Por Sergio Reyes II.
A tono con las creencias derivadas de la tradición cristiana y que constituyen un factor inseparable dentro de los ritos y ceremonias religiosas celebradas por un considerable número de dominicanos, la devoción a las diferentes deidades que conforman el panteón católico adquiere tonos sublimes, que viajan muy adentro del ser humano y le acompañan en el transcurso de su vida definiendo rasgos relevantes de su personalidad.
Por extensión, esto nos permite tipificar algunos elementos de la idiosincrasia del individuo común, que, vistos en su conjunto, constituyen lo que se conoce como sincretismo cultural y que, en nuestro caso, debe ser abordado por los estudiosos tomando muy en cuenta los múltiples aportes que han sido hechos por los diversos conglomerados sociales, raciales y poblacionales que a lo largo de la historia han interactuado para dar paso a la conformación de esa interesante mescolanza de colores, sabores, costumbres y creencias que hoy conocemos como República Dominicana.
Amparada en textos tan respetables como la Biblia y refrendados a su vez por la tradición judía y musulmana, la religión católica postula, difunde y promueve la creencia en una serie de entidades espirituales que, en la práctica, asumen el papel de emisarios, delegados o embajadores que tienen por misión recibir de primera mano las quejas, súplicas o rogativas terrenales y canalizarlas por ante el Supremo Creador, en búsqueda de solución satisfactoria a dichas cuitas.
Formando parte de ese inmenso ejército de mediadores –por así decirlo-, designados por Dios para atender los acuciantes males terrenales, se encuentran las vírgenes, los santos, los ángeles y los querubines, entre otras denominaciones conocidas.
No es nuestra intención despertar celos ni susceptibilidades intentando definir aspectos tales como la jerarquía y popularidad de que pudieren gozar las citadas entidades, los niveles de mayor o menor devoción observados en el seno de la ardiente feligresía, o, lo que es más importante, los grados de destreza demostrados por cada una de estas entidades celestiales en el desempeño de asuntos capitales como la celeridad en el manejo de conflictos y obviamente, la efectividad en el logro de la solución a las diversas problemáticas en ellos depositadas.
Esos niveles de puntaje deben ser definidos a nivel de sondeos y encuestas de opinión elaborados por organismos encuestadores, de esos que nos gastamos en nuestro país y que se jactan de acertar, con infalible precisión, en los resultados publicados.
Bástenos, por el momento, patentizar aquí nuestro fervor y respeto a la Virgen de la Altagracia, a quien se ha denominado como Patrona de todos los dominicanos y que, aún siendo la más grande entre nuestras entidades veneradas, es conocida entre la población con el cariñoso diminutivo de Tatica.
Sin embargo, a donde queremos llegar en este prolongado introito es a la definición meridiana del papel jugado en las creencias y costumbres del pueblo dominicano por un conjunto de entidades sagradas conocidas como Arcángeles, dada su cercanía con el Alto Mando y la destreza y efectividad demostrada en el manejo de sus complejas tareas ante situaciones conflictivas y la búsqueda de soluciones a los males cotidianos, que agobian al individuo común y afectan el entorno en que éste se desenvuelve.
Y de manera especial, nos interesa enfocar el nivel de aceptación, en cierto conglomerado humano, de aquel que ha sido denominado como el Médico de Dios, invocado para prevenir y curar las enfermedades del cuerpo y el espíritu.
Nos referimos al virtuoso e infalible San Rafael, Arcángel que cura y sana todos los males y heridas de los hijos de los hombres.
Las menciones bíblicas sobre Rafael, aparecen en el Libro de Tobit, donde se relata que Dios lo envió para acompañar al hijo de éste, Tobías, en un peligroso viaje para cobrar una deuda. Inicialmente, se presenta como “Azarías, hijo del gran Ananías”. No obstante, antes de finalizar el viaje, y luego de haber enseñado a Tobías cómo sanar a su padre –quien padecía de ceguera-y de haber liberado a Sara, viuda varias veces debido a un demonio que la poseía, se manifiesta como el “Ángel Rafael, uno de los siete en la presencia del Señor”. Tras liberar a Sara de los demonios, ésta se desposa con Tobías, motivo por el cual, también se considera a Rafael como protector de los novios. En otras referencias de las sagradas escrituras (Libro de Enoc), Rafael es denominado como el Santo Ángel de los espíritus de los humanos, y el encargado de (curar) las enfermedades y (…) las heridas de los hijos de los hombres.
