Por Sergio Reyes II.
La bruma del recuerdo, por momentos, extiende un manto difuso sobre hechos y situaciones, permeando el surgimiento de interpretaciones acomodaticias que dan pie al desarrollo de abominables aspiraciones de redituar ‘eras’ y periodos luctuosos felizmente superados gracias al tesón y heroísmo del pueblo dominicano. El veneno que corre por las venas de los herederos de La Bestia les induce, de cuando en cuando, a levantar solapadamente las cabezas, bajo el discreto e inocuo manto de un inocente y casual encuentro social, la puesta en circulación de una ‘inofensiva’ obra de recuerdos familiares que gracias a la torpeza y la confabulación de algunos hubo de ser premiada (?), y, más recientemente, en derroche de insolencia y provocación se nos muestran, tal cual son, pretendiendo difundir su proterva ideología a través de espacios mediáticos, museos y entidades partidarias o aprovechando las ventajas de la participación activa en la vida social, apelando a derechos y prerrogativas que la dictadura por la cual aún suspiran nunca jamás permitió ni respetó.
Más de cincuenta años han transcurrido desde la noche en que los dominicanos pudieron observar de nuevo, en los cielos de Quisqueya, el hermoso resplandor de la luz de la libertad. Ha sido tortuoso el camino. Y, por momentos, se ha perdido la esperanza, se ha confundido el rumbo, … y algunos han traicionado los ideales!!
Sin embargo, a pesar de los tropiezos, la Patria sigue adelante, y nada ni nadie logrará conducirla de vuelta por senderos superados.
Sin que, necesariamente, se incurra en un ejercicio de culto indirecto a la satrapía y sus desmanes, hay que mantener latente en la población –y fundamentalmente en el seno de las generaciones emergentes- los alcances y excesos de aquella época de oprobio y horror, a fin de poder mantener día a día y con firmeza la decisión irrenunciable del pueblo de preservar los estamentos democráticos con tanto esfuerzo logrados y no dar ni un paso atrás en la labor de sepultar para siempre todos los vestigios de la tiranía.
El Ministerio de Cultura, por intermedio de su organismo de publicaciones -la Editora Nacional-, ha dado inicio a la ardua labor de desempolvar y reimprimir una serie de obras escritas en su gran mayoría por dominicanos que hubieron de sufrir los rigores del ostracismo a causa de su disensión con el régimen implantado por Rafael Leónidas Trujillo Molina en la República Dominicana, durante el periodo 1930-1961. Al frente de dicha enjundiosa labor se encuentra el reconocido historiador Bernardo Vega, en calidad de Asesor, quien para estas labores cuenta con el apoyo total del incumbente de la cartera, el Lic. José Rafael Lantigua.
Los primeros frutos de lo que, a ojos vista, ha de ser una fecunda cosecha, fueron puestos recientemente al alcance del público, en un emotivo y concurrido acto celebrado el 2 de Junio en los salones del Museo de las Casas Reales, en la ciudad de Santo Domingo.
“Yo también acuso” (Carmita Landestoy), “Trujillo: La agonía dominicana” (Buenaventura Sánchez), “La tragedia dominicana” (Juan Isidro Jiménes-Grullón, Ángel Miolán y Juan Bosch), y, finalmente, “Un Generalísimo” (Ángel Miolán), constituyen la primera parte de este valioso aporte a la bibliografía nacional, enfocado en el análisis preciso y valiente de aquellos que enfrentaron, arriesgando sus vidas, los desmanes y abusos de aquella que con justa razón ha sido calificada como ‘una tiranía sin ejemplo’.
Queremos detenernos brevemente, sin pretensiones de asumir poses de crítico literario, en el enfoque de la última de las obras incluidas en el listado anterior, correspondiente a una versión novelada con la que el ilustre dajabonero Ángel Miolán (qepd) aborda su participación en los hechos protagonizados en Santiago de los Caballeros, en Marzo de 1934, por un puñado de jóvenes estudiantes e intelectuales, que asumieron, con gallardía y heroísmo –aunque fallidamente-, la peligrosa tarea de intentar ajusticiar al tirano en momentos en que este se disponía a participar en una actividad festiva en el Centro de Recreo, junto a lo más granado de la alta sociedad cibaeña.
