19 sept 2011

EL FOTUTO: Eslabón de dos culturas.

Por Sergio Reyes II

Un ululante sonido, que parece susurro y evoca gemidos viaja encabritado en las ondas del viento, penetra entre ramas, flores silvestres y enredaderas en la enmarañada sucesión de enhiestos pinares y otros exponentes que conforman la floresta de la serranía y luego de rebasar las altas copas de estos, se expande en el espacio, se proyecta en todas direcciones y se hace dueño del entorno, difundiendo un sutil mensaje, unas veces sociable y fraternal, otras tantas combativo, que enlaza multitudes, transmite sentimientos y hace evocar eventos gloriosos, épicas libertarias y legados comunes, que perviven, todavía, en la conformación social de los pueblos que ocupan la Isla Hispaniola.

Un curioso pasadizo, a manera de laberinto, ubicado en el interior de una concha de caracol marino a la que previamente se le ha producido una abertura en el vértice, es el origen de donde emana el penetrante y sostenido clarín. De tal suerte, al ser soplado con toda la fuerza de los pulmones, cual si fuese una trompeta, este ingenioso artefacto extiende su utilidad, acorde a las necesidades y conveniencias del usuario, mas allá del mero aprovechamiento con fines culinarios del apetecido lambí, molusco ampliamente conocido en el ámbito de las antillas y que –dígase de una vez- usa el caracol a que nos venimos refiriendo como albergue, armadura y medio de desplazamiento.

La presencia numerosa de los restos del Caracol de Lambí (Strombus gigas), asociada a vestigios indígenas y asentamientos humanos pertenecientes a los primeros pobladores de La Hispaniola, ha sido reportada por calificados científicos y arqueólogos de nuestro país y el extranjero. Esto ha permitido conocer aspectos importantes en relación con los componentes básicos de la dieta alimenticia de dichos pobladores. De igual manera, el uso de dicho instrumento con fines musicales o en ritos religiosos entre los Taínos, ha quedado patentizado en las obras de los Cronistas de Indias y demás investigadores y estudiosos de nuestro pasado histórico.

La acuciante necesidad de mano de obra para ser usada en las minas y plantaciones así como en la construcción de villas y ciudades, acorde al proyecto de conquista y expansión colonialista impuesta en el entorno antillano y luego trasplantada a todo el continente americano por los ejecutores y propulsores de la Hazaña del Descubrimiento, dio pie al establecimiento de la trata negrera y a la implantación de un horroroso sistema basado en el secuestro de hombres y mujeres en su lar nativo del continente africano –principalmente-, para ser trasladados, inicialmente a las antillas como base fundamental para el criminal negocio de la compra y venta de seres humanos en condición de esclavos y luego al resto del continente americano.

Las páginas de nuestros textos de historia están saturadas de las narraciones alusivas a los vaivenes y penurias padecidos de manera conjunta por los pobladores taínos y los exponentes de las diferentes etnias africanas extrapolados a estas tierras. De igual forma, acuciosos investigadores que han hurgado en el horroroso calvario de abusos, suplicios y exterminio que aquellos infelices hubieron de padecer nos han permitido conocer, de primera mano, la forma en que indio y negro -America y África, vale decir- mancomunaron sus penurias, hermanaron sus aflicciones y con sus energías y habilidades sometidas a las más duras pruebas, pudieron violentar el poder colonial y alzarse en las montañas, tras la desesperada búsqueda de la libertad y la redención.

Guiado por el trepidante repique de un tambor, el uno, y el ululante soplido del fotuto, el otro, que en acompasados toques, a manera de avisos codificados en clave indicaban, a cada cual según el caso, el escondite seguro así como la llegada o cercanía del enemigo -representado en el conquistador-, estas dos razas se fueron asimilando y hermanando en la desgracia común.