Tal y como ha sido expuesto y tomando en cuenta las múltiples cuitas y afecciones padecidas por la raza humana a partir del momento en que nuestros ancestros fueron arrojados del paraíso y condenados a ganar el sustento con el sudor de sus frentes en castigo por las faltas cometidas, es dable suponer el enorme fardo de encomiendas que tenían -y tienen- los esforzados emisarios designados como abogados defensores de la humanidad.
Y entre ellos, Miguel, Gabriel y Rafael, conforman una fabulosa trilogía de Arcángeles de tal popularidad entre sus fervientes seguidores que, en el caso de los dominicanos, en ocasiones asume niveles de fanatismo.
Entre plegarias y realizaciones.
Los dominicanos de extracción humilde, que para los fines de delimitación territorial son considerados como de origen rural o provinciano y que, en consecuencia, desenvuelven sus actividades en observancia a cánones y postulados culturales de corte costumbrista, heredados de sus ancestros, por lo general manifiestan mayor rigurosidad y respeto en el seguimiento de las creencias religiosas y en el cumplimiento de los deberes que de estas se derivan.
Para ellos, la devoción a la espiritualidad no se circunscribe solamente al reducido espacio de los templos y a la adoración y respeto a las imágenes, cromolitografías y otros símbolos sacramentales que la religión ha convertido en depositarios de la fe. La observancia a dichas creencias forma parte integral de sus vidas, les acompaña a todas partes y dirige sus actitudes y forma de desenvolverse ante sus conciudadanos.
En tal virtud, con el mismo tesón y fervor con que piden la mediación divina en pro de la solución de una problemática o la concesión de la gracia, de igual forma habrá de exteriorizarse y hacerse sentir el agradecimiento por la obtención del favor demandado.
Y de ahí surge la Promesa y la secuela de ritos con que se manifiesta el agradecimiento al Santo Patrón por la concesión de un bien, acción que, en algunos casos, se extiende en el curso de la vida del agradecido creyente.
Independientemente de cuál sea la entidad en quien se ha confiado la búsqueda de solución a los males que aquejan al creyente, en la generalidad de los casos la muestra de agradecimiento ha de estar matizada con la realización de diversas ceremonias y ritos propios de la tradición católica que, en algunos casos incluyen la dedicación de misas, horas santas, rosarios y procesiones hasta centros de devoción y peregrinación, y en otros, están matizados por la realización de velas de ofrecimiento -o velación de santos- celebradas generalmente en la fecha consignada a honrar cada año al Santo Patrón a quien se ha confiado la petición o mediación. Dichas velas constituyen manifestaciones de profundo fervor religioso, con aire festivo y de encuentro social en las que el compromisario de la promesa, en conjunción con sus familiares y relacionados, exterioriza su agradecimiento por la obtención del favor solicitado, a la vez que patentiza, con la ofrenda, su disposición a mantenerse apegado de por vida al cumplimiento del deber al que se ha obligado.
Esta manera de demostrar la fe y el agradecimiento es parte integral de la cultura religiosa y el folklore del pueblo dominicano. Con ritos y liturgias en torno a un altar primorosamente decorado en honor al Santo Patrón, la entonación de cánticos, salves, toques de atabales, alegres bailes y abundante comida, el creyente se sumerge en una extensa actividad comunitaria y de corte espiritual que a todos contagia.
A lo largo y ancho del territorio nacional, en diferentes fechas y en honor a diferentes entidades religiosas, el contagioso sonido del tambor, haciendo las veces de tarjeta de invitación, congrega a propios y extraños en una multitudinaria fiesta del cuerpo y el espíritu en la que, además de hacerse copartícipes de los fines del convocante, cada cual aprovecha para canalizar sus propios pedimentos y aspiraciones.
Familias enteras, junto a los conglomerados sociales de los que forman parte, se entregan sin escatimar esfuerzos y haciendo galas de organización y colaboración, en un esfuerzo colectivo en aras de que todo salga a la mayor perfección.
En fechas señaladas, coincidiendo con la festividad del Santo Patrón, o motivado por el acaecimiento de un evento fortuito, de cuando en cuando se produce el montaje de estas actividades. La energía, don de mando y disposición de recursos desplegados por los organizadores constituye las piezas fundamentales en donde descansa el éxito y esplendor de dicha actividad. Y como elemento principal, se destaca la presencia física del ofrendante, disponiendo aquí y allá, hasta en los más mínimos detalles, para demostrar, de la forma mas sublime, el agradecimiento por el favor recibido.
Anadina Jiménez -Doña Niña- es una de esas mujeres de nuestro país que a lo largo de su extensa y provechosa vida se ha dedicado a patentizar la fe y devoción en el creador y su profundo agradecimiento por los beneficios recibidos, los que, en su caso, incluyen a su considerable prole y un extenso número de relacionados.
