El infarto que fulminó y quitó la vida al carismático lanzador dominicano José Lima la madrugada del domingo en Los Ángeles, California, se convirtió en una especie de rayo que impactó con mucho mayor intensidad la ciudad que le vio nacer hace hoy 37 años, el mismo día que nació: mayo 23. (Aunque no aparece así en los libros de records).
Esa afición que le idolatró durante toda su carrera se resistía a aceptar la realidad de su inesperado deceso, pero solo por compasión y comenzó a devolver con lágrimas y dolor, todas las alegrías y satisfacciones que el nativo de Salaya, Santiago, le brindó a través de sus actuaciones en uniformes de las Águilas Cibaeñas.
Para su madre Nurys Mercedes Lima no había forma de consolación, la desesperación por la muerte de quien pensó jamás le dejaría sola antes de ella morir cada minuto iba en aumento.
Lima, una emblemática figura de la pelota dominicana, tenía un temperamento tan especial y divertido que podría decirse que fue capaz de “celebrar el mismo día su cumpleaños 37 y a la vez su muerte”. Y es que esa noche, junto a amigos, compartió una parrillada, cantó, bailó y disfrutó al máximo, como de costumbre, en lo que constituyó su partida terrenal.
Luego de 13 temporadas en las mayores con Detroit, Houston, Kansas City, Dodgers y Mets de Nueva York y luego paradas en Corea del Sur, Japón y México, Lima escribió de manera simultánea brillantes páginas en la historia de la pelota dominicana con las Águilas y los Leones del Escogido. En las mayores cerró su capítulo con marca de 89-102 y en el país constituye el máximo ganador en series de postemporada.
Su mayor total de triunfos en una temporada fue de 21 con Houston en 1999 y marchó en el 2006 tras registro de 0-4 con los Mets de Nueva York.
Dejó en la orfandad a siete niños, es lo que cuentan, ya que su vida sentimental fue bien agitada y activa.
Según testimonios de amigos, Lima, en diciembre pasado, sufrió un malestar similar, quizás menos intenso, perdió brevemente el conocimiento, pero pidió que no se lo comunicaran a su madre y obvió lo sucedido, sin quizás el peor de sus errores, lo que no toleraba en el campo de juego y que le costó la vida en el juego de la vida, de la sobrevivencia.
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