Independientemente del fracaso de la misión, fruto de la inexperiencia, la falta de coordinación y la ansiedad que albergaban en su pecho los enfebrecidos opositores a una sangrienta tiranía que ya se enfilaba hacia la perpetuación en el poder, lo cierto es que, por lo novedoso del método, la procedencia social de sus propiciadores y la posible repercusión negativa que pudiese tener para el régimen –que se encontraba inmerso en actividades proselitistas con miras a la reelección-, la dictadura tuvo que concentrarse a fondo para desentrañar la trama sediciosa y capturar a sus más connotados cabecillas.
El manejo casi absoluto de las riendas del poder, la colaboración, unas veces abyecta y complaciente y otras veces impuesta por la vía de la intimidación y el terror, de los estamentos policiales, militares y judiciales así como el uso artero de la delación, permitió, en este caso como en otros que habrían de sucederse a lo largo de la tiranía, que los principales implicados fuesen cayendo uno tras otro en las garras de los cuerpos represivos y, desenredada la urdimbre, se dio paso al montaje de una grotesca comedia de corte judicial al final de la cual fueron sentenciados a las más severas penas aquellos que habían sobrevivido al proceso de torturas y vejámenes a que se les sometió para obtener la confesión de los hechos que se les imputaban.
Y todo ello, valga la aclaración, contando con el conciliábulo de la jerarquía católica, un sector significativo de la intelectualidad de entonces, el manejo adocenado de la opinión pública, a través de los medios de prensa sumisos al gobierno y el peligro de la asechanza pendiendo peligrosamente por encima de las cabezas de toda una población inerme, impedida de manifestar la más leve disensión al régimen, so pena de muerte.
Hechos como el que hoy nos ocupa se sucedieron continuamente durante las tres décadas de terror de la tiranía trujillista. En el ámbito de la población civil, en el seno de los cuerpos castrenses, en las oleadas de exiliados albergados generosamente en Haití, Cuba, Puerto Rico, Venezuela, Costa Rica y otras naciones en el continente americano y Europa. Uno tras otro se sucedían los conatos sediciosos y, a pesar de los fracasos, de cada derrota renacía con más fuerza y vigor el ansia de redención del pueblo dominicano y la decisión inquebrantable de hacer añicos los cimientos de la tiranía.
El primer aldabonazo de este capítulo heroico de las luchas anti trujillistas en los albores de la dictadura está expuesto con lujo de detalles en el libro “Una Gestapo en América”, enjundiosa obra redactada por la pluma a veces acre y apasionada pero siempre apegada a la verdad histórica y el rigor científico del eminente investigador dominicano Juan Isidro Jiménes-Grullón.
En efecto, en su condición de protagonista de primera línea del intento de ajusticiamiento de Trujillo y su relación directa con acciones incendiarias, colocación de petardos en locales públicos así como la ejecución de acciones intimidatorias y terroristas en contra de encumbrados funcionarios del régimen en el entorno de la ciudad de Santiago, en la citada obra Jiménes-Grullón nos ofrece un recuento pormenorizado y ampliamente documentado del desarrollo de la trama en cuestión, el papel jugado por los esbirros del régimen en la persecución de los implicados, los niveles de entereza y valentía asumidos por estos frente a los atroces y abusivos métodos de tortura a que fueron sometidos y, de paso, el resquebrajamiento moral e ideológico en que cayeron algunos, lo que les llevó a incurrir en el odioso recurso de la delación, en aras de preservar sus vidas.
La obra recoge también, con toda su crudeza, las condiciones infrahumanas padecidas por los jóvenes implicados en la trama así como por la generalidad de los presos alojados en la tristemente recordada Cárcel de Boca de Nigua, en San Cristóbal. Fruto de dichos malos tratos y de la insalubridad imperante en el penal muchos vieron llegar la muerte aquejados de las más crueles torturas y de penosas dolencias y enfermedades.
Una historia novelada.
Ángel Miolán Reynoso vio pasar sus años mozos en el seno de una familia que gozaba de una relativa estabilidad económica. Su padre poseía plantaciones dedicadas mayoritariamente al cultivo de tabaco en Quarter Morin, una comunidad enclavada en el Departamento Norte de Haití, colindante con los poblados del noroeste y la frontera norte de la República Dominicana. Esta condición le llevó a repartirse, unas veces en suelo del vecino país y otras tantas en Dajabón, en donde se había establecido el hogar y donde residía el tronco familiar por vía materna.
En esos años, cultivó amistades, aprendió la lengua haitiana y se compenetró con aspectos generales de la geografía, cultura e idiosincrasia de esa hermana nación.
