Por Sergio Reyes II.
Finísimas gotas de cristalino liquido se desprenden desde el firmamento en forma tediosa y pertinaz, paralizando la vida citadina y sumiendo a la población en una ansiosa avidez por conocer y palpar todo cuanto sucede allá afuera, en el ámbito de los dominios y el desplazamiento de Emily, voluptuosa y casquivana tormenta con nombre de mujer que, sin llegar a huracán, tiene metido en cintura a todo el arco antillano y ha puesto a temblar a más de un funcionario y expertos en desastres y operativos de emergencia.
No repuestos del todo del crudo efecto de las imágenes mostrando los daños causados por vientos que desguazan árboles, desbordan ríos e inundan poblaciones en la hermana isla de Borinquen, los dominicanos corrieron a poner sus vidas y propiedades a buen recaudo, sabedores de que con las cosas de Dios y la naturaleza no se juega.
Más de una dolorosa experiencia, sufrida en carne propia, así lo atestigua!!
Y sin dar tiempo al deleite en la simple observación de las embravecidas olas encabritándose contra la invencible mole del antiguo rompeolas o los arrecifes de filoso coral que protegen todo el litoral sur de la ciudad, los capitaleños se aprestaron a celebrar un nuevo aniversario de la fundación de la primada Santo Domingo de Guzmán, reforzando las puertas y ventanas de sus viviendas, almacenando agua y alimentos y dando seguimiento a los noticieros, matizado todo ello, claro está, con el deguste de algún trago de etílico líquido y el febril entretenimiento de una buena partida de dominó.
Otros, más dados a francachelas y celebraciones, a falta de pitos, vejigas y piñatas, festejaron el advenimiento del cumpleaños de la ciudad de Los Colones haciendo surfing encrespados en lo alto de las espumosas oleadas del Mar Caribe, frente a Güibia o en la coqueta y, para muchos, desconocida, playita de Manresa.
De tal suerte, entre medidas extremas, desalojos compulsivos de algunos sectores de alto riesgo –que, a veces son rechazados por ciudadanos temerarios y desaprensivos-, y el seguimiento paso a paso, como en cuentagotas, de esta tormenta que, a pesar de sus exiguas fuerzas aún se empecina en dar la pelea, la población dominicana y sus vecinos de Cuba y Haití se mantiene observando tras los visillos, siguiendo las imágenes de la televisión o los noticieros radiales, pendiente del rumbo que ha de seguir en las próximas horas este dubitativo e impredecible fenómeno atmosférico.
Y mientras la lluvia cae, incesantemente, e inunda de mas en mas las chozas y cuchitriles en donde habita la gente humilde de La Ciénaga, La Zurza, La Barquita y otros tantos sectores que conforman los cinturones de miseria que bordean a la ciudad capital, mis pensamientos vuelan, también, hacia otros aspectos que arropan el día a día en nuestra vapuleada Nación.
Y pienso -cómo no hacerlo?- en José Silvestre, vilmente asesinado en La Romana, por manos asesinas que buscaban silenciar su enérgica voz de periodista a carta cabal, con un largo historial de lucha frontal contra la delincuencia, el narcotráfico y sus prohijadores, en la región este del país.
Y con la llegada de Emily, su inestable rumbo y su monótona llovizna, nos llegan los espeluznantes datos de las pesquisas en relación al horroroso asesinato de la profesora barahonera Lenny Féliz Féliz, motivado –según han informado las autoridades-, en escandalosas maquinaciones en las que estuvo de por medio la mezquina ambición humana, el celo y la envidia profesional.
Y sin darnos tiempo a reponernos del impacto, en la misma ciudad de Barahona, que en su imponente bahía y en simbólico rito mañanero, cada día rinde culto de homenaje al más radiante sol, los medios noticiosos acaban de reportar la ocurrencia de un vulgar atraco perpetrado en contra de una comerciante local -profesora universitaria, por demás-, en el que le fueron sustraídos, al llegar a su vivienda, todos los recursos obtenidos en la actividad comercial a la que se dedica de manera colateral, los días de feria en la localidad de Jimaní.
Estas y otras cosas que tienen a la población al borde del paroxismo, ante la mirada indiferente y la acción ineficaz de las autoridades, se suceden y marchan a la par con el avance torpe y amenazador de Emily por suelo patrio.
Las aguas siguen anegando las calles, algunos vientos aislados azotan por momentos los árboles que tenemos en frente y, de repente, solo atino a pensar en la calamitosa situación por la que han de estar pasando los pobladores de todo el perímetro de los lagos Enriquillo, Azuei y Saumatre, en los predios de la frontera dominico-haitiana, que desde hace mucho tiempo vienen clamando por la ayuda oficial ante los problemas de inundación de estas tierras, el catastrófico daño a la agricultura, el consiguiente incremento de la miseria y el deterioro progresivo en la calidad de vida de estas gentes.
Qué será de ellos, a medida que se incremente el nivel de las precipitaciones en esta zona del suroeste dominicano en que, según los pronósticos, los efectos del fenómeno atmosférico serán mucho más intensos y devastadores que en el resto del país?
Ante tan desolador panorama no nos queda mas que aspirar a que Dios nos agarre confesados, porque, por lo que se ve, para los sectores desposeídos de nuestro país, en casos como el que nos ocupa, la ayuda del hombre –y, principalmente de nuestra clase gobernante- no pasará de ser una vana utopía, con paliativos de operativos de emergencia, aparatajes de ruedas de Prensa y maquilladas declaraciones politiqueras de típico corte electoral.
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