por ello es importante resaltar que, ante el advenimiento de la Revolución de los esclavos negros de la Parte Francesa de la isla y el posterior surgimiento de la República de Haití, en 1804, una gran parte de los hacendados y personas pudientes de origen francés se vieron precisados a emigrar, al serles expropiadas sus fincas y propiedades. Temerosos del riesgo que corrían sus vidas partieron de regreso a Francia, u otros lugares de América y algunos buscaron refugio en la ‘Parte Española’ de la isla, acarreando las pocas pertenencias que pudieron rescatar del conflicto bélico. Otros pocos, establecidos en el vértice o en lugares cercanos a la línea fronteriza, permanecieron en la zona y sin pensarlo dos veces abrazaron la causa española, con todos sus riesgos y consecuencias.


Luego de la proclamación de la República Dominicana, en 1844, y ante el surgimiento de escollos y diferendos en los que estaba en juego una mayor o menor extensión de terreno a favor o en contra de alguna de nuestras naciones, en la continuación de la interminable rebatiña en materia territorial, en cierto momento se llegó a tener como actores estelares a algún descendiente de aquellos colonos franceses que encontraron protección en nuestro suelo o apoyo para permanecer al frente de sus posesiones.


La notable incidencia de personas con apellidos de origen francés, residentes en la zona de Capotillo, Loma de Cabrera, Restauración y otros puntos de la provincia Dajabón, se explica en gran medida por la ocurrencia de aquellos eventos.


En el presente, forman parte de ese multifacético conglomerado de emigrantes que, como la gran mayoría de habitantes de la frontera, llegaron para quedarse.


-III-


Vigilantes solitarios.


De trecho en trecho, en lugares seleccionados a ambos lados del cauce del río Capotillo, se encuentran entronizadas unas vetustas estructuras de concreto, de mediana altura, con inscripciones de fechas, nacionalidades y números en secuencia. Son las Pirámides Fronterizas que, con su solemne presencia, establecen a perpetuidad los puntos en donde confluyen las posesiones territoriales de la República de Haití y la República Dominicana.


Al igual que en gran parte de la extensión de la frontera, los hitos que franquean ambas vertientes del arroyo despiertan en el visitante una impresionante sensación de soledad. Confundidos entre la maleza, padeciendo los efectos corrosivos del tiempo y la naturaleza, hastiados de su eterna condición de testigos mudos del transito incesante de las escurridizas siluetas de los emigrantes de hoy, y cómplices, por omisión, del bochornoso espectáculo del trafico de toda clase de mercancías, bajo la benigna y permisiva aquiescencia de las autoridades de ambos lados de la frontera, parecen pedir a gritos por un poco de respeto y atención oficial.


Esas venerables pirámides, que en gran parte simbolizan inenarrables jornadas de conflictos bélicos, acuerdos y desacuerdos, con capítulos tenebrosos de ignominia y maldad, merecen ser, en el presente, antes que recuerdos luctuosos, monumentos a la Paz, la Hermandad y la Confraternidad entre nuestros pueblos.


Y en esos mismos lugares en los que, en épocas felizmente superadas se incubó el terror y se alentó el odio y la persecución entre vecinos, debe brillar la concordia y la colaboración, en pro de un mundo mejor, para nuestros países y nuestras comunidades.


La Patria se enaltece si propicia la paz, la armonía y el entendimiento con nuestros vecinos.


El arroyo Capotillo, Bernard o Sanante –como quiera llamársele- debe dejar de ser un espacio para el cruce fugaz y furtivo de siluetas escurridizas que deambulan en su rivera, arrastrando el pesado fardo del terror y la represión. Es tiempo ya de que sus cristalinas y frescas aguas, sus ensoñadores charcos y sus apacibles remansos sean disfrutados a plenitud y en libertad, a partes iguales, por haitianos y dominicanos.


Así podrán compartir ese tesoro escondido que desde tiempos inmemoriales apenas ha sido disfrutado por aquellos fronterizos que tenemos el privilegio de vivir en sus cercanías.


Que viva la patria y florezca la armonía en la frontera!!

sergioreyII@hotmail.com


09/16/2009; 1:32 p.m. NYC.




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EL COLEGIO AGRICOLA LOYOLA ABONA ESPERANZAS Y COSECHA FUTURO.


Por Sergio Reyes.-

A Antonio López de Santa Anna y Martín H. Juffermans.

-In Memoriam-.
En traviesa sucesión empiezan a aparecer los anaranjados destellos del sol mañanero, jugando a las escondidas entre las copas de los espigados pinares que ocupan la cima de Juan Calvo, mientras se disipan los frágiles cortinajes de la ondulante neblina y las finísimas y temblorosas gotitas de rocío corren en puntillas por el borde de las hojas, antes de evaporarse por efectos del cálido aliento del astro rey que, con su vibrante energía, ya se apresta a enseñorearse del entorno.

Por el arenoso sendero del añejo camino que va desde Capotillo hasta el Cruce de Don Miguel, avanza parsimoniosamente una recua de animales, cargados hasta más no poder con víveres, frutos y otras menudencias. El hombre que dirige la ruta apura el paso de su montura, arrea a las que le quedan más a mano e increpa al ayudante –un imberbe de mediana edad- a fin de que se despabile y haga lo propio con las bestias que trotan cansonamente en la retaguardia. La mañana se avecina y el hombre quiere llegar a su destino ‘con la fresca’, antes de que otro se le adelante en la venta.


Han sido más de 3 días de incesante trajinar, haciendo acopio de víveres y frutos de todas clases, seguido de una meticulosa labor de exprimidera de naranjas agrias para elaborar vinagre con el zumo sazonado con orégano y ajo, debidamente aderezado con ají picante. Finalmente, en la víspera, estuvo bastante ocupado llenando las árganas a toda capacidad y asegurando las monturas en las cercanías del bohío, a fin de evitar retrasos y contratiempos en la salida. En adición, habíale sido encomendado la tarea de entregar unos encargos, en el curso de una de las paradas obligatorias que tenía en agenda, aquel día, y con sumo cuidado depositó los paquetes encima de la mesa, debidamente envueltos a fin de que no sufriesen ningún daño.


Con el vigoroso y estridente canto del gallo habían echado pie a tierra y mientras la vieja les preparaba con premura sendos jarros de un apetitoso y estimulante café, dispusieron el aparejo de las bestias y la colocación y sujetamiento de frutos, sacos y macutos, cuidando de establecer el equilibrio adecuado en el peso de la carga, a cada lado de las árganas.

Con los sorbos calentándoles las tripas, algo para comer en el camino y la bendición ofrendada por la vieja flotando en el ambiente como etérea presencia que les acompañase por el oscuro sendero, habían partido, como otras tantas, infinitas veces, en jornada de venta de los frutos de su conuco hacia la población de Dajabón.


La aplanada cinta de asfalto les salió al encuentro y allí doblaron a la izquierda, para seguir, con el trotar de los animosos componentes de la recua, avistando extensas llanuras inundadas de brillantes y reverdecidas espigas de arroz y bandadas de garzas andariegas levantando vuelo hacia incierto destino.

Luego de un rápido desplazamiento, manteniendo los animales apegados a la vera de la carretera a fin de evitar un posible atropellamiento, en poco tiempo estuvieron plantados frente al portón del Loyola, lugar en donde el hombre aspiraba, -como siempre-, vender la totalidad, o, en el mejor de los casos, la mayor parte de su valiosa mercancía.


Los augurios les favorecían: No se avistaba ningún inoportuno vendutero que les hiciese competencia, y desde el fondo del sombreado patio poblado de cocos, mangos, eucaliptos, ceibas y laureles, ya veía acercarse, caminando a trancos por la calzada, al afable Director del centro académico, quien manejaba en persona estos menesteres de compras.
En definitiva, aquel día habían salido con buen pie.
-II-

Mientras los adultos daban curso, en armoniosa contienda, a las acostumbradas escaramuzas propias del regateo comercial, el muchacho deja rodar los pasos y los pensamientos hacia un mundo de sueños e ilusiones, de estudios y tareas escolares, de siembras y cosechas, de injertos, ensayos, microscopios y laboratorios, vestido de riguroso uniforme, en las idealizadas aulas, pasillos y sembradíos de aquel plantel escolar en el que ya calienta butacas su hermano y dos de sus primos de mayor edad, a quienes están destinados los delicados envoltorios que con tanto celo han protegido durante el trayecto y que contienen algo de ropa interior, artículos para el aseo personal, varias porciones de arepa, media docena de guanimos, semillas tostadas de cajuil, alguna torta de casabe, un poco de mamba –en un jigüerito, con su tapa-, barras de dulce o queso y otras sencilleces, enviadas por las abnegadas madres y la abuela, pendientes, como siempre, del bienestar de sus muchachos.

En breves minutos que parecen horas ha transcurrido el tiempo, casi sin darse cuenta, dejando al pequeño envuelto en siembras de esperanza tras la búsqueda de un futuro luminoso al compás de los latidos de su corazón.


El llamado del tío devuelve al chico a la realidad, y ambos a una se concentran en desmontar la carga que, por ventura, ha sido adquirida casi en su totalidad.


Sueños de libros, siembras y cosechas siguen lloviendo a raudales en la mente del muchacho, en todo el resto de la mañana, mientras se desplazan por las calles de la población en procura de vender los víveres que les quedaban y poder regresar a Pueblo Nuevo antes de que se ponga el sol.


-III-


Con la mira puesta en el porvenir.


Las posibilidades reales de progreso de un pueblo están cifradas, antes que nada, en la disposición de sus gentes en estudiar y capacitarse en cualquier actividad, por humilde que ésta sea, a fin de poder asumir por cuenta propia las riendas de su destino. Al encanto de la vida campesina y provinciana, con su inmenso fardo de valoraciones positivas, de nobles sentimientos y convivencia en armonía, había que agregar el aspecto de una debida formación académica que permitiese que la juventud estudiosa proveniente de la frontera pudiese ejercitarse en diferentes disciplinas del saber, para que, ya como profesionales, pudiese coadyuvar a la mejoría del nivel de vida de su núcleo familiar y contribuir al desarrollo social y económico de la propia región y del país en general.


Había que desplegar las alas y volar hacia otros horizontes que ofreciesen un futuro más auspicioso que el que se tenía por delante, aferrados a la yunta de bueyes, a los aperos de labranza o, en otros casos, a la estricta y condicionante vida militar.


Un puñado de jóvenes de diferentes lugares de la zona fronteriza y la línea noroeste pusieron tempranamente la mira en el porvenir y ante las dificultades o imposibilidad material de dar el salto hacia las urbes, en la búsqueda de un titulo universitario, apostaron al futuro y encaminaron sus pasos hacia Dajabón, en donde les esperaban con el cálido afecto y muchas horas de intenso y estricto estudio y dedicación, abiertas de par en par las aulas y las instalaciones del Colegio Agrícola Loyola.


-IV-


Siembra de esperanzas.


Desde 1936 la frontera norte del país había sido escenario de una intensa labor religiosa y educativa encaminada por religiosos católicos al frente de la Misión Fronteriza de San Ignacio de Loyola, con asiento en Dajabón y jurisdicción en un amplio espacio territorial que se extendía de norte a sur, desde Copey, en la provincia Montecristi, hasta Río Limpio, Los Algodones y Guayajayuco, de la actual provincia Comendador –Elías Pina-.


A la labor estrictamente religiosa y de fundación de templos, santuarios, cementerios y otras estructuras relacionadas con el culto católico, los jesuítas adicionaron la creación y sostenimiento de centros educativos que habrían de gravitar de manera trascendental en la formación académica y espiritual de los pobladores de estas latitudes.


Dirigido hacia la formación integral de la mujer, el Colegio Virgen de la Altagracia, fundado en 1942 y administrado por monjas, cubría un programa de capacitación en Enseñanza Elemental e Intermedia así como formación de profesores de Economía Doméstica y Enfermería.

De su parte, el Colegio Agrícola San Ignacio de Loyola, fundado en 1945, además de la formación elemental, centralizaba sus programas en la capacitación de Maestros en Cultivo y Administración de Fincas Rurales. De manera complementaria se impartían cursos de Mecanografía, Carpintería, Plomería, Electricidad, Mecánica y Ebanistería.


Junto a las labores estrictamente académicas, los educandos – una parte de los cuales permanecía en el plantel en condición de Internos- recibían un arduo entrenamiento en natación y otras disciplinas deportivas, entre las que destacaba el fútbol, que constituía la preferencia de la casi totalidad de los profesores, de ascendencia europea, y que, para los linieros, en cierto modo era una innovación, en los años de inicios del centro.


Huelga decir que, dentro de los preceptos educativos del colegio, la formación religiosa y moral constituía una pieza nodal, dirigida a reforzar los valores y principios ciudadanos de los escolares, con miras a preparar sobre bases sólidas a las futuras generaciones de egresados.


Para llevar a cabo su labor educativa el Loyola fue dotado de una sólida edificación central y varias unidades periféricas, dentro de una considerable extensión de terreno usada a toda capacidad a manera de Finca Experimental, en el mismo seno de la población dajabonera. Además de los salones de aulas, laboratorios, talleres de práctica, biblioteca, salón multiuso y oficinas administrativas, la infraestructura básica del plantel fue concebida como un centro de estadía, para albergar determinada cantidad de docentes (profesores y estudiantes) en condición de Internos y Semi-internos, y en ese contexto fue dotado de Capilla, dormitorios, baños, un amplio comedor, cocina y área de lavandería, instalaciones para el desarrollo de diferentes disciplinas deportivas así como espacios para actividades de meditación y esparcimiento.

En adición a la producción de frutos por la vía de injertos, la introducción de especies exóticas a fines de monitorear su adaptación al terreno y las condiciones climáticas de la zona y la ejecución de diferentes siembras con fines docentes y de investigación en materia del agro, a través de los años siempre se ha hecho hincapié en el sostenimiento de huertos destinados a la producción de diferentes tipos de vegetales, así como al fomento de cosechas de víveres variados y diversos frutos, para ser usados en el consumo de los educandos, el cuerpo docente y el resto de la familia Loyola y, en algunos casos, para la venta al público.