Unas veces compartiendo con su compañero de penurias, Juan Paulino, la ruda vida campesina y las faenas agrícolas y otras tantas transitando por los trechos y veredas de la frontera, vendiendo los números de la Lotería, cortes de tela u otros pequeños negocios con cuyos ingresos contribuía de manera notable en los gastos del hogar, Anadina se dispuso a apuntalar las bases para el logro del repunte económico de su familia. Los elementos básicos de una sólida formación hogareña así como la consistencia y tesón en la conducción del hogar con mano férrea les permitió obtener logros significativos a nivel económico, calidad de vida y formación humana. Buscando el progreso y la superación para los hijos en edad escolar, el conglomerado emigró al núcleo urbano más cercano, sin que ello significase, bajo ninguna circunstancia, la negación de su condición campesina, el abandono de sus raíces culturales y sus ataduras familiares.
El esfuerzo tesonero y honesto dio sus frutos. La familia ensanchó sus horizontes, sus miembros incursionaron en diversas ocupaciones y habilidades y con el paso del tiempo uno tras otro hubo de partir del lar nativo, explorando nuevas formas de progreso en otros lugares.
En todas y cada una de esas etapas, la voz de mando de Anadina se levantó, con fuerza estentórea, señalando el camino y los pasos a seguir. Más aún, al quedarse como única cabeza de familia, al sobrevenir el fallecimiento del consorte, la dinámica mujer hubo de verse sometida a nuevos retos que pusieron a prueba su templanza.
Y en todos y cada uno de ellos supo dar las muestras de determinación que el momento demandaba.
Ciertamente, Doña Niña ha sabido demostrar que es una fiel exponente del temple y el coraje de la mujer noroestana.
Acorde con ello y en ofrenda de agradecimiento por los múltiples favores recibidos, esta abnegada mujer ha dispuesto ingentes esfuerzos desde hace más de 18 años, para celebrar, el 24 de Octubre de cada año, un encuentro festivo-religioso en acción de gracias y homenaje al Arcángel San Rafael. Para ello, no ha dudado en disponer los recursos que fuesen necesarios para subvencionar la actividad, y en mas de una ocasión se ha visto precisada a trasladarse por vía aérea desde la ciudad de Nueva York –en donde reside actualmente- hasta la remota población de Dajabón, en el noroeste dominicano, con tal de poder participar en la significativa celebración y dirigir en persona sus incidencias y pormenores.
La celebración de esta actividad es su forma de demostrar el agradecimiento al ser divino por el don de la vida y los favores recibidos. A ello se obligó y el cumplimiento de esta promesa constituye su mayor satisfacción.
Sin embargo, en el año que transcurre, un poderoso motivo dificulta el cumplimiento de esta significativa celebración espiritual.
Graves y delicadas dolencias, que afectan su capacidad de locomoción y autosuficiencia, desde hace más de ocho meses mantienen la vida de Anadina pendiendo de un finísimo hilo y al abrigo de la Gracia Divina.
Por momentos, su coraje y bravura aparenta derrumbarse, ante la mirada impávida e impotente de hijos y familiares que solo atinan a clamar a Dios en pro de la recuperación de la salud del ser querido. Otras veces, sacando fuerzas de la nada, le ven rebelarse, mover algunas partes de su cuerpo e intentar articular algún balbuceo. Y van pasando los días, las semanas y los meses y cada intervalo de tiempo que transcurre se constituye en una batalla ganada y un triunfo de ese bien inconmensurable recibido del Creador que es la vida.
Este año, en los albores del Día de San Rafael Arcángel, los hijos, familiares y amigos de Anadina se han propuesto celebrar, en nombre de la matrona y en mediación por la recuperación de la salud de ésta, una serie de actividades que incluyen, de manera principal, la tradicional ceremonia de velación que con tanto entusiasmo y esfuerzo ella mantuvo a lo largo de toda su vida.
Y en esta simbólica ocasión todos llevan la encomienda de implorar la intercesión del Santo Patrón a favor de alguien que nunca pidió nada para si misma y en cambio siempre invocó a favor de los suyos y toda la humanidad.
Los ruegos y oraciones de todos quienes aprecian a Anadina, en cualquier lugar en que se encuentren, han de contribuir a reforzar la justeza del reclamo, allanando la labor del divino templario.
En verdad, el Arcángel que sana y cura tiene en sus manos una enjundiosa tarea. Allí estaremos, en Dajabón, el 24 de Octubre, celebrando con El, confiados en su milagrosa mediación e implorando por la pronta recuperación de la salud de Anadina, la inolvidable Tía Niña.
Amen!
Santo Domingo. Octubre, 2011
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