27 jul 2011

En la Reserva Eco-Cultural El Guanal, la naturaleza tiene un ardiente defensor.

Sergio Reyes II.

 
Una hilera interminable de espigadas plantitas de guandules en pleno crecimiento, flanqueadas de cerca por espinosos penachos de zábila que a manera de guardianes acompañan a las primeras, bordean en toda su extensión el acogedor recinto que, cual paraíso soñado, recibe alborozado y con las puertas abiertas de par en par a todo aquel que se adentra en busca del ansiado contacto con la naturaleza, por los predios de la Reserva Eco-Cultural (de) El Guanal, a escasos kilómetros más allá de Sabaneta -Santiago Rodríguez-, viajando hacia el oeste, en tierras de la bravía y ardiente, pero siempre acogedora Línea Noroeste, en la Republica Dominicana.

Una extensa arboleda, en la que predominan los frutales y especies locales, ocupa casi todo el escenario. De inmediato, destaca la presencia de frondosos mangos, sembrados con profusión y diversidad a lo largo y ancho de la finca, que forman acogedores espacios de sombra y, en tiempos de cosecha, de seguro constituyen el placer de los invitados.

Cajuiles, aguacates, mamones, cerezas, naranjas, limones, caimitos y guayabas, entre otras especies frutales, interactúan en el mismo espacio junto al frondoso y colorido árbol de la bija que, en épocas pasadas constituía las delicias de la culinaria rural y pueblerina, antes de ser desplazada por la industrializada ‘pasta’ de tomate.

Aromáticos efluvios provenientes de ramos de orégano que ondulan graciosamente ante el impacto de la brisa nos transportan en sabrosas evocaciones de humeantes guisos elaborados con chivo y acompañados con trozos de víveres, moro de guandules y generosas tajadas de aguacate, para complementar el plato.

Y ya que estamos incursionando, aun sea de pasada, en materia gastronómica, es justo mencionar que en este sin igual perímetro rural, en lugares debidamente irrigados por certera mano, por doquier pululan las plantitas de ajíes de diversa especie y tamaño, cilantro, tomatitos silvestres, pepinos cocombro, molondrones, berenjenas y otras sabrosuras que, junto a la naranja agria, constituyen la base esencial e insustituible de la culinaria doméstica en los campos y poblados de La Línea.

Un buen día de Julio, cámara en ristre, libreta en mano y acezando por efecto de las implacables caricias del ardiente sol noroestano, nos adentramos en el perímetro de este acogedor espacio al que nos venimos refiriendo, en busca de la siempre gratificante y aleccionadora conversación con Alberto Manuel Peralta Zapata, un abnegado agricultor de El Guanal que, en sus años mozos ejerció labores de albañil y herrero y en la actualidad ha dedicado su vida a servirle a Dios, seguir al pie de la letra y escudriñar la palabra sagrada, bajo la severa dirección de los Testigos de Jehová, secta cristiana a la que pertenece.

Junto a esto, Don Manuel ve pasar los días dedicado al cuidado y sostenimiento de los predios agrícolas que con todo el carácter de una verdadera reserva ecológica ha instalado junto a su hijo, Manuel Dionisio Peralta Estévez, renombrado artista de la talla y el pincel, profesor de Bellas Artes y activista cultural, a quien se debe, entre otros múltiples aportes, la creación de las vistosas esculturas en madera que reposan en el parque central de Santiago Rodríguez y en la plazoleta frontal del cementerio de Santiago de los Caballeros, dedicadas, ambas, a resaltar la riqueza cultural y ecológica dominicana y, de manera especial, de la porción occidental del Valle del Cibao.

Y haciendo honor a la estampa del verdadero hombre de trabajo del noroeste dominicano, encontramos al viejo patriarca, inclinado su cuerpo en afanosa contienda con la azada, en pos de ganarle a la pródiga tierra los valiosos frutos que sus vigorosas energías todavía le permiten cosechar.

A tono con ello, y para no interrumpir su noble y afanosa labor, le dejamos continuar la tarea –que ya casi llegaba a su fin-, antes de que ‘picara’ mas el sol, mientras deambulábamos por la finca y almacenábamos para el recuerdo las vistosas y aleccionadoras estampas que conserva esta reserva ecológica que es, a la vez, un patrimonio cultural de la comunidad y de toda la región.

Diciendo y haciendo, dejamos a Don Manuel Peralta en su faena de desyerbo del primoroso ‘cuadro’ de yuca amarga destinada para la confección futura de apetitosas tortas de cazabe –que el mismo elabora- y nos dirigimos, un asombro tras otro, a visitar los recovecos de la finca y su variada floresta, la siembra de diferentes rubros agrícolas destinados al consumo y el Taller-Museo del hijo-artista, en el que comparten escenario interesantes tallas de madera en pleno proceso de creación, junto a la más diversa colección de artículos, muebles y utensilios de uso doméstico, principalmente en la zona rural.