Desde la erección del Colegio, las funciones docentes y de dirección administrativa estuvieron a cargo de los Hermanos Cruzados de San Juan Evangelista, orden fundada en La Haya –Holanda- el 1ro. De Julio de 1921. A tales fines, llegaron procedentes de Curazao, en Agosto de 1945, los frailes holandeses Rev. Hno. Martín H. Juffermans y Antonio Maalsté, en viaje de coordinación. Mas tarde, en Diciembre del mismo año, regresaron a Dajabón, para quedarse, el citado M. H. Juffermans, como Director del Colegio y Superior de la comunidad religiosa y el Hno. Francés Julio Esteban Ledeé, Profesor. A estos se unirían, mas adelante, los profesores Eufrasio Hermógenes Rosario –Perito de la Escuela Holandesa de Artes y Oficios-, Juan Schmiehuitzen, Enrique Antonio Putman y Alfredo José Schumacher.


Este experimentado cuerpo profesoral habría de disponer sus esfuerzos en intensas jornadas para sacar a flote los más relevantes resultados en cuanto a la formación educativa de legiones de hombres y mujeres que desfilaron por las aulas de ambos colegios. Junto al Reverendo Padre Felipe Gallego –iniciador de la Misión-, la Rev. Madre Mercedes Loredo –del Colegio de Señoritas- y los Padres Mariano Zaragoza, Donato Cavero, Eloy Mariscal y Mauro Paz, entre otros, habría de compactarse una formidable batería en el orden religioso y educativo, comandada por el Padre Antonio López de Santa Anna, quien devino en convertirse en Padre Espiritual de los dajaboneros, por su ardua, continua e infatigable Labor de mas de 17 años en pro de la realización de una verdadera misión educativa de amor y unidad entre los dominicanos.

Jineteando mulos o caballos, atravesando lomas, cañadas o inmensas llanuras, llevando a los pobres y desamparados su ayuda espiritual y entonando su inseparable trompeta para anunciar el inicio del culto religioso,… así recuerdan los habitantes de la región al Padre Santa Anna!


Las primeras décadas en la ejecución de la labor religiosa y educativa de los frailes jesuitas en la frontera transcurrieron bajo la égida tiránica de Rafael Leonidas Trujillo Molina, quien gobernó la República Dominicana con mano dura, de manera formal desde 1930 hasta 1961, año en que se produce su ajusticiamiento y el país da un viraje que habría de encaminarle en la búsqueda de la democratización y reunificación social.


En esos años los religiosos no experimentaron mayores obstáculos para desarrollar su labor educativa, en tanto que no contradijesen las ejecutorias y directrices que el régimen les indicase. En la práctica, al igual que la mayoría del clero católico y algunos sectores de la población, los miembros de la Misión Jesuíta asumieron una actitud pasiva, de espaldas a la horrenda pesadilla que padecía la Nación. Y en algunos casos, sus miembros asumieron posturas cómplices, de compromisos con ejecutorias de persecución racial y de discriminación y hostigamiento a sectas religiosas diferentes al catolicismo, que pugnaban por abrirse espacio en la frontera. Justo es decirlo.


Con el desencadenamiento de la oleada de apresamientos, asesinatos e inmisericorde golpeo iniciado a fines de 1959 en contra de los jóvenes del Movimiento Revolucionario 14 de Junio, sacerdotes, seminaristas y otros religiosos a causa de su vinculación con un complot que buscaba el destronamiento del régimen, todo el territorio nacional quedó envuelto en una vorágine represiva de la que no estuvo exento el clero católico.
La postura vertical asumida por algunos de los más preclaros conductores del catolicismo, dio vida a un valiente pronunciamiento de todo el Episcopado Dominicano, a fines de Enero de 1960, en el que, a través de una Carta Pastoral que fue leída desde los púlpitos de las iglesias y difundida en todo el país, se condenaban los crímenes y abusos del gobierno, se demandaba la libertad y respeto de la vida de los miles de apresados y se exigían cambios sustanciales en la conducción de la nación.
Con esta actitud, la iglesia católica imprimía un cambio de rumbo a su anterior postura colaboracionista y daba un paso al frente, del lado de los sectores desposeídos, explotados y reprimidos del país. En abierta retaliación, el régimen enfocó el accionar de sus mecanismos represivos y todo el odio y maldad que podía albergar el trujillato, en contra del catolicismo, sus figuras más preclaras y sus instituciones.


Al tiempo que en todo el país se sucedían bochornosos actos de golpeo y provocación contra los sacerdotes y seminaristas señalados como desafectos de la dictadura, desde las altas esferas se dictaron medidas que procuraban la asfixia económica de los templos, colegios, hospitales, asilos y demás propiedades y entidades administradas por la iglesia católica, que contaban con significativo apoyo financiero del gobierno.


El Colegio Loyola no habría de ser la excepción. Ante el incremento de la andanada represiva y en prevención de la ocurrencia de hechos bochornosos en frente de la población escolar, similares a los que venían escenificándose en todo el país, las autoridades del plantel cerraron provisionalmente las aulas y pusieron a salvo al profesorado, siendo algunos de estos enviados a otros lugares, hasta que mejorase la crítica situación. Al frente del centro y las iglesias quedaron solamente las autoridades eclesiásticas, contando apenas con el cauteloso apoyo de aquellos miembros de la población dajabonera que se atrevieron a desafiar el clima de persecución y hostigamiento contra los representantes locales del catolicismo.


-V-


Cosecha de Futuro.


La caída del régimen trujillista y su repercusión en todos los aspectos de la vida política y social dominicana arrojó cambios significativos en el desenvolvimiento de la actividad del Loyola, que redundaron positivamente en su tarea como ente de orientación y moldeamiento de las conductas de los habitantes de la región, por los caminos de la paz, la convivencia, la capacitación y el progreso.

En el transcurso de este fructífero período de más de 6 décadas de labor religiosa y educativa, ambos colegios (Virgen de la Altagracia y Agrícola Loyola) han devuelto a la patria los frutos de sus cosechas, debidamente preparados y capacitados para enfrentar el porvenir. Legiones de jóvenes de la frontera, la línea noroeste y diferentes puntos del país han abrevado en sus aulas como parte de su nivel inicial de formación y otros han completado los niveles técnicos que acrediten su formación profesional. Muchos de los egresados en el ramo de la agropecuaria han continuado estudios en el país o en el extranjero, en la búsqueda de grados superiores de especialización, adiestramiento y actualización. Otros han puesto en práctica de inmediato sus conocimientos al servicio del desarrollo agropecuario de sus comunidades de origen y del país en general.
Y como resultado de ese intenso esfuerzo de entrega a una causa, los cualificados egresados del Loyola, hoy por hoy se encuentran diseminados por toda la región y diferentes puntos de la nación, ocupando funciones a todos los niveles en instituciones oficiales del sector agropecuario, dirigiendo proyectos de investigación y desarrollo agrícola privados o semioficiales, y también al frente de fincas particulares o propias, ocupaciones en las que ponen en práctica con orgullo, destreza y dedicación los conocimientos adquiridos en las aulas de su añorado colegio.

La Finca Experimental del colegio se ha constituido en un novedoso y creativo laboratorio de investigación científica del que han surgido aportes de incalculable valor para el desarrollo y rendimiento de las siembras y el combate de las plagas, lo que redunda positivamente en la calidad de los frutos y el incremento de las cosechas. Así lo atestiguan las Tesis de estudios, investigaciones y ensayos genéticos con diferentes variedades de arroz, guandules, plátanos, gramíneas y diferentes especies de frutales, las que sirven de modelo y referente didáctico y bibliográfico en facultades e institutos de estudio agropecuario en el país.


El colegio marcha a la vanguardia en la minuciosa labor de investigación, identificación y catalogación de especies botánicas y zoológicas en la región, labores en las que los estudiantes, asistidos de su equipo de biólogos y naturalistas, van de la mano con sus homólogos del Instituto Politécnico Loyola de San Cristóbal, en la región sur del país.
El paso de los años y los avances de la ciencia y la tecnología han motivado que el Loyola ejecute, a lo interno, las reformas que demandan los tiempos modernos y que le permitan adecuarse a las necesidades actuales de la sociedad dominicana y de la región fronteriza en particular. Así vemos como en años recientes se han introducido cambios que van desde el nombre y la oferta curricular hasta su estructura física. El actual Instituto Tecnológico San Ignacio de Loyola –ITSIL- ha pasado a ser un moderno centro formativo con ramificaciones en diferentes áreas del saber y con un moderno y eficiente soporte amparado en la tecnología digital que hoy por hoy señala los pasos a seguir en la ruta hacia el desarrollo de los pueblos.

La plataforma académica central está conformada por el ciclo de Educación Básica, Técnica y Agronómica, seguida del plan de Escuela Técnica Obrera (en horario nocturno), niveles básicos de Inglés (vespertino) y Formación Pedagógica (Sabatino).


Esta oferta curricular ha sido reforzada recientemente con la inclusión de niveles técnicos de estudios en Enfermería, Metal-Mecánica, Electricidad Industrial e Informática así como Gestión y Contabilidad.


Desde los primeros años de su fundación, a la función educativa a lo interno de las aulas el Loyola ha sabido agregar una intensa labor extracurricular de asesoría y entrenamiento, orientada principalmente a la capacitación de sectores humildes de la población a fin de que puedan sacar el mejor provecho a las actividades a que se dedican y que constituyen su principal medio de vida. En ese contexto se inscribe la realización de jornadas de entrenamiento en materia de fomento y asesoría en producción apícola, en coordinación con las entidades que agrupan a los productores de miel y sus derivados, en la región; Además, se ha instalado un moderno invernadero y se encaminan las gestiones de ampliación y sostenimiento del vivero de plantas frutales y ornamentales así como de especies endémicas, dirigidas principalmente a reforzar las jornadas regionales de reforestación, entre otras tareas y labores, al servicio de la comunidad.


Contando con un eficiente y dinámico cuerpo docente, a la cabeza del cual se encuentran su Director, Melvin Arias , SJ y Ruffo Jiménez –Director Académico-, el actual ITSIL se mantiene a la vanguardia educativa y actúa como ente de equilibrio y moderación de la sociedad dajabonera y la región fronteriza. En ese tenor, hace sentir su voz ante cualquier circunstancia o acontecimiento que incida en la vida ciudadana.


Periódicamente le devuelve al pueblo, convertidos en profesionales honestos y altamente capacitados, los hijos que ese mismo pueblo le confió un día, para que les moldeara la conducta y les enseñara el manejo de la técnica para ponerla al servicio de la humanidad. Y los resultados de esa siembra de esperanza, abonada con el amor y la dedicación de los profesores y autoridades del Loyola los vemos cada año, con el racimo de nuevos profesionales que constituyen la cosecha de futuro que Dajabón le ofrenda a la Patria.


Para satisfacción de muchos antiguos egresados del colegio, en años recientes la Secretaría de Estado de Educación emitió la Resolución No. 253-06, del 8 de Enero de 2006, mediante la que otorga, de manera Honorífica, el titulo de Bachiller Técnico Agrícola a todos los egresados del nivel de Maestros en Cultivo en el periodo 1949-1975.


En dicho intervalo la legislación educativa no incluía el citado grado de capacitación, aunque en la práctica, con más de 25 años de ejercicio, los Maestros en Cultivo acumularon los méritos necesarios y recibieron los reconocimientos de entidades públicas y privadas en que se habían desempeñado, a pesar de no contar con ninguna compensación adicional y sin que les fueran avalados dichos conocimientos y habilidades para fines curriculares o de promoción en sus posiciones laborales. Independientemente del carácter simbólico de dicha Resolución, esta se constituye en una acción de justicia, que satisface, en el orden profesional y personal, las aspiraciones de cerca de 400 egresados, reconoce su capacidad y nivel formativo y exalta la valoración del Loyola como institución académica de acrisolado nivel pedagógico, que puede equipararse con cualquier otra entidad educativa del país dedicada a forjar profesionales en el renglón de la agropecuaria.


La ciudad de Dajabón y sus alrededores ha sido golpeada recientemente por el paso de tornados, tormentas eléctricas, granizadas y otros fenómenos meteorológicos que han causado daños cuantiosos a la agricultura y las propiedades públicas y privadas. Las instalaciones del Loyola experimentaron en carne propia los efectos de dichos meteoros y de manera principal el tornado del año 2007, que provocó el desplome de techos en diferentes edificaciones, rotura de puertas y ventanas agrietamiento de paredes, inundación de los terrenos de siembra por desborde del canal Juan Calvo y caída de gran cantidad de árboles centenarios que constituían parte de la riqueza ecológica de la finca experimental, entre otros daños.


Esta situación puso sobre el tapete la urgente necesidad por la que atraviesa el plantel en cuanto a efectuar un remozamiento general de sus instalaciones y proceder con la construcción de otras unidades docentes que le permitan atender debidamente a una población estudiantil en constante crecimiento.


En adición a las labores de reconstrucción encaminadas diligentemente por las instituciones oficiales que acudieron en auxilio del colegio y el resto de la población dajabonera, el Loyola se ha enfocado en la tarea de captación de fondos, subsidios y ayudas de entidades nacionales e internacionales dedicadas al fomento de la cultura y la educación, en la búsqueda de soluciones a las necesidades indicadas.


La consecución de estos objetivos constituye el principal dolor de cabeza de los ejecutivos del ITSIL en la actualidad y requiere el apoyo y solidaridad de todos nosotros.
La juventud estudiosa de la frontera, sus familias y comunidades de origen esperan con optimismo la exitosa culminación de esas gestiones.