Al filo de la adolescencia, la necesidad de cultivar el intelecto y moldear el espíritu le llevan a residir en la ciudad de Santiago de los Caballeros, en la región del Cibao, en los años iniciales de la década de los 30’s, en momentos en que se tejían y entretejían los hilos de la componenda fatal que daría por resultado la entronización de una época de terror y opresión que habría de ser conocida como La Era de Trujillo.
En este escenario, envuelto en los aires derivados de la filosofía educativa, el debate ideológico y el libre juego de las ideas, junto a intelectuales, amigos y contertulios de mentalidad crítica sin compromisos con el naciente régimen, el joven estudiante comenzó a moldear su mentalidad y, a poco andar, ya estaba envuelto en los afanes proselitistas y conspirativos que convertían a la ciudad cibaeña en un hervidero político.
De tal suerte, haciendo uso de un hábil manejo de la palabra (heredado tal vez de sus años de labor pedagógica y periodística), Don Ángel Miolán nos regala, en una obra póstuma, un interesantísimo enfoque basado en sus experiencias sobre los aprestos conspirativos que hemos venido mencionando así como del papel de primer orden jugado por él en dichos acontecimientos, en compañía de Jiménes-Grullón, Ramón Vila Piola, José Daniel Ariza, Ildefonso Colón, Rigoberto Cerda, José Najul, Polín Franco, Leopoldo Bidó, Jesús María Patiño, Hellobín Cruz, Federico Guillermo Liz, Juan Ulises García, Francisco Augusto Lora, Félix Ceballos, Luis María Helú, Rafael Antonio Veras, Germán Martínez Reyna, Nicanor Saleta, Francisco Castellanos, Cholo Cantizano, Luis Heriberto Valdez, Manuel Borbón y otros tantos valerosos jóvenes cibaeños que se enfrentaron con tesón y gallardía a los esbirros de la dictadura y a sus métodos criminales.
Más aún, en su novela Un generalísimo, Miolán conduce de las manos al lector para acompañarle en una verdadera odisea de peripecias, afanes y desventuras por campos y sabanas de la campiña noroestana hasta internarse en territorio haitiano, por lugares inhóspitos y agrestes en donde disfrutó unas veces de la solidaridad y el calor de la gente humilde de ese país, se vió expuesto a las tentativas de extradición, encaminadas por los personeros de la implacable dictadura trujillista y finalmente, padeció los rigores de la prisión, durante más de 4 meses, a instancias de la diplomacia y los servicios de espionaje del gobierno trujillista radicados en Haití.
A pesar de constituir un enfoque basado en el género literario de la novela, el cotejo de esta obra póstuma de Don Ángel con el texto de Una Gestapo en América, de Juan Isidro Jiménes-Grullón, -previamente citada-, así como con otros escritos y pasajes redactados con riguroso apego a la verdad histórica, nos llevan a la conclusión de que tenemos en nuestras manos una obra de inestimable valor que merece ser conocida, analizada y disfrutada por estudiosos y lectores interesados en conocer el devenir de nuestra vapuleada Nación.
Además, la lectura fría y serena de la novela nos permite apreciar aspectos desconocidos de la vida de este insigne dajabonero; facetas que contribuyeron a forjar su reciedumbre moral y le permitieron mantenerse a salvo de las celadas y persecuciones hasta poder escapar al ostracismo, esta vez a Cuba, desde donde habría de iniciar y sostener -junto a otros valiosos representantes de la Patria en el exilio-, una larga odisea y un tortuoso peregrinar de más de 26 años en pro de la redención del pueblo dominicano, sin doblegarse ni cejar nunca en sus principios.
No podía ser más oportuno el momento de la puesta en circulación de estas obras que realzan el valor y la combatividad de nuestros prohombres, enfrentados en desigualdad de fuerzas y contando apenas con el empuje de la convicción, ante una satrapía de la peor calaña, como lo fue la dictadura trujillista.
Estas publicaciones constituyen, también, un poderoso mentís frente a quienes pretenden suavizar, basados en el presunto tamiz del olvido, los horrores y crímenes cometidos por Trujillo y sus secuaces, entre los que se encuentran, por vía de consecuencia, sus indulgentes, ‘olvidadizos’ e ‘inofensivos’ herederos.
Enhorabuena por el surgimiento de esta invaluable colección de obras de alto contenido patriótico e histórico.
Gloria eterna a Don Ángel Miolán, inolvidable Maestro e insigne dajabonero!
sergioreyII@hotmail.com
Junio 21, 2011; Santo Domingo.
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