En aquel apacible recinto, vistosamente decorado con estampas de la fauna y la flora local y colocado en lo alto de un cerro, en donde se disfruta el embate de la fresca brisa y se observan, en lontananza, las edificaciones más emblemáticas de Sabaneta, pudimos apreciar, también, en toda su magnitud y belleza, el porte y elegancia de las espigadas palmas de guano, cuyo desarrollo y multiplicación ha dado nombre a este entorno territorial y cuyo comercio constituye, entre otras cosas, parte esencial del sustento de muchas familias de la zona.

Las frescas y cantarinas aguas de un arroyuelo cercano, que discurre entre azulosos pedregones que constituyen la madriguera ideal para jaibas y camarones, fijaron la pauta para el necesario receso. Su ribera hace las veces de frontera natural entre predios de diferentes familias entroncadas en la zona, siendo también la fuente de abastecimiento del preciado liquido (para usos domésticos y de las crianzas), a la vez que balneario paradisiaco, de disfrute casi en exclusividad y en total intimidad para todo aquel que tiene el privilegio de ser acogido en este recinto, en el que -al decir de Don Manuel-, puede llegar como invitado todo el que lo desee, siempre y cuando lo haga con orden, en atención a los preceptos de Dios y con pleno respeto a la naturaleza.

Luego de habernos refrescado y saciado la sed en las cristalinas aguas del arroyo y juguetear como en los días de infancia, persiguiendo jaibas, importunando nidos de avispas, madrigueras de cacatas, lucios y alacranes y observar el paso fugaz de algún Pájaro Bobo, siguiendo el cauce del rio con su vuelo rasante y a mediana altura, regresamos de nuevo a la casa-refugio de Manuel, en donde habríamos de disfrutar de una contagiosa y agradable conversación sobre aspectos de su historia familiar, el desarrollo precoz de la vena artística de su hijo Dionisio y el meteórico ascenso de este en el mundo de las Bellas Artes, en todo el ámbito del Cibao y el resto del país.

Y junto con aquel grande hombre, pequeño en tamaño pero inmenso en sabiduría y enseñanzas, recorrimos las intríngulis de su fecunda vida, que –por lo que pudimos apreciar- ha girado y sigue girando alrededor de Dionisio, quien es su hijo único y constituye su mayor orgullo.

Y hablando sobre tópicos diversos de la vida y la cultura en general, abordamos también, como de soslayo, aspectos nodales de su acendrada y estudiada formación religiosa, los que, como todo ortodoxo cristiano, defiende a capa y espada, como vigilante que es de su Dios y su fe.

De tal suerte, junto a aquel acucioso e incisivo defensor de sus creencias, recorrimos un amplio trecho en el que la conversación, por momentos, hacia atisbos de penetrar en dilucidaciones en cierto modo irreconciliables sobre temas de religión, ciencia, cultura y creencias propias de la idiosincrasia del pueblo dominicano.

El apacible ambiente prevaleciente en la amplia y ventilada terraza construida de pino rústico, elevada sobre gruesos pilares y cobijada con una vistosa techumbre tejida con guano, a la que se accede por una escalera exterior de escalones de robustos tablones, contribuyó a incrementar el placer de la estadía.

Decenas de libros, revistas, folletos y tratados elaborados en serie para documentar y robustecer la fe, que se encuentran apilados por doquier, atestiguan que Manuel es un acucioso y consuetudinario lector de ‘la palabra’, elemento que sale a flote en cada una de los enfoques y contundentes pronunciamientos de tipo religioso o índole moral con que nos obsequió; todo ello, claro está, intercalado con los datos e informaciones que nos fue suministrando en relación a su otra pasión: su hijo Dionisio, artesano de las bellas artes y tallador en madera, quien también hace maravillas de orfebrería, a partir de su dominio en el manejo y moldeado del vidrio colado.

El momento de la partida hubo de llegar, y con este, quedaron esbozados sobre el tapete, los temas de análisis para una futura visita en la que, quizás, podamos coincidir con el genio y cerebro de este singular y multifacético rincón cultural de El Guanal.

Y con la promesa latente de un próximo encuentro, partimos de allí, a media tarde, como quien dice, ‘por la sombrita’, para escapar de los renovados rayos del sol y satisfechos de saber que, todavía, queda mucha gente buena y laboriosa a quien le duele la Patria y lucha por la preservación de nuestros recursos naturales.

Manuel y Dionisio, junto a la obra de amor a la naturaleza, las costumbres y la cultura autóctona, que han levantado y sostenido en El Guanal, constituyen la prueba más palpable de ello.

Y esto, justo es decirlo, hay que valorarlo, reconocerlo y estimularlo!


sergioreyII@hotmail.com.

Julio 26, 2011.

1 comentario:

  1. Muy interesante.Linda historia. Un gusto visitarte y leerte. Seguiré visitándote con el permiso tuyo. Te estaré enlazando para que mis seguidores tengan la oportunidad de leerte y conocer mas de nuestra cultura.Te envío un fraternal saludo, deseándote un buen inicio de semana.Muchas bendiciones para ti.

    http://socialculturalyhumano.blogspot.com/

    ResponderEliminar

Una sola Palabra

BUCÓLICO

1. Adj. lit. Díc. del género de poesía o composición poética que canta la sencillez de la vida campestre. Teócrito es considerado su creador y Virgilio su máxima figura y modelo para los autores de la Edad Media.

2. adj.-s. idílico.