-VI-


El muchacho de la historia no pudo ver cristalizado su sueño de llegar a las aulas del Colegio Agrícola de Dajabón. Los caminos de la vida le condujeron por otros rumbos, otras latitudes y otras habilidades. No reniega de su destino ni de los resultados obtenidos en el curso de su vida, embebido en otras siembras y otras cosechas. Sin embargo, al pasar por en frente de las instalaciones del plantel, al observar los hermosos sembradíos a través de la verja, al conversar con antiguos alumnos, conocer las incidencias del más reciente ‘Encuentro Anual de Egresados’ o asistir a alguno de los actos con que el Colegio entrega su más reciente cosecha, no puede dejar de sentir un poquito de pena, un dejo de nostalgia, por lo que pudo ser,… y no fue.


Y sigue guardando, para sus adentros, su respeto y admiración para los alumnos del Loyola y los maestros que les guían con acierto y dedicación en la tarea de convertirles en probos y eficientes profesionales.


Quizás algún día, alguien de mi descendencia cuelgue en la pared de la casa, en el punto más alto y a la vista de todos, un Diploma de egresado del Loyola.


Ese seria mi más valioso tesoro!


sergioreyII@hotmail.com


08/31/2009. NYC; 3:30 pm


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COPEY: La ‘Rosa de los Vientos’ de la Línea Noroeste.

por Sergio Reyes II.


Asomándose a la vera de una calcinante carretera que se abre paso a fuerza de heroísmo por en medio de un agreste terreno poblado de guazábaras, cayucos y cenagales salitrosos, en una cruz de caminos de repente se descubre al transeúnte un poblado cuya historia marcha pareja con la de las múltiples rutas a donde conduce y empalma,



Parecería que los arcanos del destino hubiesen dispuesto que allí la ‘Rosa de Los Vientos’ decretase un receso en el recorrido, una parada obligatoria, a veces para orientarse, talvez para ‘coger un respiro’ o para estirar las piernas; pero lo cierto es que todo el que por allí transita, por una u otra razón hace un alto en el camino, aún sea por un breve instante.


Y en tratándose de viajeros, no es de dudar que, tan pronto entra en suspenso el acelerador, con la decidida acción del freno y el suave deslizamiento del vehículo para quedar colocado en posición estratégica en la estación gasolinera o mejor aún, frente a alguna cafetería o ‘fritanga’ de la localidad, de inmediato, como por encanto, comienzan a hacer su efecto los ‘antojos’, los apetitos, los caprichitos,… y la curiosidad en algunos por echar un vistazo a los alrededores.


Y ya estamos atrapados en el hechizo de este singular poblado.


Rasgando el infinito, por cualquiera de los cuatro puntos cardinales en que los avatares de la vida diaria nos conduzcan, no podemos negar que tras el solitario recorrido por los insufribles cayucales de la ‘recta’ de Montecristi, con un invariable paisaje de espinas y sal, el arribo hasta Copey es algo más que un respiro: es como llegar al cielo!!


Igual sucede si la llegada se produce por la vía de Las Matas de Santa Cruz o desde la costeña población turística y portuaria de Manzanillo.

Toda mi vida –y lo expreso literalmente- ha estado ligada a ese insoslayable recorrido, con las esporádicas excepciones, cuando el desplazamiento hacia el terruño de Dajabón o ‘Loma’ se ha producido por la vía de Santiago Rodríguez –por dentro-, o llegando desde el sur, por la Carretera Internacional.


De pequeño, me maravillaba por la manera atenta y hospitalaria con que los lugareños atendían las continuas solicitudes de mi abuela, en procura de agua, para calmar la sed, o solución a urgencias fisiológicas para sí o alguno de los incontables nietos –como yo- con los que siempre andaba a cuestas por estos lares, en viajes de asuntos familiares.


Como todos los pueblos sembrados a la vera de las rutas de desplazamiento, a Copey le tocó la enjundiosa encomienda de hacer de ‘Buen Samaritano’, y más en los casos en que, algunos viajeros llegan hasta la encrucijada en un vehículo para continuar la ruta en otro medio de transporte, luego de esperar en el lugar, en ocasiones, por largo tiempo.


Y en honor a la verdad, debo decir que los laboriosos y emprendedores habitantes del humilde caserío han sabido cumplir ese papel con suficiente gentileza y cortesía, aún dentro de sus naturales carencias y limitaciones.


Quizás heredaron la cualidad principal del Copey -árbol que da su nombre al poblado y cuya resina pega y unifica las cosas- y a ello se deben las grandes dotes de unión, armonía y espíritu gregario, que caracteriza a sus gentes.


Con el constante ir y venir, un aspecto de la población despertó sobremanera mi atención, quedando profundamente fascinado hasta extremos de obsesión: Un viejo templo católico, cuyos delicados trazos no habían sido borrados por el implacable peso de los años o la incuria y dejadez de los responsables directos, sostenido apenas por un hálito de dignidad y bravura –como liniero al fin-, se negaba a dejarse vencer; y haciendo mutis del previsible desplome, se mantenía irradiando luz y esperanza entre viajeros y lugareños, desde la mansedumbre representada en el leño cruzado que nos legó el Mesías, y un poco de alegría para el espíritu, a través del tañido que esporádicamente exhalaba su derruído campanario.


Tal si fuese un doloroso vía crucis, con cierta dosis de comprensible morbo humano, ante cada cruce o parada en Copey, los pasos o las miradas nos conducían instintivamente hasta la endeble silueta del campanario, que ya se avistaba desde lejos, por encima de las copas de los árboles de xerófila vegetación, con la angustia de saber que por el derrotero que llevaba la estructura de la ermita, quizás en el próximo viaje ya no la veríamos más, y tendríamos que apelar apenas a los recuerdos para evocar aquella pintoresca construcción, mas vieja que nuestra existencia.


Todo daba a entender que entre las autoridades eclesiásticas, funcionarios municipales o autoridades oficiales se había producido un ‘acto de renunciación’ al deber de asumir las gestiones en pro de la restauración del templo, para devolverle el brillo y la dignidad que ostentó desde su erección allá por los años 1925-1926, por cuenta de la Familia Socías, emprendedores comerciantes de la región, establecidos en Copey y dedicados al negocio de exportación de madera de Campeche, Mangle y otros árboles empleados en Europa y Estados Unidos para la elaboración de tintes vegetales.


O quizás, por lo bajo, se había elegido la opción de esperar el desplome o proceder a la demolición, para entonces erigir una nueva estructura, con ‘aires modernos’, mas acorde con la mentalidad y los gustos de quienes tenían la facultad para decidir el asunto?


Sea cual fuese el caso, la verdad monda y lironda es que la simbólica ermita de Copey, con todo y su valioso destello de arquitectura victoriana, se estaba cayendo a pedazos, a la vista de todos, sin que nadie hiciera ningún esfuerzo por evitarlo.

Conscientes de que podría sobrevenir lo irremediable si no se emprendía alguna gestión decisiva para rescatar la edificación, algunos sectores de opinión ligados al movimiento cultural de la provincia Monte Cristi y la línea noroeste, comenzaron a impulsar la idea de reparar o restaurar una serie de construcciones antiguas de profundo significado histórico y en iguales condiciones de deterioro, ubicadas en diferentes poblaciones de la región. En el caso del templo de Copey se esbozó la posibilidad de asumir la tarea de su restauración en el orden de Patrimonio Cultural e Histórico, al margen del aspecto meramente religioso.


Estos conceptos comenzaron a definirse a partir de la celebración del ‘Encuentro Cultural de la Región Noroeste’, efectuado en la ciudad de Monte Cristi, del 21 al 23 de Noviembre de 1997 convocado por el Consejo Presidencial de Cultura, entidad que más adelante daría paso a la creación de la Secretaria de Estado de Cultura.


Acorde con ello, la restauración en cuestión fue consignada en las resoluciones finales del evento y más adelante sería incluida dentro del llamado Plan Decenal 2003-2012, del recién creado Ministerio cultural.


Desde antes de estas fechas, algunas personalidades habían iniciado gestiones por cuenta propia, para motorizar las necesarias reparaciones que demandaba con urgencia la añeja estructura. De manera concreta quiero resaltar los ingentes esfuerzos desplegados por los profesionales de la arquitectura Tobías Rijo y José R. Helena, autores del trabajo “La Iglesia de Copey, estructura digna de ser conservada”, publicado en la revista Arquitexto # 15, Agosto 1996, pag. 38, así como las recomendaciones referidas al tesoro arquitectónico de la Provincia Monte Cristi, vertidas por el arquitecto Eugenio Pérez Montas en el escrito “Los Paradigmas de la nacionalidad. Arquitectura y desarrollo económico republicanos 1844-1930”, pág. 187.


En años recientes el local de la ermita, el entorno de esta y algunos sectores de la localidad de Copey fueron usados como el escenario apropiado para algunas de las escenas de la película “Perico Ripiao”, exitoso aporte a la cinematografía dominicana, de corte social y humorístico, producido por el cineasta criollo Ángel Muñiz.


Durante el rodaje de la obra, los miembros del reparto tuvieron palabras de elogio para la añeja estructura, a la que llegaron a calificar como ‘reliquia arquitectónica’, al tiempo de mostrar su extrañeza y preocupación por el evidente descuido que aquejaba a una construcción de tan pintorescas cualidades.


Todo indica que el denominado Plan Decenal resultó ser demasiado ambicioso para las posibilidades reales de la gestión de autoridades que lo asumió en su primera etapa. En cierto modo, aquello no pasó de ser un cuatrienio de maquillaje y auto bombo, con simulacros de ‘mangas de camisa’ en el que –en la práctica- la verdadera gestión ‘cultural’ parecía provenir, principalmente, de los fulgurazos histriónicos al más alto nivel estatal, maximizados hábilmente por la prensa, para diversión del populacho y bochorno de los sectores ecuánimes y sensatos de la Nación, que hubieron de soportar aquella forma campechana de dirigir un país por alguien que, contrario a la usanza romana de los tiempos de los Césares, daba mucho de circo y poco de pan.


La deslucida y poco fructífera gestión ‘cultural’ pasó sin pena ni gloria, dejándonos el deplorable espectáculo de un montón de valiosos proyectos engavetados que solo sirvieron en su momento para apuntalar el prestigio intelectual de los incumbentes de la cartera y allanar, para el futuro, el sendero de proyectos y aspiraciones personales en donde no les sirviese de mucho el retintín de sus sonoros apellidos de abolengo.


Y nueva vez el desaliento y las miradas lánguidas a través de las ventanillas del vehiculo, al pasar de incógnito, por las mismas calles y la misma encrucijada de aquel pueblecito, atrapado en medio del camino, y con su campanario, todavía erguido.


… Con esos toques de dignidad que suelen acompañar a los nobles de espíritu, que nunca se dejan vencer por la adversidad.


( … )


El espíritu indoblegable de la ermita de Copey fue más consistente que mi fe.

No alcanzo a hilvanar las palabras para describir la majestuosidad y el brillo que despide la obra luego de los cuidadosos trabajos y la dedicación dispuestos por el profesional de la arquitectura que dirigió la ardua tarea de restauración, obra que, por encima de mezquinos regateos partidaristas, es antes que nada, una muestra de amor y apego a nuestros valores regionales.


Gracias a la facilitación de información actualizada sobre el tópico que nos ocupa y a la inestimable labor de recopilación de material gráfico y escrito encaminada por los amigos montecristeños Ramón Helena y Papomena, hoy podemos dar a conocer, por esta vía, un esbozo del impecable trabajo de recuperación de la estructura física de la iglesia así como del hermoseamiento y acondicionamiento del entorno de ésta, labor ejecutada en el periodo 2006- 2007, bajo la dirección del arquitecto montecristeño Roberto Fernández Betances, con fondos aportados por el Ayuntamiento de Pepillo Salcedo, Municipio al que está adscrito de manera directa el poblado de Copey.


Me place saber que en el remozado local funciona en el presente una Biblioteca Municipal, con personal y apoyo logístico cubiertos por el Municipio; además, sus salones sirven como hospitalarios anfitriones en la celebración de eventos sociales y comunitarios, reuniones de Juntas de vecinos y ONG’s, etc.


Se hace impostergable la creación de un banco de libros que pueda ser usado por la juventud estudiosa de la comunidad y alrededores y en esa labor no debemos dejar solos a los funcionarios edilicios. Por ello, sugiero que se encaminen las gestiones de captación de libros, revistas y material educativo, y desde ya me pongo a disposición en cualquier esfuerzo que sea necesario, además de tramitar mi aporte, que canalizaré en el menor plazo posible.


Con un poco de esfuerzo colectivo y en atención a sus nuevas funciones, el Centro Comunal puede constituirse en faro de luz que irradie cultura en toda la región, motive el interés por el estudio, la lectura e investigación y facilite los encuentros e intercambios de artistas e intelectuales de la región.


Pienso que la mejor forma de demostrar nuestro agradecimiento a todas las partes envueltas en la feliz conclusión de este atesorado sueño es motivar a todo aquel que pase por Copey, a detenerse unos instantes en la población, recorrer sus calles y visitar su restaurada capilla, que desde ya, debe de ser promovida como destino de interés turístico entre nacionales y extranjeros, mas aun tomando en cuenta que todo este entorno ya forma parte de la historia de la filmografía nacional, como señalamos anteriormente.


Estoy seguro de que, como yo, los visitantes quedarán gratamente complacidos y maravillados.


Ojalá que el logro de este anhelo signifique la reactivación de obras viales como la carretera Copey-Manzanillo y otras demandas comunitarias que vienen siendo reclamadas con urgencia desde hace cierto tiempo por la población. Ello ha de redundar positivamente en el desarrollo social y económico de la localidad contribuyendo a elevar la calidad de vida de sus habitantes.


Enhorabuena Copey; te felicito y me felicito!!


sergioreyII@hotmail.com

08/21/2009/ 11:00 a.m.; NYC



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Los Petroglifos de Chacuey:Herencia indígena que se extingue.

por Sergio reyes ll




I.- ALBORES DE UN ARTE DE AYER.


