5 ene 2010

ILUSIONES TRUNCAS


El personal operativo de ‘American’ afanaba intensamente aquella mañana agilizando el procesamiento de la revisión de equipajes y chequeo de documentos del multifacético maremagnum que se agolpaba en las filas desde tempranas horas de la madrugada.

Dado lo temprano de la hora de salida, en la terminología popular habíase bautizado aquel vuelo como “El Madrugador”, y, acorde con dicha cualidad, aquel día, pasajeros y empleomanía de la línea aérea, todos a una, ponían de su parte a fin de que el abordaje y salida de la nave pudiese efectuarse sin mayores tropiezos.

Entre chequeos de maletas y el pago del ineludible y casi siempre presente ‘sobrepeso’, alternados con bostezos y emocionadas despedidas casi al filo de la entrada a Migración, fueron desfilando uno tras otro, para llegar a la zona de espera previa al abordaje de la inmensa nave cuyo platinado fuselaje se avistaba mas allá del inmenso mirador de vidrio compacto.

Lágrimas de despedida, encargos de último minuto a los familiares que quedaban a cargo y cariñosos mensajes dirigidos a quienes habrían de recibir en sus destinos finales a aquellos viajeros, era todo cuanto se avistaba en la confusa atmósfera de aquella mañana, mezcla de angustia y emoción.

El counter –mostrador- fue quedándose vacío, para alivio de las muchachas y demás empleados de AA que veían de tal suerte concluída exitosamente su misión. A los pilotos, azafatas y demás miembros de la tripulación del Airbus 300-600 les tocaba ahora la encomienda de recibir a los eufóricos pasajeros y conducirlos a salvo y con atentos cuidados hasta su destino final, en pleno centro del Caribe, en una isla bañada de sal y mar y guarnecida con los más hermosos bancos de coral que la mente recuerde.

Algunos iban para las fiestas de navidad, en una adelantada fecha que era, por una parte, una hábil estrategia de conseguir buenos precios en los pasajes, previo a la época de alzas, y por la otra, una vía de escape al opresivo y angustiante estado emocional en que quedó sumida la población luego de los catastróficos efectos de la oleada terrorista de Septiembre 11.

El estado generalizado de miedo e incertidumbre que había echado por el suelo las esperanzas de bienestar y progreso de muchos inmigrantes, acicateaba el ánimo de varios de los ocupantes de aquel vuelo. Algunos habían partido de vuelta a sus tierras, sin planes inmediatos de regreso al País de las Oportunidades, y junto a sus atiborradas maletas, el grueso número de varios de aquellos núcleos familiares se llevaba de vuelta sus ilusiones y expectativas: El terror estaba ganando cuerpo en las mentes y actitudes de amplios sectores de clase humilde y trabajadora y nadie podía apostar a un mañana promisorio.

-II-

El escualo de plata inició su deslizamiento y labores rutinarias de carreteo en el andén de la Terminal a la espera de su turno, detrás de un avión de bandera japonesa. Para el personal de la Torre de Control del Aeropuerto John Fitzgerald Kennedy aquel era un día mas de rutina, caracterizado por la incesante comunicación e intercambio de impresiones con los pilotos de las innúmeras aeronaves que se acomodaban parsimoniosamente a la espera de entrar a la pista de despegue, así como de coordinación con el personal en cabina en los vuelos de llegada.

El vuelo # 587 de American Airlines, con destino a República Dominicana, se deslizó vertiginosamente por la pista del atestado aeropuerto neoyorquino, y luego de proceder, acorde al reglamento, con todas las medidas de lugar, se elevó a los cielos cargando en su vientre a 251 pasajeros y 9 miembros de la tripulación.

Los sueños e ilusiones se agolpaban en las mentes de los que se iban –y los que quedaban atrás-, aquel 12 de Noviembre de 2001. El reloj marcaba las 9:14 minutos de la mañana.


