Sergio Reyes II.
( A Ana Hortensia y Ana Rosa )
Como cada 6 de Enero, un bullicio ensordecedor irrumpe en la apacible comunidad rural de Pueblo Nuevo, Loma de Cabrera, arrastrando a su paso a familiares y extraños, quienes de improviso quedan envueltos en la celebración de un significativo encuentro que aumenta de año en año, tanto en cuanto al número de participantes como en el esmero y la disposición desplegada por los cabezas de familia y, de manera especial, por los organizadores principales.
No bien ha despuntado la mañana cuando se lanzan a la jornada organizativa los diferentes personajes en quienes descansa la sinigual tarea: mientras unos compiten contra el tiempo, afanosos por completar la armazón en donde descansará la enorme carpa que ha de alojar a las decenas de fiesteros concurrentes a la celebración, otros despliegan sus mayores esfuerzos para completar la limpieza de la añeja y simbólica casa que ha sido, por décadas, el asiento principal de la familia, así como el patio, jardines, áreas de sombra para colocación de sillas y mesas y el solar que ha de ser usado como estacionamiento de la diversidad de vehículos en que se transportarán los incontables convidados.
Y es por ello que, honrando su memoria y en homenaje al inmenso amor y solidaridad heredado de nuestros abuelos, padres y tíos, ya sea en el añorado caserío de Pueblo Nuevo, Santo Domingo u otros lugares de la República Dominicana, o abordando trenes, remontando autopistas y calles saturadas de nieve en cualquier lugar de los Estados Unidos -o en otros puntos del mundo-, grandes y chicos, uno a uno irán llegando al sitio acordado, como en cuentagotas –aún sea en fecha diferida-, para hacer realidad, con la colaboración de todos, ese hermoso legado.
Por su parte, dos hacendosas mujeres expertas en el arte culinario, auxiliadas por un abnegado colaborador emparentado a la familia, cuyo permanente dinamismo y bonachón espíritu contradicen su avanzada edad, se dan a la tarea de destazar, sazonar, y colocar en el fogón, el delicioso manjar que más adelante degustarán los numerosos comensales que, de más en más, de minuto a minuto, en vehículos o a pie, continúan llegando cual si fuese una infinita peregrinación.
De repente, en el espacio infinito, repica el eco de un tambor. La destreza en el manejo del instrumento evoca, de inmediato, la figura de Manuel, el más virtuoso y versátil ejecutante del género de los Palos o Atabales, entre los músicos de la frontera. Los aleteos de la nostalgia parecerían sugerir que junto a él pudiese encontrarse Ercilio, arrancando al acordeón las notas más encendidas y contagiosas que algún mortal hubiese escuchado jamás. Alberto, con su encantadora sonrisa, Santiago y Sergio Antonio, pendientes, como siempre, de todos los detalles que pudiesen contribuir a aumentar el esplendor y abundancia en la celebración del festejo, y un afanoso Mario, siempre listo para demostrar su habilidad y jocosidad en la ejecución de un pimentoso merengue a cualquier valiente mujer que se atreva a acompañarle, complementan el cuadro que rodea a los ejecutantes de la rumbosa fiesta de este simbólico Día de los Santos Reyes.
Y sentada a cierta distancia, con el eterno rosario en las manos y el espíritu henchido de satisfacción al contemplar la forma en que todos los miembros de su familia se confunden en este fraternal abrazo, se deja entrever la dulce y amorosa figura de Esperanza, rogando a Dios, como siempre, para que colme a todos de bienaventuranzas.
Sin embargo, debo decir que, en verdad, las alas de la ilusión, contagiadas de nostalgia, confunden mis palabras y obnubilan mis pensamientos. Adelantando el paso, estampo un caluroso abrazo de hermano al querido primo Aníbal, quien con su magistral toque de los palos, quizás sin proponérselo, nos ha transportado a recordar con profunda devoción a todos esos añorados familiares que partieron antes, a recorrer otros senderos de la existencia.
Junto a mi tengo a Anatulia, quien se dispone a entonar, con una veneración de la que solo ella es capaz, la ‘Salve de Los Reyes’, dedicada a Hipólito Reyes y Vitalina Jiménez, inolvidables forjadores de esta fuerte y valerosa familia. Y acompañándola en coro, nos envolvemos en una infinita celebración, con la que recordamos a nuestros mayores, redoblamos el cariño que profesamos a los que aún están con nosotros y transmitimos a las generaciones emergentes el legado de amor, unión y solidaridad que inspiraba a nuestros ancestros, al iniciar esta significativa festividad hace más de siete décadas, en plena frontera dominico haitiana.
Y es por ello que, honrando su memoria y en homenaje al inmenso amor y solidaridad heredado de nuestros abuelos, padres y tíos, ya sea en el añorado caserío de Pueblo Nuevo, Santo Domingo u otros lugares de la República Dominicana, o abordando trenes, remontando autopistas y calles saturadas de nieve en cualquier lugar de los Estados Unidos -o en otros puntos del mundo-, grandes y chicos, uno a uno irán llegando al sitio acordado, como en cuentagotas –aún sea en fecha diferida-, para hacer realidad, con la colaboración de todos, ese hermoso legado.
Que comience la fiesta. Hipólito y Vitalina están con nosotros en este radiante día!!
sergioreyII@hotmail.com
Enero 2011; NYC.
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