Las tierras que hoy día pertenecen al Municipio de Partido, en la provincia Dajabón, están incluidas dentro de la vasta extensión del noroeste de la isla que al momento del descubrimiento de América, en 1492, formaba parte del cacicazgo de Marién, capitaneado por Guacanagarix. Allí se conservan valiosas muestras arqueológicas que nos legaron los olvidados habitantes de la isla de Quisqueya o Haití.
Tales exponentes constituyen pruebas irrefutables “de que en esta isla evolucionaron esos grupos étnicos en alto grado, hasta convertirla en el centro por excelencia de la más avanzada cultura antillana, que desde aquí parece haberse irradiado a las otras grandes islas vecinas“.


DE BOYRIE MOYA, Ing. Emile: ‘’Monumento Megalítico y Petroglifos de Chacuey, Rep. Dominicana’. 1955.


En el paraje de Sabana de Los Indios, en una zona conexa a la carretera que conduce de Este a Oeste hasta Santiago de la Cruz, a unos cuantos kilómetros de Partido, se encuentra un conjunto constituido por “un llano, una vertiente, un río, allí donde comienza la imponente cordillera (Central), con su primer diente horadando el horizonte, ... en la meseta del llano, -amplio anfiteatro al que circundan severos pinares en escalonadas cuestas y suaves colinas doradas por el sol- hay un vasto recinto pétreo, obra impresionante de una raza de ayer” (Boyrie Moya, Emile).


Este majestuoso conjunto estructural está formado por una gran plaza ceremonial en el centro del llano, en plena sabana, circunscrita por un camellón semi-elíptico. Una calzada doble, en relieve que comunica la plaza con el cercano Río Chacuey, y, finalmente, un numeroso conjunto de petroglifos en las moles rocosas de ambas márgenes del citado caudal, a unos 500 metros de la plaza. Y todo esto, dominado por el imponente Cerro Chacuey.


“ ... Coronando el anillo, sendos menhires de piedra guardan las entradas del recinto, como hieráticos centinelas ... y allí en lo hondo, junto al venero liquido, a pocos pasos del final de la calzada, ... las pulidas moles de acerados tonos, muestran al sol infinidad de bestezuelas, homúnculos y hasta escenas, que los indios grabaron con sus cinceles pétreos, en la dura superficie para inmortalizar su gesta: dioses buenos y dioses terribles, aquí un ave, allí un reptil, una zancuda que devora un cangrejo, caras redondas y cuerpos rectangulares, figurillas que parecen mover sus brazos y piernas lineales, ... y así, cientos de figuras de ingenuos trazos, -albores de arte-, ... ” (Boyrie Moya).


Dotado de una técnica que raya en la ingenuidad y el simplismo, el indígena grabó una inmensa cantidad de petroglifos, cuyas líneas diseñan figuras antropomorfas, zoomorfas y fitomorfas, en las que se aprecian motivos naturales y escenas de la vida diaria, con cierta tendencia hacia lo grotesco.


Con qué finalidad construyeron nuestros antepasados estos impresionantes antros, o, que clase de ceremonias o ritos acogieron este tipo de recinto? : “ ... Nada nos han dejado sobre este genero de recintos circulares los cronistas del descubrimiento y la conquista” (BM) apenas la curiosidad por descubrir los motivos de estos hombres que nacieron –y murieron- preservando celosamente su arquitectura de esperanza y de piedra.


Durante mucho tiempo, el área ocupada por este importante vestigio de la desaparecida raza taína se mantuvo oculto a los ojos del mundo, debido al tupido e impenetrable manto verde que cubrió la zona luego de la desaparición física de los componentes de las tribus indígenas que ocupaban estas latitudes, a causa del exterminio a que fueron sometidos por los conquistadores, al igual que en el resto de la isla. De tiempo en tiempo, una que otra peregrina mención en los textos de historia, complementada por el interés puesto en estos rastros arqueológicos por estudiosos y publicistas extranjeros de paso por la isla, -trabajando por cuenta propia o por encargo- constituyeron la tónica del poco valor que nuestros gobiernos daban a la cultura que nos legaron los antiguos pobladores. Leyendas de viejos, reforzadas por mitos ancestrales, daban cuenta de que, en la llanura del cerro, en las noches de luna, una inmensa multitud de fantasmales figuras celebraba grandiosas festividades, al son de cantos, maracas y atabales, durante prolongados espacios de tiempo, al influjo de impresionantes trances que les hacían danzar, henchidos de frenesí. Concluidos los ritos, se dirigían en tropel hasta el cercano río para recibir, en la unción de sus impetuosas aguas, el bautismo sagrado y recuperar así las agotadas energías.


En los agricultores de la zona, cuyos conucos colindaban con el área del vasto recinto monumental, así como en los integrantes de los contingentes revolucionarios que en innumerables ocasiones hicieron de esta zona su centro de operaciones guerrilleras, descansó durante mucho tiempo el secreto de las piedras de los indios y las caritas grabadas en las rocas de las márgenes del río. Eventuales referencias a la aparición de tiestos, trozos de utensilios y muñecos de piedra conteniendo complicados grabados, mientras se preparaban los terrenos para el cultivo agrícola, aumentaron la convicción de que había que profundizar en las investigaciones sobre estos restos culturales, para darlos a conocer en toda su magnitud al país y al mundo.


El rescate y valorización de la plaza monumental y los petroglifos de Chacuey, así como la investigación científica de todo el conjunto y la exposición de una serie de hipótesis sobre el significado de cada uno de los grabados descubiertos y la posible función y utilidad de la plaza en si misma, empezó con la realización de una serie de expediciones científicas dirigidas por el eminente investigador y antropólogo Ing. Emile de Boyrie Moya, a partir de Febrero de 1948.


(Las investigaciones in situ se desarrollaron en Febrero de 1948, Noviembre de 1951 y Octubre de 1952).


En su calidad de Director del Instituto Dominicano de Investigaciones Antropológicas, adscrito a la Facultad de Filosofía de la Universidad de Santo Domingo (hoy UASD) –del que fue su primer Director-, encaminó el desentrañamiento del vasto tesoro cultural taíno que subyacía casi a ras de la tierra, en la virgen y boscosa zona de Partido.


El equipo de colaboradores que acompañó al Ing. De Boyrie Moya en la expedición estuvo constituido por el Dr. René Herrera Fritot, Dr. Carlos González Nuñez, Dr. José María Cruxent (Venezolano), Luis A. Chanlatte Baik y Mario Suárez. Como ayudantes de los trabajos participaron los señores Miguel y Alejandro Rodríguez, Melanio y Juan José Jáquez, Jaime García y Quirino de la Rosa, residentes en la comunidad.


Del valioso aporte hecho al país por este eminente investigador y su equipo, así como por otros arqueólogos y científicos que han profundizado en la investigación del pasado histórico indígena, han quedado, en resumen, las siguientes conclusiones:


A.- La plaza circular y los litoglifos de Chacuey constituyen una prueba irrefutable de que en la región existieron durante un largo periodo, importantes asentamientos indígenas de numerosa población, puesto que la titánica labor que allí ha quedado patentizada no pudo ser llevada a cabo por un número reducido de personas.


B.- El hallazgo de numerosos fragmentos de alfarería taina (burenes, tiestos de cerámica, ollas, potizas y múltiples vasijas) dentro del cuerpo de las calzadas circulares, permiten atribuir la construcción de las grandes plazas ceremoniales de Chacuey y San Juan de la Maguana “al grupo cultural taíno, de origen arahuaco (Arawak) sudamericano, que poblaba la isla de Santo Domingo cuando la descubrió Colon”. BM


En las proximidades de San Juan de la Maguana, a unos 100 kilómetros al sureste de Chacuey, al otro lado de la Cordillera Central, existe una plaza cercada, circular, de vastas proporciones y gran parecido con el monumento megalítico de Chacuey. Se le conoce como ‘Corral de Los Indios’ y está constituído por una sola y amplia calzada circular, de piedras colocadas una junto a la otra, con la apariencia de un camino empedrado de 21 pies de ancho y 2,270 pies de circunferencia. No obstante, dada la apreciable distancia que prima entre ambos monumentos y la barrera natural que se interpone entre estos, no hay duda de que fueron construidos por hombres de distintas poblaciones y de jefaturas –cacicazgos- diferentes.


C.- Las figuras plasmadas en los menhires o monolitos columnares de la entrada a la plaza y el centro de ésta, dado su estilo y elaboración, están íntimamente relacionadas con los petroglifos del río.


El periodo Arahuaco cuenta entre sus características, la aparición de los amuletos y los primeros bateyes indígenas para el juego de la pelota. Los yacimientos indígenas de Partido y Fort Liberté (en Haití) y el residuario taíno de Los Almácigos, han sido clasificados como el núcleo principal de las expresiones arqueológicas Carrier y Mellac.


D.- Por su gran similitud con el Corral de los Indios de San Juan de la Maguana, “se establece ( ... ) un tipo definido de construcción ciclópea, con cánones arquitectónicos más o menos fijos, constituidos básicamente por una gran calzada pétrea circular, y una extensa calzada, de tramos rectilíneos, que desciende, orientada al oeste, hacia la poza de un río”.


-El río a que se refiere es el Arroyo Fondillo, afluente del Río San Juan-.


E.- El amplio espacio ocupado por el corral (unos 29,000 mts./2 y un perímetro de dos tercios de kilómetro) reafirman el criterio de que esta plaza fue concebida con fines ceremoniales y que guarda estrecha relación con el río y los petroglifos que le adornan.


Estudios más recientes –Agosto, 1979- basados en mediciones y observaciones astronómicas, plantean la hipótesis de que las celebraciones escenificadas en dicha plaza bien pudieron tener relación con ritos solares y, concomitantemente, al periodo para actividades agrícolas (siembra y cosecha de la yuca, P. Ej.) En ese tenor, se plantea que los petroglifos, en vez de símbolos fonéticos podrían ser ideogramas de las funciones o móviles de las celebraciones, y que estas son “incuestionablemente referidas a las influencias ejercidas por la divinidad solar, en el contexto de la vida animal-vegetal, como era concebida por los usuarios de Chacuey”. Castellanos, Reynaldo; ‘ La Plaza de Chacuey, un instrumento astronómico megalítico’. 1981: 31).


F.- Los vestigios de tiestos y fragmentos de carbón de fogones en el cuerpo de las calzadas, indica que las celebraciones desarrolladas en este escenario pudieron ser de considerable duración lo que conllevara la necesidad de “habitación humana probablemente temporera sobre los camellones circulares” BM.


-La variedad de estilos y calidad en los grabados, permite suponer que los petroglifos son el producto de sucesivas generaciones, asentadas en el lugar, pero las formas pertenecen al mismo horizonte cultural.


-Existen tres grupos de petroglifos: el de el Charco de Las Caritas, el de El Charco de Los Mellizos y, en las estribaciones primeras del Cerro de Chacuey, a 2 ½ kilómetros, aguas arriba del Charco de las Caritas.


G.- El hecho de la ausencia de mención de estos antros en las obras de los cronistas del descubrimiento, sugiere la presencia de celo y desconfianza desmesurada de parte de los indígenas, lo que les hizo mantener, frente a los colonizadores, el secreto de la ubicación de estas plazas así como la finalidad o razón de ser de ellas.


H.- No se ha encontrado manifestación de contacto, transculturación o influencia de la cultura española en estos restos históricos taínos, lo que lleva a pensar que el lugar se despobló antes de que fuera tocado por la mano aviesa del conquistador.


( ... )

“Y ahora, al contemplar el cerro monumental, con su cresta azulada enmarcada de nubes blancas, altar gigantesco donde quizás creyó el indio que los dioses recibían el homenaje devoto de sus hijos, nos parece la imponente soledad de la llanura el símbolo del dolor de la raza desaparecida, que con tanto amor consagró la mayor parte de su vida al culto sobrenatural y lo divino” BM.


II.- SITUACION ACTUAL DEL COMPLEJO.-

En visitas realizadas en años recientes al recinto ceremonial de Chacuey hemos quedado llenos de estupor al comprobar las deplorables condiciones en que se encuentra en la actualidad: La plaza como tal no existe, dado que en la década de los 80’s, el perímetro que ocupaba fue atravesado de un extremo a otro debido a los trabajos de ampliación de la carretera, en una insólita acción de las autoridades gubernamentales de ese entonces que no respetaron los reclamos de la comunidad y las recomendaciones de peritos, ambientalistas y arqueólogos, quienes demandaban a una sola voz que fuese modificado el curso de la vía en cuestión, para preservar así la estructura original de esta importante reliquia histórica.


A esto se añade el hecho de que, el centro de la plaza monumental fue convertido por los lugareños en un play o campo deportivo para la práctica de béisbol. Para colmo, el terreno fue allanado con ayuda de tractores, a fin de facilitar la realización de la citada disciplina deportiva, removiendo de su lugar centenares de rocas y pedruscos que conformaban el recinto circular, con lo que se ha cometido un crimen arqueológico de niveles incalculables.


Esta repudiable acción, que bajo ningún concepto puede ser excusada con el alegato del fomento a las actividades deportivas, fue tomada por encima de la autoridad del Dr. Dato Pagán Perdomo, ex Director del Museo del Hombre Dominicano, organismo oficial en el que descansa la misión de salvaguarda y difusión del tesoro cultural patentizado en estos restos pétreos.


Dicho funcionario, fallecido en Mayo del año 2000, encaminó acciones tendentes a frenar la deplorable acción de depredación cultural e histórica, y a tal fin, se reunió en varias ocasiones con las autoridades, organismos y personas influyentes del municipio de Partido y comunidades aledañas, a fin de crear un movimiento de opinión que luchara por elevar los niveles de conciencia en la población, en pro de convertirlos en celosos vigilantes y defensores de este patrimonio, que no sólo es propiedad de la provincia y la Nación dominicana, sino de toda la humanidad.


En gran medida, los esfuerzos fueron infructuosos y en el presente se evidencia un estado de apatía e indolencia, que amenaza seriamente con hacer desaparecer por completo lo poco que queda de lo que una vez fue el recinto ceremonial taíno.