Apenas un minuto después, el Capitán, Ed Status y su Copiloto Sten Molin, reportaron a la torre de Control la presencia de una preocupante estela de turbulencia, que afectaba el ascenso y desplazamiento de la aeronave, originada , al parecer, por el curso del avión 747 japonés que les había precedido en la salida de la Terminal.

No hubo tiempo a nada más.

La reconstrucción de los fatales sucesos que sobrevinieron después definió como explicación básica de la tragedia que la deriva vertical y el timón direccional de cola (del avión) se separaron y segundos después la nave se precipitó a tierra envuelta en una terrorífica bola de fuego.

Los cielos de la apacible comunidad turística de Rockaway, en la costa sur del condado de Queens, a unos 8 kilómetros del aeropuerto, se tiñeron de rojo, en la tranquila mañana. Algunos apenas iniciaban los afanes rutinarios del hogar, mientras otros permanecían en la apacibilidad de sus camas, dispuestos a disfrutar unos momentos adicionales de sueño.

El estrépito infernal que sobrevino repentinamente remeció a la taciturna barriada de Belle Harbor y en pocos segundos, cerca de una docena de edificaciones y una estación gasolinera quedaron envueltas en llamas y sumidos sus lugareños en un paroxismo de llanto y terror que rememoraba los efectos alucinantes de un reciente 11 de Septiembre todavía latentes.

La intercepción de las calles Newport y 131 resultó ser la parte más afectada: las viviendas impactadas y los frondosos árboles de los alrededores ardían envueltos en flamígeras llamaradas. Por doquier se observaban restos retorcidos del fuselaje de la nave. A unas 20 cuadras de allí había ido a parar una parte de uno de los motores que se desprendió en pleno vuelo. Todo lo demás era parte de un horroroso amasijo de fuego y destrucción.

La indolente y fría contabilidad arrojó un saldo fatal de fallecidos que incluía la totalidad de los ocupantes del avión (265) y 5 lugareños, residentes en las viviendas impactadas, mas un herido de gravedad.

Todas las unidades de la estación de bomberos local, reforzadas con otras muchas que arribaron desde todos los puntos de la ciudad lucharon incesantemente por sofocar las llamas y evitar que los daños se extendiesen a toda la población. Un fuerte operativo de seguridad acordonó la zona para evitar el ingreso de los medios de prensa y de los desesperados familiares que ya comenzaban a afluir a borbotones hacia el trágico escenario de los acontecimientos.

Las sonrisas e ilusiones que apenas unos instantes atrás habían dejado sembrada su estela de encanto en ambos conglomerados (los que se iban y los que se quedaban) se había trocado en dolor, quedando así eclipsadas, irremisiblemente, como un amargo recuerdo para la posteridad.



-III-
Un Homenaje al Recuerdo.

La Calle 116 de Belle Harbor, en Rockaway Beach, a pesar de su reducida extensión viene a ser, en cierto modo, la principal arteria de esa población playera. En el verano, una intensa y bulliciosa marejada humana inunda sus aceras, paseos peatonales, restaurantes y otros establecimientos comerciales y de diversión.

Allí termina (o inicia) uno de los ramales del archifamoso Tren A, que conecta gran parte del territorio del condado de Queens con la isla de Manhattan, extensión ésta última que recorre a todo lo largo, hasta la estación No. 207, en la barriada de Inwood, mas al norte de Washington Heights.

En un extremo de la precitada calle # 116 se encuentra una placita, con glorieta decorada con curiosos vitrales y andenes o aceras con inscripciones que evocan nombres y sentimientos. Hermosas plantas de vistoso colorido engalanan el lugar. Una serie de banquetas ha sido dispuesta a propósito para el descanso y permitir la afluencia de la meditación, en recuerdo a los allí venerados.

Se trata de una plaza en homenaje a los caídos en los fatídicos atentados terroristas del 11 de Septiembre de 200, que impactaron a las torres gemelas conocidas como World Trade Center (WTC). Una parte de los fallecidos en esos luctuosos hechos, principalmente miembros del cuerpo de bomberos, eran residentes de esta localidad, y en tal virtud, sus nombres son recordados y venerados con respeto y amor, por lugareños y visitantes.

