Antes de que la industrialización arropase por entero las ‘góndolas’ de los supermercados y las tramerías de almacenes, colmados y pulperías en donde se oferta al público los comestibles y demás productos del consumo tradicional en el hogar, en los más apartados rincones de la Patria ya la gente disfrutaba los placeres y delicias de un producto artesanal, elaborado con el ingenio de nuestros humildes campesinos y que gozó siempre del aprecio de los integrantes de todos los estratos sociales, en los pueblos y ciudades.
Eran tiempos en que el afecto y la consideración hacia los demás se expresaba y materializaba, de manera directa, con el envío de unos cuantos huevos de gallina envueltos en papel de ‘funda’ y depositados en una latita de avena, rigurosamente tapada, además de otro envase de igual o parecido tamaño y naturaleza, atiborrado de aromático polvo de café, tostado y molido en casa; a todo ello se agregaba una buena provisión de frutas de la estación y víveres cosechados en el conuco, en un volumen acorde a la capacidad de transporte o carga del emisario o del receptor.
Y para completar el presente, era casi una irreverencia no incluir en el obsequio algo de dulce -en almíbar o en pasta-, elaborado por hacendosas y diestras manos, semillas de cajuil tostadas y aderezadas con sal y, claro está, una buena ración de Mambá.
Para algunos, resultará chocante el término; y alegarán que nunca escucharon mención del mismo. Sin embargo, puestos en un plano de contemporización, he de aclarar sin más dilación que con el nombre de ‘Mambá’ se conoce en los campos y poblados de la región sur, la Línea Noroeste y la frontera dominico-haitiana, principalmente, a una deliciosa pasta, parecida a la mantequilla pero de mayor cuerpo y consistencia, cuya elaboración tiene por base al Maní o Cacahuete (Arachis hypogaea), planta oleaginosa cuya siembra ha estado ligada por años a la economía de los habitantes de la citada región.
Y para definir mejor las cosas diré que, guardando las distancias y las ventajas de la industrialización, los controles de calidad y los rigurosos ‘Datos de Nutrición’, observados hoy día en todo producto destinado al consumo masivo, nuestro ‘mambá’ es y viene a ser algo así como el pariente pobre del famosísimo (y empalagoso) Peanut Butter –mantequilla de maní-, altamente codiciado por el ciudadano común estadounidense y que pasó a ser un alimento apetecido por nuestros connacionales que han emigrado a ‘los países’, quienes, a su vez, lo catapultaron en sus constantes viajes de regreso a la isla, cual si se tratase de maná divino, popularizando de tal suerte el consumo del producto en todos los estratos de la población dominicana.
No he de demeritar las virtudes y bondades de la pastosa y grasienta mezcla industrializada que con tanta gula y fruición consumen nuestros niños y muchos mayores que, por momentos, olvidan sus regímenes alimenticios y prescripciones –o prohibiciones- médicas. Líbreme Dios de caer en tal desliz!!
Sin embargo, en lo que si he de profundizar es en el hecho de que, a pesar de su producción artesanal, la mantequilla de maní elaborada por nuestros laboriosos campesinos, en muy escasas ocasiones acarrea los repentinos y desastrosos efectos gastrointestinales que frecuentemente padecen los consumidores masivos del Peanut Butter, debido, más que nada, a la gula y la falta de control en el consumo.
Recuerdo que, en mis años de infancia, cuando la vida en el campo, junto a mis familiares paternos era una especie de inmenso laboratorio en donde todo estaba por descubrir y aprender, mis tíos pilaban consistentemente el maní hasta obtener una fina pasta grasosa y olorosa que tentaba a los traviesos y ‘pone-manos’, a riesgo de ganarse una buena reprimenda. A dicha pasta se agregaba una pizca de sal, sazón casero, ajíes picantes en cantidad aceptable y, en algunos casos, una ración de yuca sancochada, bien blandita, en tal proporción que no disminuyese la preeminencia del maní ni se afectasen aspectos nodales de esta oleaginosa tales como el olor, el sabor y la suavidad en el paladar.
La masa así elaborada se depositaba en frascos de vidrio y otros envases y se preservaba del calor extremo a fin de garantizar su duración.
Ya fuese como complemento de un suculento desayuno o cena a base de víveres, untada generosamente en pan o en un trozo de rico y crujiente cazabe, el mambá de nuestros campos constituyó, por siempre, el manjar más exquisito para provocar el apetito, degustar en casa y halagar el paladar de amigos o invitados en reuniones familiares o encuentros festivos.
Es por ello que, en recordación de mi tío Mario –quien me enseñó a comer DE TODO- y en homenaje a las abnegadas mujeres de Loma de Cabrera y la Línea Noroeste que han cifrado sus esfuerzos, expectativas y el sustento de sus familias, en la producción con fines de venta, de dulces, conservas variadas y la elaboración del rico Mambá, aún a riesgo de ser tildado de campuno, queda’ o, ‘nerd’ o ‘naco’, hoy les digo a voz en cuello:
-Allá los gringos con su ‘pinoboro’; pero a mí, déjenme con mi Mambá!!-
sergioreyII@hotmail.com
Noviembre 27, 2010; NYC.
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