La impotencia y el desaliento son de tal magnitud que han contagiado a la humilde señora que eventualmente acompañaba -aportándoles sus sencillas y humildes explicaciones- a los escasos visitantes que se aventuraban a penetrar al recinto pétreo. También ella se cansó de clamar en el desierto y de enfrentar la indolencia y la incuria de la población.


A lo anterior se agrega el hecho de que con preocupante frecuencia, sectores ligados a la industria de la construcción incursionan furtivamente en las márgenes del río para extraer camionadas de arena y grava, lo que pone en virtual peligro de desaparecer a los petroglifos que se están grabados en las rocas y pedruscos de la ribera.


El aldabonazo final lo constituye la incuria y falta de conciencia de lugareños y visitantes del balneario de Chacuey, quienes someten a maltratos y alteraciones la estructura de los petroglifos, por medio de graffiti e incisiones en la superficie de las rocas, lo que podría provocar la desaparición física de lo poco que queda de este valioso tesoro cultural taíno.


El panorama no puede ser mas sombrío y desolador para aquellos que valoran en su justa dimensión el significado intrínseco de los remanentes culturales de la explotada y vilipendiada raza aborigen de la Isla Hispaniola. Hace falta la toma de medidas tendentes a crear un gran movimiento de opinión que involucre no sólo a las instituciones oficiales, sino también a las organizaciones culturales, inversionistas con vocación hacia el turismo histórico y ecológico, intelectuales, sectores progresistas y pueblo en general, a fin de preservar lo poco que aún queda y ponerlo al alcance del pueblo.


III.- PLAN DE RESCATE.-


El investigador Carlos Andújar Persinal (Director del Museo del Hombre Dominicano en el período 2000-2004) esbozó un plan operativo orquestado junto a organizaciones comunitarias, tendente a recuperar el área de la plaza ceremonial, para devolverle a ésta, por lo menos una parte de su esplendor original. Este plan de trabajo debe ser asumido por los incumbentes del organismo en la actualidad, a fin de darle continuidad o readecuarlo, según las necesidades.


Asimismo, de manera incipiente han comenzado a darse los primeros pasos de lo que podría ser una cruzada de rescate cultural y de promoción turística, haciendo hincapié en el aspecto de la preservación de la ecología y la difusión de los valores históricos representados en el conjunto arqueológico, todo ello encaminado por inversionistas oriundos de la región, prevalidos de las mejores intenciones y asesorados por instituciones y profesionales versados en la materia.


En ese contexto, es fundamental poner en marcha ejecutorias que contribuyan a dar a conocer a toda la colectividad los valiosos vestigios que forman parte del legado histórico taíno, haciendo hincapié en la importancia de integrar en el proyecto a los moradores de las comunidades vecinas al enclave arqueológico, como forma de convertirles en vigilantes y celosos defensores de estos restos pétreos, frente al vandalismo de posibles visitantes inconsecuentes.


La campaña de divulgación y concientización de la ciudadanía debe estar basamentada en la reproducción, por todos los medios posibles, de los grabados que constituyen el tesoro artístico de Chacuey, exposición de láminas, producción de afiches, edición de folletos y brochures; todo ello debidamente documentado en base a las fuentes autorizadas sobre la materia.


En el aspecto de la presencia física de personal técnico y de vigilancia en el área del recinto ceremonial y sectores circunvecinos, entendemos viable la propuesta externada por entidades ligadas al quehacer cultural, en el orden de motorizar la creación de un Centro de Información y Documentación interinstitucional, que sirva de guía a los visitantes, ofreciéndoles las informaciones apropiadas. Acorde a esta propuesta, dicho centro contaría con una estructura física ambientada con aspectos propios de la cultura aborigen y estaría dotada de instalaciones sanitarias y de parqueo, tienda de venta de artesanías y material impreso, área de refrigerios y para acampar, entre otras facilidades necesarias para el disfrute de los visitantes al lugar.


Una parte de dichas instalaciones debe servir como Museo o Sala de Exhibición de restos arqueológicos, procedentes de la propia zona y que se encuentran en la actualidad en manos de lugareños de la población de Los Indios y poblados vecinos, quienes podrían cederlos a manera de préstamo para su exhibición con fines educativos. Es recomendable proceder a efectuar el levantamiento o inventario de dichos restos, previa verificación de la autenticidad de las piezas.


El estudio y la elaboración de planos topográficos ejecutado en la zona por el Ing. De Boyrie Moya y sus acompañantes, y que ha sido revisado y confirmado por otros investigadores que les precedieron, permite tener una visión global del recinto ceremonial, independientemente de que su estructura haya sido cercenada parcialmente. En ese tenor, sería pertinente proceder con la construcción de una reproducción a escala del recinto, tal y como se ha hecho en situaciones parecidas en otros países; esto permitirá a los visitantes y público en general tener una idea aproximada de lo que fue esta importante plaza indígena.


Una gran parte de las rocas redondeadas, alargadas y aplanadas –según el caso- que constituían los cercos, calzadas o asientos -o similares a los monolitos verticales que marcaban los portales o entradas del recinto original-, se encuentran diseminadas en patios y conucos cercanos de la comunidad de Los Indios. Fruto del desconocimiento y humildad de los moradores, algunos de estos importantes restos pétreos cumplen funciones ornamentales o de definición de linderos entre parcelas y propiedades vecinas, lo cual constituye un ingrato e inapropiado uso, que desdice mucho de la veneración que las generaciones del presente deberían dar a estos significativos vestigios indígenas.


A su vez, el lecho del río y cañadas cercanas cuentan con una considerable cantidad de rocas de aluvión, de similares características que las que fueron usadas originalmente por los constructores taínos.


Por ende, con poco esfuerzo se puede lograr la recreación lo más exacta posible de una versión en pequeño del recinto ceremonial, que se ajuste a los fines educativos y de proyección de nuestras raíces, tal y como hemos señalado.


Las gráficas, planos y mapas de la zona, así como la descripción minuciosa de todo el complejo y sus componentes estructurales, artísticos y paisajísticos están disponibles en diversos textos publicados al respecto, para cuando empiece de lleno la gran tarea de rescate.


Con igual finalidad podría procederse con la instalación de una maqueta o diorama, similar a las que adornan las salas de exhibición del Museo del Hombre Dominicano, que permita recrear diferentes aspectos de la vida de un conglomerado o aldea taína y el uso que estos hacían de la Plaza Ceremonial.


Con el auspicio de la Casa de la Cultura de Dajabón, un grupo de activistas culturales de la comunidad de Los Indios ha estado gestando desde hace cierto tiempo la creación de un grupo de danzas folklóricas que ejecute representaciones al estilo de los Areítos escenificados por la raza aborigen taína. Entendemos que con el apoyo decidido a esta iniciativa y la asesoría adecuada de entidades como el Instituto Dominicano del Folklore –INDEFOLK-, podrían verse cristalizados, con resultados satisfactorios, los nobles esfuerzos de estos jóvenes valores de la localidad.


Finalmente, entendemos que como una forma de incentivar el turismo histórico-ecológico, al Municipio de Partido y a la provincia de Dajabón, en sentido general, le conviene acondicionar debidamente el Charco de Los Mellizos –uno de los puntos de concentración de petroglifos- y otros balnearios cercanos, a fin de estimular la asistencia de publico con fines didácticos y de recreación.


De igual forma se podrían establecer senderos de acceso y zonas de campamentos en los altos del Cerro Chacuey, que domina con su impresionante verdor toda la zona circundante al recinto ceremonial indígena.


La topografía de Partido ha dado pie al establecimiento de áreas para el desarrollo de deportes de velocidad en su variedad de ‘motocross’, ‘enduro’, ‘rallyes’, etc., lo que motiva la asistencia periódica de personas procedentes de diferentes lugares, atraídas, además por su clima fresco y sus agradables balnearios. Se hace necesario, por tanto, ofrecer a dichos visitantes y lugareños una imagen de pulcritud, organización y respeto por el entorno y la riqueza histórica de la zona a fin de que pueda ser imitada y respetada por éstos.


La puesta en vigor y sostenimiento de este ambicioso proyecto debe estar concebida como una labor de ejecución y colaboración interinstitucional, en la que tengan cabida todos aquellos interesados en el rescate de los aspectos más relevantes de la cultura heredada de nuestros ancestros. Por ende, no debemos dejar solos a las actuales autoridades y técnicos del Museo del Hombre Dominicano y demás entidades gubernamentales del quehacer cultural ni a las organizaciones de dicha rama a nivel provincial. Los antropólogos, historiadores, sociólogos, ecologistas, ambientalistas, periodistas, la UNESCO y demás organismos y personas interesadas en el rescate, valorización y preservación de nuestro pasado histórico, deben unirse en pro de esta gran jornada.


sergioreyII@hotmail.com


08/15/2009; 3:00 p.m. NYC

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PUEBLO NUEVO, TIERRA DE PROMISION.

Por Sergio Reyes.-







Llegaron llenos de patriotismo, al igual que lo harían los valientes y abnegados muchachos del catorce, obnubilados con la visión de un puro ideal que les vendía la propaganda oficial; luchando a contrarreloj por poblar masivamente la frontera y frenar a toda costa el avance del pretendido peligro que se nos venía encima, desde el Oeste.


“ … Tierras cultivables, aperos de labranza, semillas y cepas de diferentes rubros agrícolas -para el rápido fomento de conucos y huertos-, yuntas de bueyes -para el arado-, cerdas preñadas -para la crianza-, abonos y asesoría técnica para desarrollar buenas cosechas, ayuda en metálico, (en lo que mejoraba la cosa) y -más adelante- préstamos a través del Banco Agrícola, para financiar –principalmente- cosechas de Maní.”

Llegaron en oleadas sucesivas. Ante el evidente fracaso experimentado por las primeras brigadas, compuestas de “voluntarios” presidiarios y rufianes de toda clase, con quienes se quiso ensayar en la frontera la integración a la labor agrícola y el disfrute de una vida honrada y en libertad, el régimen de Rafael Leonidas Trujillo Molina no tuvo otro remedio que optar por lo que el buen juicio aconsejaba y empezó a reclutar campesinos verdaderos, con ganas de trabajar y sin miedo a las dificultades propias del quehacer agrícola.


Llegaron, espoleados por las ansias de algún día, poder llegar a ser dueños del terruño abonado por sus sudores y sus lágrimas, empezaron a llegar, algunos en pareja o grupos familiares y, otros más, solos, a observar cómo marchaba el asunto, para motivar a los del núcleo familiar que habían quedado atrás, a la espera de las buenas nuevas.


Llegaron desde todos los puntos cardinales, pero en mayor medida de Salcedo, Macorís y otros puntos del Cibao central. Hombres y mujeres duchos en las faenas agrícolas, templados, como el acero en el duro batallar, de sol a sol, fecundando la tierra para hacerla parir el pan redentor. Hombres humildes y abnegados. Amantes del trabajo, las fiestas y los gallos, el buen trago, … y las mujeres!! Valientes y decididos, a toda prueba. Como los necesitaba la frontera y el país.


El ardiente sol les dió la bienvenida, quemó sus pestañas y bañó sus frentes de salados torrentes de sudor. Allí todo estaba por hacer: La madera y los martillos, clavos y planchas de zinc les esperaban, para empezar a darles forma a lo que habría de ser sus moradas.


Aunando esfuerzos, unidos como un solo hombre, coordinando acción y movimiento fueron levantando las estructuras, definiendo los perímetros y posesionando a los ocupantes, en una ininterrumpida jornada que se proyectó en el tiempo y el espacio, hasta que el último “colono” estuvo junto a su familia bajo un techo seguro y resguardado por cuatro paredes.


Segundos, minutos, horas y días que hermanaron afanes y sentimientos, en busca de un bien común. Compartiendo el cachimbo, el traguito de café y la comida, cocinada, también, colectivamente,


El parto de aquella épica jornada quedó pomposamente patentizado para la historia como Colonia Agrícola Pueblo Nuevo, en tierras que forman parte de lo que hoy es el Distrito Municipal de Capotillo. Diez casitas fueron el fruto de esa primera cosecha y diez las primeras familias asentadas. Así, comenzó a forjarse, en la fragua del quehacer colectivo, esa pujante comunidad cuyos descendientes, con ligeras variantes, aún permanecen en la frontera, apegados a los añejos troncos de aquellos valientes que echaron raíces allí, hace más de 60 años.

Cuando entré en conocimiento de estas vivencias, y acogí como mías las penurias y alegrías de estas gentes, muchas cosas habían cambiado sustancialmente. La población inicial creció numéricamente y nuevas oleadas de inmigrantes siguieron llegando, atraídos por las favorables expectativas que ofrecía esta tierra de promisión. Se habilitó una escuelita para instruir a los niños y oficiar misa en Domingo y otras viviendas fueron levantadas para acoger a los recién llegados o a las nuevas parejas surgidas entre miembros de los núcleos familiares asentados u otros lugareños que desde antes residían en la zona.


Algunos partieron de allí, en busca de más amplios horizontes y nuevas ocupaciones. Otros llegaron y encontraron en el terruño la necesaria receta para curar sus dolencias. Y se abonó esta tierra buena con los afanes y desvelos de estos nobles y dignos inmigrantes.


Domínguez, González, Ramírez, Jiménez, Lora, Portes, Rivera, Infante, Reyes, Jorge, Chávez, Cordero, Arias, Paulino, Batista, Saint-Hilaire, entre otros muchos apellidos, son solo una muestra de la expansión experimentada por aquellos visionarios que llegaron a la frontera a poner alma vida y corazón en cada surco de la pródiga tierra.


Hoy rebasan los linderos de Pueblo Nuevo, Dajabón y la República Dominicana y vuelan por todas partes del mundo, llevando con orgullo, doquiera que van, un poquito de su raza sus costumbres y su tierra.