Las sierras de Neyba y Bahoruco constituyeron el enclave original del despertar libertario de estas razas esclavizadas. En los puntos más altos y escabrosos de las serranías, el cacique Enriquillo y sus huestes de bravos guerreros habrían de hacer fracasar, una vez tras otra, los encarnizados ataques y múltiples incursiones encaminadas por los encomenderos españoles en pos de doblegarles y devolverles a su condición de esclavos.

Aunque en menor medida, en una primer etapa los esclavos de ascendencia africana también terminaron siendo contagiados por los conatos de ansias libertarias escenificados por los indígenas y a medida que fueron tomando conocimiento del territorio, el fenómeno se fue extendiendo y terminó por convertirse en un grave dolor de cabeza para los colonizadores y esclavistas, a tal extremo que hoy puede afirmarse, sin temor a exageraciones, que gran parte de los hechos que conforman la historia de la República Dominicana y Haití tienen por base los acontecimientos suscitados a partir de aquellas fugas masivas de esclavos, que en su momento fueron denominadas Cimarronadas, así como el ulterior establecimiento de dichos alzados en asentamientos o poblaciones libres denominadas Manieles o Palenques, en un territorio que se extendía por toda la parte montañosa del centro de la isla, ocupando amplios espacios en la Cordillera Central (San José de Ocoa, San Juan de la Maguana, Restauración y parte del territorio actual de Haití) y las sierras de Bahoruco y Neyba, en la porción sur central, entre otros lugares de la isla Hispaniola.

La notable influencia del sincretismo o cruce de culturas entre los pobladores originarios de la isla y los esclavos africanos importados a estas latitudes ha quedado plasmado, como lección de la Historia, en la gallarda y vigorosa estatua colocada en la rotonda frontal del Palacio de Gobierno entronizado en Puerto Príncipe, Capital de Haití.

Dicha escultura, erigida en memoria del Esclavo Desconocido, rememora las hazañas de Makandal y Boukman, pionero y mártir de la sublevación libertaria, el primero, y continuador y líder inicial de la revolución que echó por tierra el poder esclavista y hegemonista francés en la parte Este de la isla y estableció las bases para la instauración, en 1804, de la Republica de Haití, primer nación negra del mundo libre, el segundo.

En dicha obra, su autor nos retrata la vigorosa imagen de un negro esclavo que, con toda su bravura y coraje puestos en tensión, hace esfuerzos por levantarse hacia el infinito, en apoyo a la rebelión que ha de redimir a su raza y a su pueblo. Apretado con frenesí, en sus manos tremola un fotuto, al momento de ser soplado.

Y este instrumento no es otro que aquel que fuese recibido como legado, cuasi relevo, de la extinta raza taína y que habría de ser usado de manera ingeniosa y sutil como medio de comunicación por las oleadas cada vez más numerosas de cimarrones a lo largo de los años, para incitar, convocar, organizar y dirigir a los contingentes de antiguos esclavos que, contando tan solo con sus ansias de libertad y escasísimo armamento habrían de derrotar en una cruenta y prolongada lucha al sofisticado y supernumerario ejército napoleónico, encabezado inicialmente por Víctor Manuel Leclerc y continuado, a la muerte de éste, por el Conde de Rochambeau.

Con el paso de los años, este simbólico legado taíno ha seguido prestando sus valiosos servicios en nuestro país, en el orden cultural, asociado a festejos de tipo folklórico así como a actividades del orden socioeconómico, principalmente en comunidades pobres, del ámbito rural.

De tal suerte, podemos ver en el presente, durante la conmemoración cristiana de la Cuaresma, la escenificación del culto religioso conocido como Gagá, en las áreas de alta incidencia de grupos sociales y raciales ligados a la industria cañera, así como en pueblos y comunidades establecidos a ambos lados de la franja fronteriza.

En el curso del montaje y desarrollo de esta actividad socio-religiosa de origen afro antillano, el uso del Fotuto está destinado a marcar e inducir algunas de las secuencias de los bailes y coreografías escenificadas.