En días despejados, desde este mismo lugar, puede verse en lontananza la silueta de la punta de la isla de Manhattan, con sus característicos rascacielos. Un espacio vacío, en donde una vez estuvo el WTC, resalta en la lejanía, con la solemnidad del espanto.

Al otro extremo de la calle, casi al borde de la playa, se erige otra plaza de veneración. Sólidos ladrillos de color más claro que lo tradicional dan forma a una estructura en semicírculo que permite una amplia concentración de personas en su centro. Una parte de las piezas de adobe ha sido dispuesta para registrar los nombres de cada uno de os caídos en el Vuelo # 587 de la aerolínea American Airlines, con destino a República Dominicana.

Las autoridades oficiales y edilicias, representativos del consulado dominicano, organismos comunitarios y la entidad que agrupa a los familiares de los fallecidos, aunaron esfuerzos para lograr la autorización de la erección del monumento, la elección del lugar adecuado y la disposición de los fondos correspondientes.

Un fragmento de un inolvidable poema del Poeta Nacional Dominicano, Don Pedro Mir, corona la estructura, llamando poderosamente la atención y motivando la meditación sobre los profundos significados de la vida.


-IV-

Esta lamentable tragedia de la que finalmente fueron descartados orígenes terroristas o criminales, enlutó en toda su extensión a la República Dominicana así como a otras naciones representadas en pasajeros que por diferentes razones formaban parte del citado vuelo.

Aquel día y los que le sobrevinieron un manto de luto y dolor cubrió las barriadas de Washington Heights e Inwood –en Manhattan- así como los condados de El Bronx, Queens y Brooklyn y diferentes puntos de Nueva Jersey en donde residen mayormente los inmigrantes dominicanos.

El dolor tocó a todos por igual y en cada calle o sector se lloraba la muerte de un familiar, un vecino, amigo o relacionado. La solidaridad se hizo presente en cada corazón atribulado, en homenaje a los tantos dominicanos y el resto de ciudadanos de otras nacionalidades fallecidas aquel trágico día.

-V-


El culto a los caídos, heredado de culturas milenarias, nos impulsa a venerar el espíritu de nuestros seres queridos, manteniéndolos presentes en el pensamiento y el corazón. Hasta el reencuentro con ellos.

El monumento de Rockaway Beach no guarda los restos mortales de los fallecidos en el fatídico vuelo, pero es una forma de profesar amor a su recuerdo. Las conveniencias estructurales y disposiciones edilicias determinaron que esa solemne estructura fuese erigida al final de la calle # 116 y no en la # 131 –en donde realmente ocurrió la colisión-. Igual da!!
Su importancia radica en que constituye un punto de referencia y encuentro para honrar a nuestros seres amados cuya vida eclipsó el destino a destiempo.

El golpeo en el rostro de la fuerte brisa proveniente de la playa y el embate de las furiosas olas del Atlántico, que nos salpica a veces con infinitas gotas del salitroso líquido nos permite evocar sus recuerdos, remontando el espacio por encima del inmenso mar, hacia una dimensión en donde no hay dolor ni maldad. Solo la magnificencia del amor que les seguimos profesando.

Por todo ello, en mi nombre y en el de todos los que están imposibilitados de venir, he acudido a venerar la memoria de mis 176 dominicanos y otros hermanos del mundo, en esta mañana fría y solitaria de inicios del año 2010.

Paz a sus restos y eterno amor a su memoria!!

SERGIO REYES II
sergioreyII@hotmail.com
Belle Harbor; Rockaway Beach. NYC.
01/01/2010; 9:45 a.m.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Una sola Palabra

BUCÓLICO

1. Adj. lit. Díc. del género de poesía o composición poética que canta la sencillez de la vida campestre. Teócrito es considerado su creador y Virgilio su máxima figura y modelo para los autores de la Edad Media.

2. adj.-s. idílico.