Ante esos imbatibles y valerosos hijos de Pueblo Nuevo y en homenaje a los que se marcharon antes, a conciliar sus cuentas con la Parca, hoy me inclino, reverentemente. Ellos son mi familia, de ahí vengo yo.

05/15/2009. 8:00 p.m. NYC

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LA VIGIA: Destellos del ‘Sol Naciente’ en la frontera.

Por Sergio Reyes.-
-I-


29 de Julio 1956 – 29 de Julio 2009.


Sus rasgos faciales los delatan. El opaco tono de su piel y la intensa negrura en sus cabellos disipan la remota posibilidad de incurrir en algún equívoco. Y si se afina el oído y se le da seguimiento a su inconfundible parloteo se tendrá la plena conciencia de que estamos en presencia de fieles representantes de la Tierra del Sol Naciente, el mítico y distante archipiélago de Japón.
Se mueven a sus anchas por las calles y veredas de este pueblo, que también es el suyo. En las escuelas, sus vástagos calientan butacas junto a nuestros niños y en la glorieta y las calzadas del parque, en los eventos deportivos, las patronales o el carnaval, los mozalbetes de esa raza intercambian impresiones, desarrollan amistades e identifican afinidades y sentimientos comunes con nuestros hijos e hijas, dando paso a relaciones primarias que, con el paso del tiempo, el destino se encargará de definir. –Y que, de hecho, ya ha comenzado a dar sus frutos, contribuyendo a incrementar los niveles demográficos en las estadísticas provinciales, con valiosos exponentes que ostentan, por partida doble, la nacionalidad domínico-japonesa.
Los mayores, un poco más recatados y circunspectos, guardan todavía un celoso apego a tradiciones, costumbres y férreas normas de vida heredadas de sus ancestros y que han sido continuadas a fin de poder mantener el lazo indisoluble con sus raíces culturales allende el océano. Sin embargo, en su trato diario en la comunidad, sus relaciones comerciales o los afanes de la actividad agrícola, se esfuerzan por sostener una relación igualitaria, que les permita amoldarse al medio en que viven y compartir, junto a sus compueblanos, los afanes e incidencias del diario vivir. Sólo en lo interno de sus modestas viviendas, exentas de terrenales e innecesarios lujos propios del consumismo y en la intimidad del núcleo familiar puede entreverse la profunda y aleccionadora firmeza en sus convicciones, profesadas en pleno seno de nuestro terruño por este pujante y emprendedor núcleo de inmigrantes que llegó a la frontera para quedarse y que con más de 50 años de afanes, luchas y alegrías, hoy pueden ostentar, como el que más, su autentica condición de dajaboneros. O domínico-japoneses, para ser más precisos!
Por si aún no lo han adivinado, me refiero a la emprendedora colonia de inmigrantes de nacionalidad japonesa –y sus descendencias-, establecidos en la Colonia Agrícola La Vigía, en la Provincia Dajabón.
-II-
La llegada a territorio dominicano, a partir de 1956, de los primeras brigadas de granjeros y agricultores de origen nipón, así como su posterior establecimiento en diferentes puntos del país, para pasar a engrosar las denominadas Colonias Agrícolas auspiciadas por el gobierno nacional, constituyen un eslabón de la infinita cadena de urdimbres gestadas por el dictador Rafael Leonidas Trujillo Molina, en función de sus conveniencias particulares, sus proyectos políticos de expansión y control territorial, y, de manera coyuntural, una muestra de ‘magnanimidad’ y solidaridad para con grupos perseguidos de la población civil o en peligro de exterminio a causa de su condición racial, países afectados por conflictos bélicos internos o que habían sido dramáticamente afectados por la reciente conflagración mundial que había arrastrado a la vorágine a la mayor parte de las naciones industrializadas y transformó la fisonomía de la órbita terrestre en función de la creación de bloques hegemónicos en los que descansaba el poderío de las superpotencias, situación que sumió en el caos y el descalabro económico a aquellos que cargaron con la derrota, y hundió aún más en la miseria a las naciones empobrecidas y subdesarrolladas del ‘tercer mundo’.


En el fondo, estas artimañas formaban parte de una estrategia de ‘maquillaje político’ con la que el tirano pretendía mejorar su deteriorada imagen en momentos en que los gobiernos y entidades internacionales a través de toda América y el mundo aunaban esfuerzos para imponer sanciones políticas y económicas a la República Dominicana y su gobierno por las ejecutorias represivas y dictatoriales con que Trujillo venía conduciendo a la nación, desde su instauración en el poder, en 1930, y, de manera principal, por la ejecución del abominable genocidio perpetrado en pleno territorio nacional en contra de más de 20, 000 nacionales haitianos, en Octubre de 1937.
Acorde con los planes de la dictadura, la nación había sido convertida en una especie de ‘asilo multinacional’, al que arribaron oleadas de refugiados de la Guerra Civil Española ( 3,056 personas, entre los años 1939-1940), judíos que escapaban de las atrocidades del holocausto anti-semita auspiciado por el régimen nacional-fascista de Adolfo Hitler, en Alemania (más de 700 refugiados, en los años 1941, 1944, 1947, 1953 y 1956) y húngaros que padecían la atroz persecución política luego de la fallida revuelta organizada en Hungría, en 1956, en contra del régimen expansionista soviético (582, en 1957); A su vez, en base a acuerdos y componendas entre el dictador español Francisco Franco y su 'compadre’ quisqueyano, se canalizó una nueva oleada migratoria de españoles entre los años 1955 – 1959, que ascendió a un número tope de 4,466 personas.


La política de puertas abiertas a la inmigración masiva auspiciada por el régimen trujillista se insertaba dentro de los planes y lineamientos estratégicos de establecer una ‘muralla humana’ a todo largo de la frontera domínico-haitiana que contribuyese a afianzar y preservar los límites territoriales, y, de manera indirecta, estaba dando curso a sus confesados planes de ‘blanqueamiento’ de la población.


Lo primero se deduce claramente por la ubicación geográfica de las colonias, que, en su gran mayoría, fueron establecidas en los ámbitos territoriales de las provincias fronterizas, desde Pedernales –en el sur- hasta Monte Cristi –en el norte-. A su vez, de manera expresa estaba prohibida la inmigración de personas ‘de color’, dándose preferencia a miembros de ‘raza caucásica’ –es decir, blancos-, de buena salud y, en el caso de los hombres, se estipulaba que debían tener ‘entre 15-50 años’; Obviamente, el déspota también andaba a la caza de ‘padrotes’ que contribuyesen con el blanqueamiento racial, contrarrestando así el elevado numero de pobladores mestizos en la nación.
-III-


- Un imperio en desbandada.
La culminación de la Segunda Guerra Mundial, con la firma de la rendición japonesa el 15 de Agosto de 1945, ponía fin a un sangriento remolino de muerte y destrucción que arrastró a las naciones más poderosas del mundo y dejó sumido al imperio japonés en la más espantosa depresión económica, caracterizada por el incremento en los niveles de pobreza, destrucción masiva de ciudades, centros financieros e industriales, desarticulación de su poderío militar, naval y aéreo y, entre otras cosas, la pérdida de importantes colonias en el nordeste y sudeste asiático.


La repatriación de mas de 7 millones de personas de dichas colonias, el desabastecimiento de alimentos y el incremento del desempleo, colocaron al régimen del Emperador Vitalicio Hirohito en la desesperada posición de gestionar ubicación para esos grandes contingentes humanos empobrecidos por la desastrosa secuela del conflicto bélico.


El proceso inmigratorio se enfocó, de manera principal, hacia destinos en Sudamérica tales como Brasil, Paraguay, Bolivia, Argentina y otras naciones, y en el curso de dicho proceso dieron inicio las negociaciones con el régimen de Trujillo.


-IV-


- ‘Paraíso caribeño’.


Los primeros intentos de colonización auspiciados por el régimen en base al establecimiento de refugiados de guerra e inmigrantes mayoritariamente de nacionalidad española demostraron la poca identificación de estos con las labores agrícolas, particularmente en la lejanía y soledad de la zona fronteriza. Se hizo evidente que la mayoría de aquellos estaban imbuidos de una mentalidad citadina, eran amantes del boato, los corrillos intelectuales y el culto a filosofías políticas contrapuestas a los férreos estamentos de la dictadura.


Por demás, en su gran mayoría, estos sólo buscaban usar a la nación Caribeña como un trampolín que les llevase a otros destinos en Sudamérica, mas a tono con sus actitudes y destrezas.


En ese orden, Trujillo se concentró en buscar ‘campesinos verdaderos’, con conocimientos y habilidades probadas en métodos avanzados de cultivos, manejo de la agropecuaria y la pesca. El conocimiento referencial que tenía sobre ciertos aspectos de la cultura japonesa y su manejo de innovadoras técnicas agrícolas le hizo encaminar los pasos en esa dirección, y en el transcurso del año 1954 el gobierno dominicano extendió un ofrecimiento público al régimen imperial japonés para recibir colonos de esa nación y establecerlos en suelo quisqueyano.


Se nombraron comisiones oficiales bilaterales que procedieron a explorar el alcance del ofrecimiento, las condiciones que debían reunir los aspirantes a colonos y a definir las mutuas obligaciones contractuales entre ambos gobiernos contratantes.


Como resultado de iniciales negociaciones encaminadas por Tsukasa Uetsuka, ante el gobierno de Trujillo, se obtuvo la promesa de que la República Dominicana concedería a los inmigrantes japoneses ‘plenos derechos, asistencia financiera y vivienda’; acorde con ello, ‘5,000 familias de granjeros podrían emigrar’ de inmediato al país.


Adicionales estipulaciones establecieron las responsabilidades siguientes entre los gobiernos dominicano y japonés:


-El gobierno dominicano aceptaba aportar una casa amueblada, 300 tareas de tierras (previamente acondicionadas y listas para la siembra) y RD $ 0.60 diarios por familia, durante los primeros seis meses a partir del asentamiento; Además, exención de impuestos para los artículos que los colonos pudiesen acarrear desde Japón.


-De su parte, el gobierno nipón se hacía responsable del reclutamiento y selección de los inmigrantes, los costos de transportación, pasajes y supervisión de las facilidades e instalaciones de los asentamientos.


A fin de motivar y estimular la emigración se desató una amplia y vistosa campaña de difusión publicitaria en los periódicos japoneses en los que se aludía a la República Dominicana como un ‘paraíso caribeño’, que, de hecho, se hacía más atractivo por los favorables incentivos ofertados por el gobierno dominicano.


A tono con las ‘bondades’ publicitadas, uno de los primeros colonos, que respondía al nombre de Noburu Uda, contribuyó a la descripción de la isla como una ‘tierra de ilimitadas oportunidades’. Con exageradas palabras describió su nuevo hogar como un paraíso, con casas limpias y aseadas, mobiliario completo así como utensilios de cocina y ropa de cama. A su decir, las condiciones de trabajo eran buenas y se contaba con suficientes alimentos y a bajo precio.


El reclutamiento de los potenciales inmigrantes fue, en extremo riguroso. Los grupos familiares debían contar con ‘no menos de 3 hombres entre los 15 y 50 años, calificados para el trabajo’; no se aceptaban los solteros o personas individuales, aunque un hermano u otro relacionado podía ser incluido como miembro en el interés de configurar un núcleo familiar que cumpliese los requerimientos exigidos. Se enfatizaba en el enrolamiento de trabajadores, en particular granjeros –agricultores- y pescadores.


La ciudad y puerto de Yokohama, en la porción central del litoral oriental del archipiélago japonés fué dispuesto como el punto de concentración y partida de los grupos de futuros colonos que habían salido airosos en el proceso de selección. De allí habrían de zarpar hacia el distante mar caribe, siguiendo los dictados de un sueño de mejoría social y de superación de los traumas derivados del conflicto bélico.


Un ambiente de gran expectación reinaba por aquellos días en las calles y plazas de Yokohama, así como en el congestionado entorno portuario. Familias enteras, entre las que se contaban algunos que por primer vez se alejaban del lar nativo o se internaban en el complicado mundo citadino, se mantenían a la espera de la salida del primer contingente, que se habría de realizar en barco. Conscientes de que estaban en el umbral del inicio de una nueva vida, algunos habían tenido que vender parte de sus pertenencias y desembarazarse de aquellas cosas materiales que hubiesen dificultado la partida. En sus humildes valijas llevaban apenas los imprescindibles artículos personales, herramientas de trabajo y los retratos y nostalgias que pudiesen encontrar cabida en el baúl de los recuerdos.


Y se hicieron a la mar, buscando, también, la visa para un sueño.


Surcando las aguas del Océano Pacifico y atravesando el Canal de Panamá, luego de varias semanas en el horizonte se avistó la silueta de la isla, y arribaron a la Ciudad Capital –por aquellos años denominada Ciudad Trujillo- el 29 de julio de 1956.


-V-


Luego de un aparatoso recibimiento, acorde con los intereses publicitarios del ‘Jefe’, se procedió a dar curso a la etapa de traslado y posesionamiento de los trabajadores nipones en las colonias que habían sido establecidas previamente en diferentes puntos del país, y, de manera prioritaria, como ya hemos señalado, en lugares estratégicos a lo largo de la frontera.


Con Dicha medida se buscaba dispersar a los inmigrantes, para reforzar su asimilación e integración con la población nativa y bloquear o diluir el surgimiento de posibles disidencias; además de que, con su presencia física y la vigilancia y preservación de los bienes que les estaban siendo asignados contribuyesen a reforzar el pretendido muro de contención del ‘avance haitiano’ en nuestras tierras.


Pepillo Salcedo, La Vigía, la Altagracia, Agua Negra, La Colonia, Plaza Cacique, Hoya de Enriquillo, Constanza y Jarabacoa fueron los destinos finales a donde habrían de ir a recalar los diferentes grupos de colonos nipones que arribaron al país en diferentes partidas entre los años 1956 – 1959. ( * )


(*).- (1956/414, 1957/362, 1958/420 y 1959/123).