Por otra parte, constituía una práctica común en el pasado el uso del fotuto como medio de comunicación para anunciar a los habitantes de comarcas rurales, sub-urbanas o costeras la llegada o existencia de carne o pescado en los correspondientes establecimientos de expendio y venta.

El amplio dominio de los medios de comunicación imperante en los tiempos modernos ha convertido en obsoleto este ingenioso sistema de información y comercio, basado en el uso del valioso legado indígena.

Otro tanto parece haber ocurrido con la colocación de caracoles de lambí, con fines de veneración póstuma, en los túmulos y otras estructuras funerarias, tal como observamos hace cierto tiempo en algunas tumbas del cementerio de Bánica, en el centro de la zona fronteriza del suroeste dominicano.

Dada la considerable distancia existente entre dicha población y las costas de la isla, viajando hacia el Sur, Norte o el Oeste, en aquella ocasión nos extrañó sobremanera observar la gran cantidad de caracoles de lambí que adornaban la parte superior de un numero elevado de tumbas.

Evidentemente, dichas piezas habían sido transportadas desde áreas costeras hasta allí para ser usadas como parte de los ritos y celebraciones del culto a los muertos.

O tal vez –y en este punto el suscrito podría estar elucubrando y dejando volar la imaginación-, los finados cuyos despojos mortales descansan allí fueron parte protagónica, en el curso de sus vidas, de aquellos aciagos sucesos que desencadenaron la revuelta heroica y condujeron al noble pueblo haitiano a su liberación?

La conformación y estructura de las añejas tumbas contienen elementos distintivos que las diferencian, a grandes rasgos, de las construcciones típicas dominicanas, acorde a los cánones y usos funerarios, mayoritariamente católicos, entronizados en el país. Por demás, la ubicación de las comunidades de Bánica y Pedro Santana -en plena frontera, separadas apenas de territorio haitiano por el curso del Río Artibonito- permite suponer que, en efecto, los fallecidos enterrados en estas tumbas pudiesen haber sido integrantes de las comunidades cimarronas establecidas en la región, o bien se trata de ciudadanos del vecino país que, en sus años de vida tuvieron algún tipo de relación, directa o indirecta, con los hechos y circunstancias mencionadas.

En visitas recientes al camposanto de marras pudimos notar la desaparición total de los caracoles de lambí que adornaban, como un vistoso elemento cultural de recordación póstuma, la parte superior de las citadas tumbas. Esta acción, que bien podría ser calificada de profanación, con cierto sesgo de prejuicio cultural, religioso o racial, de la que solo se salvaron los pedruscos redondeados que también formaban parte del ornamento, se constituye en un poderoso obstáculo que dificulta el esclarecimiento de esta incógnita, a los fines de la investigación antropológica e histórica de nuestras raíces culturales.
 
Sin embargo, confiado estoy en que hombres y mujeres del quehacer cultural, haciendo un uso adecuado de las técnicas de investigación científica, podrán, algún día, desentrañar el misterio.
 
Mientras esto ocurre, profundicemos los esfuerzos en conocer e inculcar en nuestros hijos el apego al valioso legado que aún sobrevive de nuestros antepasados, y al observar en las vitrinas y paneles del Museo del Hombre Dominicano algún antiguo ejemplar del caracol de lambí dediquemos aún sea un minuto para imaginar que escuchamos el soplido ululante, cuasi gemido, con el que aquellos esclavizados hombres imploraban a sus dioses y guías en procura de apoyo ante los desmanes e injusticias encaminados en estas tierras por los adalides de la Conquista, Colonización y supuesta Evangelización de América.
 
Sergioreyes1306@hotmail.com
Santo Domingo, Agosto 24, 2011

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BUCÓLICO

1. Adj. lit. Díc. del género de poesía o composición poética que canta la sencillez de la vida campestre. Teócrito es considerado su creador y Virgilio su máxima figura y modelo para los autores de la Edad Media.

2. adj.-s. idílico.