Por Sergio Reyes.-
Hileras interminables de gente de todas las edades ascienden el escabroso sendero sin hacer caso a las dificultades que interpone la naturaleza. Han llegado de todas partes y cada cual alberga en lo más profundo de su sentimiento la fervorosa encomienda que le llevó hasta este lugar. Su semblante no refleja hastío, cansancio o incomodidad, como podría suponerse: en este día, otras sensaciones mas ligadas al espíritu y a la búsqueda de valoraciones positivas de la existencia, se aposentan en sus almas.
Podría decirse, sin exagerar, que cada uno de estos convencidos y enfebrecidos fieles aspira emular, con esta tortuosa caminata, el ejemplo de sacrificios, desprendimiento y amor a la humanidad que caracterizó la existencia de aquel estigmatizado, modelo de virtudes terrenales, que predicó la pobreza como un valor y propuso -y lo aplicó en su vida misma- el sostenimiento de una vida sencilla basada en los ideales de los Evangelios.
En lontananza y a sus espaldas se vislumbra la silueta del poblado, con sus simétricas callecitas y su bucólico ambiente provinciano. Y recortado contra el horizonte, entre el ramaje de los frondosos y añejos árboles que pueblan las calles, se destaca la inconfundible silueta del campanario de la iglesia de Bánica, hermosísima joya de la arquitectura colonial que se ha mantenido por años siendo baluarte del sentimiento cristiano y defensor intransigente de la Patria, en estos lejanos confines del suroeste de la República Dominicana en donde, también, campea por los cuatro costados la nacionalidad.
Van caminando anhelantes, en eufóricos grupos de jóvenes dicharacheros pletóricos de emociones nuevas, picados por la curiosidad de entrar en contacto con esta sublime experiencia a la que con tanta veneración se dedican sus mayores. Rústicas piedras, recogidas a la vera del camino, acompañan a los fervorosos andantes que constituyen el grueso de la procesión; y visten, algunos, sencillas vestimentas confeccionadas con humildes telas de Henequén, que evocan la hechura y el terroso color de aquellos paños que como único ropaje cubrían las carnes del venerado Santo Patrón de estos lindes.
Fervientes plegarias, que por momentos semejan murmullos, se elevan con suma fruición desde el grueso de la caravana de procesionistas y la firmeza y convicción que acompaña sus íntimas y profundas peticiones al Altísimo compensan el agobio y agitación derivados del ascendente camino.
Repiques de atabales se alternan a ratos con los cánticos de himnos, salves y otras modalidades propias del devocionario cristiano que se estila en estas festividades lo que se constituye, a la vez, en motivo para sacar a flote un sinnúmero de emociones y sentimientos que albergan los cientos, -qué digo, miles!- de creyentes que asisten en este simbólico día a la procesión del Cerro de San Francisco de Asís, en el fronterizo poblado de Bánica, de la provincia Elías Piña.
En el ánimo de la gente se vislumbra el contagioso efecto de ese sublime sentimiento que llamamos Paz; Y, con el Patrón como paradigma, cada cual quiere servir como instrumento de ella, para llevar a los demás la siembra de Amor en donde hubiere Odio, el bálsamo del Perdón en donde hubiese hecho mella la Injuria, el milagro de la Fe en donde se aposentó la Duda y la maravilla de la Esperanza en donde el Desaliento hubiere tomado cuerpo.
Van arrastrando los pasos, ayudándose unos a otros, insuflado el espíritu por la firmeza y la convicción de que, en el firme del Cerro, en el impresionante escenario natural en que se venera con justa propiedad a quien predicó la abstinencia, la humildad y la hermandad entre todos los seres humanos, allá arriba, repito, el espíritu del Santo Patrón intercederá ante el todopoderoso para mitigar los males del cuerpo y del alma que aquejan a cada uno de los fieles devotos que con suma contrición ha acudido hasta este lugar.
El Hermano Sol y la Hermana Luna en armoniosa conjunción con la Hermana Tierra y todos los elementos de la Hermana Naturaleza se han confabulado, en este luminoso día, para hacer más apacible y llevadera la ascensión de los fieles hacia la impresionante gruta. Aislados especímenes de la hermosísima Rosa de Bánica (Pereskia marcanoi) -endémica de estos lugares-, adornan con coquetería los cabellos de algunas damiselas provenientes de allende los mares, ansiosas por guardar, para la posteridad, un recuerdo de esta rareza de la naturaleza, casi en peligro de extinción.
En el ámbito de la catedral de piedra campea por sus fueros la luminosidad proveniente de los miles de cirios encendidos, colocados allí por otras tantas miles de manos de fervorosos peticionarios que depositaron sus cuitas y aspiraciones en la mediación del humilde y diligente intermediario a quien hoy todos veneran. Y junto a los ruegos, peticiones, ofrecimientos -o terminación- de promesas, cada uno de los llegados hasta este simbólico templo de rocas vivas, se sumerge, a partir de este momento, en un interesante culto y celebración propios del sincretismo cultural que caracteriza a nuestros pueblos y que tiene mucho de simbolismo mágico religioso y una profunda significación en la formación humana de toda nuestra gente humilde y buena.
Y así, cada año, despuntando los primeros días de Octubre y en el marco de las Fiestas Patronales, el poblado de Bánica, con su acogedora gente, su iglesia centenaria, su reloj de sol y la frescura de las aguas del caudaloso Rio Artibonito, se constituye en el anfitrión por excelencia de oleadas humanas de fieles, curiosos, artistas, intelectuales, investigadores culturales o simples visitantes y turistas que acuden a este hermoso rincón dominicano en la búsqueda incesante de un respiro espiritual, un cambio de actitudes en la rutina del diario vivir o la urgente búsqueda a los males del corazón que a todos conturban.
Y han de regresar a sus lugares de origen confiados en que el Hermano Francisco, ese luminoso Santo Patrón, se hará cargo de sus cuitas, rogativas y peticiones y emprenderá, con ahínco, la ardua tarea de gestionar la solución a dichos males y llevar alegría a los corazones en donde antes se incubó la tristeza.
Desde la frontera dominicano-haitiana, en los tañidos provenientes del campanario de la iglesia centenaria o incrustado en las sólidas rocas de la Gruta del Cerro, el espíritu de San Francisco de Asís, quien fuese bautizado en 1979 por el Papa Juan Pablo II, como el ‘Patrono de la Ecología’ por su amor y apego a la naturaleza y las bondades de la creación, seguirá por siempre velando por el bienestar colectivo de los habitantes de Bánica y de todo el país.
Que así sea!!
sergioreyII@hotmail.com
Julio 24, 2010; 2:56 p.m. NYC.
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