A tono con las proyecciones iniciales así como con la particular planificación esbozada por Trujillo y corroborada por los ministros de su gobierno y sus mas cercanos asesores en materia agropecuaria, se contemplaba concentrar la producción de cada una de las colonias en el fomento de rubros específicos, en el entendido de que de esta forma podrían obtenerse resultados mas provechosos.


En el caso que nos ocupa, el primer contingente de 28 familias que arribaron al país a finales de Julio de 1956 fueron trasladados de inmediato a La Vigía, en Dajabón y allí habrían de concentrarse en cultivos de Arroz y Maní, principalmente. Otros contingentes que arribaron a finales de ese mismo año fueron destinados a cultivos de hortalizas (en Constanza) y a actividades de pesca y afines (en Pepillo Salcedo –Manzanillo); Por su parte, las restantes colonias probaron suerte con otros rubros agrícolas.


En el transcurso del periplo 1956-1959 el ingreso de ciudadanos japoneses se incrementó hasta llegar a una cifra tope de 1,319 personas. Sin embargo, en Marzo de 1960 el gobierno dominicano desestimó darle curso a la solicitud de envío de nuevos grupos de granjeros tramitado por las autoridades niponas, a pesar de que Trujillo había expresado en más de una ocasión su disposición de recibir hasta 25, 000 colonos.


La explosiva situación política por la que atravesaba el régimen, caracterizada por una creciente oposición interna y externa, descrédito y aislamiento internacional y surgimiento de significativos focos conspirativos exigían que éste concentrase sus esfuerzos en atender aspectos más acuciantes y perentorios para la propia estabilidad del régimen, que su fementida y demagógica gestión ‘humanitaria’.


-VI-


- Los hijos del ‘Sol Naciente’ en La Vigía.


El proceso de adaptación de los nipones en las tierras que les fueron asignadas fue lento y, en cierto modo, tortuoso. Pronto habrían de darse cuenta de que una gran parte de las ‘paradisíacas’ ventajas pregonadas por la dictadura no eran más que pura palabrería demagógica.


El monto y la extensión de los predios agrícolas era menor que lo prometido. El sistema de irrigación, inadecuado y el tamaño de las viviendas precariamente garantizaba la coexistencia de grupos familiares en crecimiento. En cuanto al aspecto agrícola, la calidad de la tierra era pobre, con terrenos malos, pedregosos y un escaso y deficiente suministro de agua que les llegaba por una red de caños y canales construidos unos años antes por el régimen y que se alimentaba desde el fronterizo río Masacre.


El traslado de los productos hacia los mercados se dificultaba grandemente debido a que entre la colonia y la ciudad median unos 7 kilómetros. A ello se sumaba el hecho de que las cosechas de maní no llenaban las expectativas, debido a la citada deficiencia en las condiciones del terreno y la poca destreza de los nipones en este tipo de cultivos.


Por demás, no fueron satisfechas las promesas de construcción de escuelas específicas dirigidas a los párvulos en edad de instrucción ni las facilidades médicas u hospitalarias para los residentes en el caserío.


A las naturales dificultades propias del proceso de adaptación e interacción de comunidades con lengua y culturas disímiles se sumó el fantasma de las ancestrales enemistades domínico-haitianas, y en ese orden, a los japoneses les tocó la difícil situación de asumir una posición neutral ante la ocurrencia de altercados o conflictos en los que estuviesen presentes estos elementos, tanto frente a nacionales haitianos como en la interacción con los propios vecinos dominicanos.


La colonia de pescadores de Pepillo Salcedo tuvo que enfrentar las dificultades del reducido volumen de pesca en el área de la desembocadura del río Masacre y la bahía de Manzanillo, como consecuencia, principalmente, de las operaciones del puerto y por no contar con los equipos y embarcaciones adecuadas para lanzarse a la faena, mar adentro.


Los cultivos menores como batata, yuca, plátanos, legumbres y otras cosechas específicas como el tabaco apenas alcanzaban para el consumo y un reducido nivel de ventas, las que tenían que canalizar por sus propios medios, trasladando dichos rubros a los poblados cercanos en rústicos carretones de madera elaborados por los propios colonos.


Sin dejarse arredrar por las inconveniencias del diario vivir, algunos productores con visión de futuro pusieron la mira en el arriendo –con futura opción de compra- de terrenos con mejores condiciones e irrigación, para destinarlos a la cosecha de arroz y otros rubros tales como la siembra de hortalizas.


Para su desaliento descubrieron que luego de disponer inversión de tiempo, y dinero en el acondicionamiento de las tierras, ante los resultados favorables obtenidos, los propietarios de los predios empezaron a especular de forma abusiva con el aumento en los montos acordados inicialmente, lo cual enfureció profundamente a los nipones, ante tan descarada estafa.


A partir del surgimiento de los primeros conatos de disgusto, los nipones dieron curso a las reclamaciones de lugar, por ante la representación consular de su país en la República Dominicana. Estas quejas fueron canalizadas en aras de encontrar las soluciones adecuadas, según el caso, pero lo cierto es que, en su gran mayoría, estos reclamos fueron engavetados y dejados en el olvido. El régimen parecía estar más interesado en la creación acelerada de nuevas colonias, antes que en prestar atención a las urgentes necesidades de las ya establecidas.


A todo esto, amplios sectores de la población que padecían el flagelo galopante del hambre y la pobreza, censuraban, por lo bajo, la benevolencia de Trujillo para con los inmigrantes extranjeros, pues, al decir de los quejosos, a estos se les daba, a manos llenas, lo que se les negaba a los dominicanos.


Conocedores de la naturaleza emotiva del dictador, a quien el mas leve reclamo o reconvención podría llevarle a cometer las mas descabelladas atrocidades de imprevisibles consecuencias, los representantes diplomáticos del imperio nipón en el país se anduvieron con cuidado y optaron por hacerse de la vista gorda, ante el cúmulo de reclamaciones tramitadas por sus connacionales, o, en el menor de los casos, canalizaron por cuenta propia la ejecución de algunos correctivos y paliativos que contribuyesen a mejorar la calidad de vida de los quejosos.


Ante tan negro panorama, cundió el desaliento generalizado.


El sentimiento de frustración que embargó a los colonos nipones se explica por el hecho de que, siendo portadores de una cultura milenaria, con arraigados valores del honor, la responsabilidad y el cumplimiento de la palabra empeñada, no podían concebir el descaro e irrespeto con que eran manejados sus justificados reclamos. Ante la evidente desprotección y abandono a su suerte en que habían quedado a causa de la pusilánime postura de sus delegados consulares, muchos colonos optaron por la claudicación, abandonaron los predios e iniciaron gestiones para salir del país y regresar a Japón o dirigirse a otros destinos, principalmente en Sudamérica.


En medio de ese proceso, la Nación fue sacudida con la impactante noticia del ajusticiamiento de Trujillo, el 30 de mayo de 1961, a manos de un grupo de valientes que, por diversas razones, echó por la borda sus nexos con la dictadura y decidió inmortalizar sus nombres en la memoria histórica de los dominicanos.


El país quedó sumido en un delicado proceso de reconstrucción y recomposición que incluyó un paulatino cambio de mandos a fin de desalojar de las riendas del poder a los remanentes de la tiranía, en el orden familiar, político y militar.


Como es natural, la canalización del limitado apoyo que habían venido recibiendo los colonos encontró entonces mayores dificultades para concretizarse, puesto que la atención del país y sus nuevos ejecutivos estaba cifrada en asuntos más prioritarios. En estas circunstancias y con la cautela que el caso demandaba, el gobierno nipón dió inicio a un silencioso proceso de repatriación de sus nacionales, a partir de octubre de 1961 y ya para el año 1962 habían regresado a Japón 672 personas, 377 habían sido trasladados a algunos destinos en América del sur, en donde habrían de establecer domicilio definitivo y una cantidad que ha sido establecida en 276 colonos optaron por permanecer en territorio dominicano.


-VII-


-‘La Guardia Imperial no se rinde jamás!’-.


Qué poderosas razones influyeron para que estos indoblegables colonos persistiesen en seguir enlazando sus destinos junto a los de este sufrido pueblo, a pesar de su duro batallar por salir adelante y los múltiples obstáculos encontrados en el camino?


Algunos analistas de esta epopeya han señalado como el factor principal el hecho de que la mayor parte de dichos inmigrantes provenían de antiguas colonias japonesas tales como Filipinas, Manchurria y otros puntos en el Este y el sudeste asiático que como consecuencia de la guerra y la derrota sufrida por el Japón, habían pasado a ser regenteadas por otras naciones y que, por ende, esta situación descartaba de plano el regreso a dichos lugares. Por demás, eran escasos o inexistentes los nexos afectivos o materiales que pudiesen motivarles a regresar a la metrópolis.


En definitiva, asumieron la decisión suprema de permanecer en la isla, ‘con lo poco o mucho que el país pudiera ofrecerles’, dispuestos, más que nada, a perseverar en el trabajo, como mecanismo para alcanzar sus aspiraciones básicas.


Contra viento y marea, aquellos dignos campesinos estaban dispuestos a ‘aguantar lo inaguantable y soportar lo insoportable’ en aras de su ideal.


-VIII-


-‘Por grandes que sean los problemas, siempre habrá un mañana mejor, si trabajamos para ello’.


Con motivo de la celebración, en 1981, del 25vo. Aniversario de su llegada al país los colonos de La Vigía construyeron en pleno centro del caserío un monumento conmemorativo de dicha fecha, gesto con el que resaltaban el orgullo por su condición de japoneses y el agradecimiento por el trato y la acogida recibida en estas tierras.


Para esos años, la población nipona en el país correspondiente a los inmigrantes originales y sus descendencias había ascendido a 641 y ya para el 1985 sobrepasaba los 670, de los cuales 390 habían nacido en territorio nacional, respondiendo, por tanto, a la doble nacionalidad dominico-japonesa, acorde a las leyes y tratados vigentes. Para 1991 los cómputos arrojaban un estimado de 831 personas, y en el presente ya supera los 900 individuos.


A pesar de las estrictas reglamentaciones que en el orden cultural caracterizan las relaciones entre individuos de origen asiático y los de otras nacionalidades, tal parece que la fraterna convivencia y el hecho de compartir sueños e inquietudes comunes dió paso a relaciones interpersonales más estrechas. Ello ha motivado, en gran medida, el incremento de los matrimonios interraciales con dominicanos(as), cuyas descendencias responden a la nacionalidad dominico-japonesa por partida doble.


La celebración, en años recientes, del 50vo. Aniversario de su llegada constituyó el punto de partida para dar a conocer al mundo las gestiones en reclamo de indemnización encaminadas por las entidades que agrupan a los japoneses en el país, frente a las autoridades del gobierno en su nación de origen. La argumentación central de dicha demanda estaba cimentada en que habían sido abandonados a su suerte por parte de su gobierno, luego de este haberles alentado a emigrar a República Dominicana en base a promesas que, en el fondo, no se correspondieron con la realidad.


El gobierno japonés arribó a un honroso acuerdo con los demandantes, mediante el que se estipuló la entrega de una compensación en metálico tanto para los repatriados como para los que permanecieron el país, y se extendió una excusa pública de parte del incumbente del Ejecutivo, el Primer Ministro Junichiro Koizumi.


Con sus alzas y sus bajas los japoneses de La Vigía y de otros puntos del país se han mantenido fieles a sus principios y sus normas morales, contribuyendo con el engrandecimiento de esta nación, que también es la suya. En mayor o menor medida la fortuna les ha favorecido. Su destreza e innovación en los métodos de cultivo de arroz les ha llevado a la administración exitosa de fincas arroceras y factorías y a producir diferentes variedades del cereal, de gran calidad y rendimiento, experiencias que, a su vez, han sido implementadas por técnicos y profesionales del agro en otros puntos del país y sirven como base de experimentación en universidades e instituciones dedicadas al fomento agrícola.


Otro tanto ocurre con los cultivos de hortalizas, flores y fresas, desarrolladas, de manera principal, en Constanza, por un puñado de nipones visionarios que, al igual que los de Dajabón, decidieron permanecer en el país confiados en sus propios recursos y en sus capacidades de trabajo.


A fin de no reincidir en errores del pasado, las representaciones consulares del gobierno japonés han dado curso a la canalización de una serie de acuerdos y convenios que se concretizan en ayudas financieras, cesión de maquinarias y tecnología para encaminar proyectos comunitarios que gravitan en beneficio de los colonos y las comunidades en que estos residen y por extensión, de la población en general.


-IX-


-‘Domínico-Japoneses’.


La enseñanza que arroja esta odisea es que, independientemente del éxito y los logros que de manera rimbombante le endilgaban los áulicos de la tiranía al resultado obtenido en las colonias agrícolas, si hay algo que alabar es, antes que nada, el arrojo, dedicación y capacidad de lucha ante la adversidad demostrada por esos humildes agricultores que llegaron desde distantes lugares hasta la frontera a abonar el surco redentor con el sudor de sus frentes y el impulso de su convicción.


Sin amilanarse ante las adversidades de la vida diaria en tierras extrañas y enfrentando los obstáculos del terreno en que les tocó vivir, muchos de ellos se negaron a rendirse y se mantuvieron imperturbables al frente de sus predios. Una parte significativa de aquellos valerosos inmigrantes aún permanecen en La Vigía y otros puntos del país, inspirados por el espíritu de Japón y bañados por los destellos luminosos del sol naciente, que acompaña sus pasos en su peregrinar por estas tierras.


Otros, fueron cayendo en el camino y desde las fosas de los humildes cementerios de las comunidades a las que ofrendaron sus afanes e ilusiones aún animan a los que quedan allí y a sus descendientes, a seguir adelante, engrandeciendo a esta Patria, que también es suya.


Emulando a los gloriosos soldados del Ejército Imperial, los hombres y mujeres de La Vigía demostraron, con su ejemplo, ‘que los japoneses no se rinden, incluso cuando se enfrentan a desventajas insuperables’ y que, a pesar de estar en tierras lejanas el espíritu y la convicción les animaban a seguir adelante.


-X-


-‘Arigato!!’-


Las manecillas del reloj avanzan vertiginosamente mientras concentro mis esfuerzos en dar los toques finales a este texto, antes de que concluya el día. Con el paso de las horas, el voluminoso fardo con las reseñas, relatos e informaciones sobre este apasionante tema amenaza con desbordar la extensión del trabajo y agotar los límites de benevolencia y comprensión de los hospederos digitales y otros medios que amablemente dan esporádica cabida a mis escritos.


He dejado en el tintero algunos aspectos y referencias sobre la épica jornada llevada a cabo por los indoblegables nipones en suelo dominicano, haciéndome a mí mismo la promesa de retomarlas en el futuro, en trabajos más extensos.


Por tanto, al conmemorarse un nuevo aniversario de su llegada a suelo patrio, quiero terminar extendiendo un efusivo abrazo a esos valerosos hombres y mujeres domínico-japoneses y en especial, a los que aún permanecen en La Vigía, en reconocimiento a su tesón, honradez, rectitud y la sana convivencia que han sabido mantener con sus vecinos y compueblanos.


Felicidades Hermanos, en vuestro 53vo. Aniversario!


Gracias por permanecer en nuestro terruño!


Doumo Arigatou Gozaimashita!! (*)


ありがとうございました
(*).- Muchas gracias!!
sergioreyII@hotmail.com


29 de julio de 2009; 10:45 p.m. NYC.


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ALTAR VOTIVO...DE LA PATRIA?


Por Sergio Reyes.-
La historia nacional contiene aleccionadoras experiencias que indican el oscuro derrotero que han tenido que trillar aquellos que durante un tiempo han pisoteado a su antojo los sagrados e inalienables principios que rigen la vida en sociedad.




De los esclavistas, anexionistas, usurpadores y tiranos ya casi nadie se acuerda. El tribunal de la historia les reservó un lúgubre e indeseable asiento en los antros del averno, en donde ha de pudrirse su memoria, en la más oscura soledad, sin seguidores que les añoren a sinceridad y sin ideologías viables de ser continuadas, en la práctica y en la mentalidad de los pueblos. Subyace, apenas, uno que otro émulo aferrado a un irrepetible ayer que, predicando en logias huérfanas de seguidores, pretende revivir viejas glorias de ‘eras’ felizmente sepultadas en desconocidos e inciertos rumbos.


Subyacen, también, para escarnio y vergüenza de las generaciones que sobrevivieron a la ignominia y las que han ido floreciendo en el prado ya libre de guijarros y espinas, las obras físicas, monumentales, abominables, con cuya ampulosidad, día por día, el nefasto pasado parece burlarse de todos nosotros.


Están en todas partes. En cualquier lugar del horizonte hacia donde intentemos dirigir la mirada. En algunos casos, a la entrada principal o en lugares estratégicos de las poblaciones y ciudades, para que todo el mundo se postre ante ellas, como en los tiempos de antaño, de ostentación y poderío de los faraones, emperadores y conquistadores. Efigies, bustos, estatuas ecuestres, edificios públicos, puentes, obras viales, tarjas nombrando plazas y lugares. Y también casas señoriales, en casi todas las ciudades importantes del país, que sirvieron como lugar ‘de descanso’ del ‘Jefe’ y encubrían la celebración de pervertidas bacanales y el festejo de innombrables fechorías en detrimento de desafectos o simples ciudadanos inconformes con el status quo. Regiones, pueblos y ciudades. Todo un país etiquetado. Señalizado. Escarnecido. Encadenado.
Algunas fueron derribadas por la ira popular, hastiada de soportar una azarosa existencia de 31 años de genuflexión y oprobio. La ola humana, cual río desbocado, arrancó chapas, demolió estructuras, embadurnó telares y redujo a cenizas todo aquello que pudo ser arrojado a las llamas purificadoras del fuego.
Voces comedidas, portadoras de un discurso conciliador y desarrollista lograron hacerse oír en medio del ensordecedor desconcierto de las masas enardecidas e imponer la cordura. Había que preservar, para ser usadas en beneficio de la reconstrucción de la Nación, aquellas obras físicas que pudiesen servir de albergue a las instituciones motoras de la Nueva República que habría de constituirse con el concurso de todos los elementos de mentalidad democrática.
Estructuras gigantescas, que surgieron como culto al poder autocrático y para alimentar la enfermiza megalomanía anidada en las enloquecidas redes neuronales del déspota, hubieron de experimentar, a partir de concienzudas y juiciosas adecuaciones, un cambio en su enfoque, en la finalidad de sus objetivos, en el uso que habría de dárseles, … y en sus nombres.
De tal suerte, un obelisco faraónico con el que se patentizó el bochornoso cambio de nombre de la Ciudad Capital, para que pasara a honrar, por siempre, las ‘glorias’ de la Tiranía, además de serles retiradas las infamantes placas y leyendas que conmemoraban la ‘gesta’, experimentó un cambio sustancial en su fachada, sus usos y esencias, convirtiéndose en un emblemático espacio popular, abierto al libre pensamiento y al pleno disfrute ciudadano.
En justo homenaje a los héroes de la Guerra de la Restauración de la República (1863-1865), fue rebautizado el portentoso monumento que, en la hidalga ciudad cibaeña de los 30 Caballeros, honraba los “méritos” del déspota y la ‘epopeya’ de su amañado y oprobioso ascenso al poder, en 1930.
El circuito infraestructural, con sus edificios, fuentes, plazas, estatuas y jardinerías, construído para conmemorar los 25 años de dominio dictatorial y que, en sí mismo, constituía una reiterada muestra del endiosamiento del tirano, exaltación de su mandato y un consentimiento cómplice de su vulgar manejo del nepotismo, también hubo de ser renombrado; y con sobrado orgullo, en vez del bochornoso sobrenombre de “Feria de la Paz y la Confraternidad del Mundo Libre”, hoy ostenta el titulo de Centro de los Héroes de Constanza, Maimón y Estero Hondo, precisamente en recordación de aquellos que, en 1959, dieron sus vidas enfrentando a la dictadura, en aras de la libertad del pueblo dominicano.
El edificio que alojó, en la Capital, los organismos dirigenciales de la entelequia con nombre de partido que contribuyó a legalizar la mayor parte de las acciones del ‘Jefe’, y a cuya cabeza estuvieron connotados miembros de la oligarquía e intelectualidad del momento, pasó a ser, en principio, asiento de las artes líricas (Conservatorio Nacional de Música) y en la actualidad, da cobijo a la principal entidad de difusión y quehacer cultural del Estado.
Igual suerte habrían de correr las sedes de dicho ‘partido’ diseminadas en ciudades y pueblos de todo el país, que sirvieron de guarida a los más nefastos y serviles personeros de la tiranía, quienes actuaban en detrimento, las más de las veces, de las vidas e intereses de sus propios coterráneos. Oficinas públicas, organismos edilicios o entidades culturales y comunitarias hoy dan calor y vida y un uso enaltecedor a estos antiguos locales del Partido ‘dominicano’, en los que antaño solo se cobijó el terror, la mediocridad y la delación.
Iguales medidas fueron tomando cuerpo, provenientes, en algunos casos, de las más altas autoridades de turno, por conveniencia política y para ‘adecuarse a los nuevos tiempos’, en otros, por iniciativas encaminadas por el Congreso Nacional u organismos edilicios a lo largo y ancho del país, o por la presión popular, que con sobrada razón y justo derecho, desprendió tarjas, borró nombres en calles, lugares y plazas, derribó recuerdos ominosos y bautizó, con los adecuados nombres, aquello que valía la pena conservar, para uso y beneficio de la colectividad.
Sin embargo, 30 años de oscurantismo, ignominia, servilismo y genuflexión no se borran de la noche a la mañana. Tampoco se esfuman en el aire los venenosos efluvios inoculados pacientemente, con malsana habilidad, en el subsconciente del pueblo dominicano y orquestado por mentes enfermizas que pusieron su maquiavélico intelecto y perversa capacidad al servicio del tirano, para elaborar un mensaje subliminal con el que las grandes masas fueron siendo arteramente adocenadas, desde la tribuna, los medios de difusión, el púlpito y las aulas.
Pero, como hemos expuesto en párrafos anteriores, la humanidad ha tenido que levantarse de sus fracasos y, en cada caso, asimilar las experiencias positivas para no reincidir en los errores del pasado.
Todo lo anterior viene a cuento porque, como quien no quiere la cosa, algunos frutos de esa ignominiosa “era”, que desgobernó la República durante más de 3 décadas, todavía perviven, impertérritos, hiriendo la pródiga tierra que los anida y la dignidad de cuantos tienen que desandar los pasos a su alrededor, ora cobijándose en su sombra, ora atravesando por sus calzadas, padeciendo, en algunos casos, la penosa condición de confundirles con estructuras de exaltación de valores patrios y excelsas condiciones morales, cuando en realidad son la reafirmación de un régimen de muerte, oprobio y engaño.
Presuntuosos Arcos de “Triunfo” y obeliscos faraónicos, que perpetúan el recuerdo de la tiranía y forman parte del nostálgico baúl de añoranzas que nos atan a nuestros pueblos, perviven en el presente.
Los hay en Barahona. En La Romana. En San Juan de la Maguana. En Villa Vásquez, … y en Dajabón. Entre otros puntos de nuestro país. El nuestro, de ñapa, tiene grabado, además del Escudo Nacional, el nombre “Altar Votivo de la República Dominicana”.


Y, para los que no lo sabían, ese arco nuestro, que tan bellos recuerdos nos trae, fué parte de los regalos con que el dictador Rafael Leonidas Trujillo Molina festejó la erección de Dajabón, en calidad de Provincia, a partir de la ejecución del genocidio perpetrado en 1937 en contra de más de 20,000 indefensos nacionales haitianos establecidos ilegalmente en territorio nacional, y muchos de ellos de manera transitoria, como parte de la mano de obra de plantaciones agrícolas o braceros del corte de la caña, lo que, bajo ningún concepto, justifica la inhumana matanza.


El mensaje subliminal del Altar Votivo evidencia la reafirmación del tirano en su condenable acción, para lo cual invoca, dentro de su perfidia, la gracia divina.


Son las amargas dentelladas de la Historia, que, aunque desgarradora, debemos hurgar en ella, para que, en pleno uso de la razón, podamos ostentar, a voz en cuelo, con entereza y valentía, el NUNCA JAMAS!


Son sus biógrafos, sus corifeos, sus adláteres, quienes lo dicen. En toneladas inmensas de nauseabundos volúmenes redactados para justificar la matanza y otros porqués de la ‘era’.


Hay que leerlos, ensuciarse las manos con ellos, para conocer las verdades ocultas y a sus actuales defensores.


Es por ello que hoy, en pleno uso de mis facultades mentales y de mis derechos civiles y políticos, expongo y planteo que, al igual que se ha hecho, en su momento, con la mayor parte de los monumentos, edificaciones y estructuras levantadas durante el régimen trujillista, en cada una de las localidades en donde se encuentran las citadas construcciones se lleve a cabo un consenso de opinión que conlleve el cambio de nombre y la esencia de dichos monumentos, y, de manera especifica, el que conocemos como El Arco de Da jabón.


Pienso que, antes que un recuerdo de oprobio y dolor para la región fronteriza, la estructura del ‘arco’ debe pasar a ser un espacio de encuentro cultural, donde florezcan las artes y los elementos autóctonos de nuestra provincia. En vez de vetustas paredes cubiertas de colores que ni siquiera se ajustan al entorno ni las variadas tonalidades que embellecen la flora y el paisaje local, deberían ser receptáculos de vistosos murales, elaborados por artistas locales, en los que se exalten los valores históricos así como la cultura y el vistoso folklore regional, tal y como se hizo, en su momento, con los obeliscos de la Capital y La Romana, el primero dedicado a honrar la memoria de las heroínas nacionales Hermanas Mirabal y el segundo, a resaltar el folklore y la historia de la región oriental de la isla.


Creo, además, que el ‘arco’ debe estar dedicado a honrar a alguien que simbolice los valores históricos, morales y personales de los dajaboneros, y, en ese sentido, pienso que, sin restarle méritos a nadie, podemos coincidir en el nombre de alguien que nos represente a todos.


Por ende, pongo en manos del Honorable Ayuntamiento, la Casa de la Cultura de Dajabón, la Comisión Nacional de Monumentos y Efemérides Patrias, autoridades provinciales y congresionales, entidades educativas y sectores de opinión, la propuesta de rebautizar el ‘arco’ con el nombre de “Portal Patriótico Ángel Miolan”.
Honrar, honra; y, a mi modo de ver, el pesado fardo de toda una vida de abnegación y sacrificios de Don Ángel, primero en la conducción de la lucha antitrujillista en largos años de cruel exilio, y luego como figura de primera línea en la instauración y sostenimiento de la Democracia, poniendo siempre en alto y ostentando con orgullo su condición de dajabonero, en cada uno de los escenarios en que le ha tocado participar, le hacen merecedor de ese humilde homenaje de parte de su pueblo.
De tal suerte que, con sus años y el pelo cubierto de blanco, al llegar de visita a su pueblo y pasar frente al arco no tenga que bajar la vista, abochornado por saber que, en la práctica, todavía -y sin quererlo- seguimos honrando al tirano.
Para algunos, quizás, estas sean tan solo unas divinas locuras, pero, no hay que perder de vista el horizonte; al fin y al cabo, los grandes logros de la historia de la humanidad siempre han estado cifrados en ellas.
sergioreyII@hotmail.com


06/23/2009. 8:00 p.m. NYC


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Una sola Palabra

BUCÓLICO

1. Adj. lit. Díc. del género de poesía o composición poética que canta la sencillez de la vida campestre. Teócrito es considerado su creador y Virgilio su máxima figura y modelo para los autores de la Edad Media.

2. adj.-s. idílico.